El «Gran Oriente Medio»

Hace algo más de 20 años, la administración de George Bush hijo elaboró un proyecto, denominado «Gran Oriente Medio» o «Nuevo Oriente Medio» que, a lo largo de los años, ha merecido escasa atención mediática en la prensa generalista.

Aquel proyecto inicial, que fue completado con las aportaciones de las potencias europeas, surgía en un momento especialmente tenso a nivel internacional, en medio de las guerras de Afganistán e Irak lanzadas por los EEUU con la excusa de los atentados de septiembre de 2001 en suelo norteamericano. En medio de esa situación, el proyecto se vistió con los habituales ropajes del lenguaje diplomático y de la retórica de promoción de la democracia, el buen gobierno y las oportunidades económicas, pero era evidente para cualquiera con dos dedos de frente que lo que se estaba planteando era un proyecto a largo plazo de reformulación de áreas de influencia y cambios de gobierno para promover los intereses de los monopolios yankis y europeos en competencia con Rusia y China, por aquel entonces con menos capacidades y fuerza que hoy.  Era un proceso sostenido en el tiempo de intervención multifacética en una zona mucho más amplia que el Medio Oriente clásico, que abarcaba desde Marruecos hasta Pakistán. Esencialmente, el mundo musulmán del Atlántico al Índico, entendido por EEUU y la UE como foco de tensiones y de inestabilidad, pero esencial para poder avanzar hacia el Este con mayores garantías.

Aparte de la utilización de guerras directas como las que ya estaban en curso en Irak y Afganistán, otro capítulo esencial del proyecto fue lo que, en los primeros años de la década de 2010, se denominaron las «primaveras árabes» que, con el argumento de las «reformas democráticas», afectaron a Egipto, Túnez, Yemen, Libia o Siria, fueron apoyadas con entusiasmo a uno y otro lado del Atlántico Norte, precisamente por afectar a países con gobiernos «poco amigables» para las potencias occidentales. Todas esas intervenciones tuvieron diferentes grados de efectividad y violencia, siendo quizás los más significativos la partición de Libia en dos o el nuevo régimen instalado en Damasco desde hace pocos meses, que va camino de partir Siria en varios protectorados.

A lo largo de estas dos décadas hemos podido constatar el papel que Israel jugaba en todo el proyecto. Su carácter desestabilizador y favorable a los intereses principalmente de EEUU se ha hecho notar reiteradamente, así como el gradual proceso de acercamiento de varios países árabes (Marruecos, Emiratos Árabes, Arabia Saudí), que han ido estableciendo relaciones diplomáticas con Israel o reduciendo muy notablemente su condena a las constantes agresiones israelíes a sus vecinos inmediatos, como Líbano o Siria, por no hablar de la ocupación y masacre del pueblo palestino.

Hoy, los últimos acontecimientos en el Mediterráneo Oriental confirman que el proyecto está próximo a cumplirse, tras el derrocamiento del gobierno sirio y las desquiciadas propuestas de Trump para Gaza. Al menos, está a punto de cumplirse el capítulo occidental del proyecto, que permite centrar la atención de EEUU más hacia el Este, más hacia Irán y hacia el gran enemigo, que es China. Pero todo ello en un contexto en el que la vieja alianza euroatlántica que impulsó el proyecto está en cuestión, cuando parece que a Trump le sobra la UE después de que ésta haya jugado el papel de «tonto útil» a lo largo de varias décadas, como se puede comprobar no sólo en la ribera del Mediterráneo, sino en Ucrania. Es lo que tienen los juegos entre potencias imperialistas: los aliados de hoy pueden ser, sin problema, los enemigos de mañana. No hay estabilidad definitiva bajo el imperialismo, salvo en una cosa: la clase obrera y los pueblos del mundo seguirán sufriendo guerras, intervenciones y desplazamientos forzados mientras lo que primen sean los intereses de los monopolios.

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