La actual hegemonía de la socialdemocracia entre la clase y el movimiento obrero, unida a la debilidad de las fuerzas revolucionarias, lleva a que nos encontremos cada día con ejemplos sonrojantes de cómo conciben el mundo y la política los integrantes de la pata izquierda del capital.
Uno de los más recientes viene a raíz de la toma de posesión de Donald Trump como nuevo presidente yanqui, en la que se pudo ver entre los asistentes a un buen grupo de magnates de empresas tecnológicas. Los capos de Amazon, X, Facebook y otras cuantas empresas más sonreían y se abrazaban ufanos ante la llegada a la Casa Blanca de uno de los mayores provocadores de la historia reciente, al que apoyan todo tipo de movimientos y grupos de presión representantes o defensores del capitalismo más asalvajado y nacionalista.
La socialdemocracia mundial, que se preocupa únicamente de los capitalistas asalvajados y nacionalistas, pero no mucho de los capitalistas cosmopolitas y educados, de esos que exportan democracia y bombas a raudales, sale entonces a la palestra para denunciar, con cierta excitación, que tengamos cuidado con la «nueva oligarquía tecnológica» que rodea a Trump, insistiendo mucho precisamente en el término «oligarquía».
Lo que llama la atención no es, por supuesto, que la socialdemocracia y sus medios de cabecera llamen a las cosas por su nombre, sino que han redescubierto este término ahora y pretenden establecer algún tipo de diferencia cualitativa entre el nuevo presidente y los anteriores. Dicho de otra forma, la idea que pretenden asentar es que, como a Trump le acompaña la oligarquía, a Biden o a Obama los acompañaba la common people. Y esto es lamentable, porque desenfoca absolutamente el análisis y la respuesta política frente a lo que pueda suponer Trump, igual que lo hacía frente a lo que suponía Biden.
Si por algo destaca la toma de posesión de Trump frente a otras es por evidenciar una realidad o dos. La primera, que el presidente de los EE. UU., como todos los demás, es el gestor de los intereses de los grandes capitalistas de su país, club del que, no se nos olvide, él también era miembro antes de llegar a la presidencia en 2016.
La segunda, que su nuevo mandato presidencial refleja un cambio en la tendencia del capitalismo mundial. Creo que conviene indicar que, frente a quienes dicen que Trump es el impulsor de nuevas tendencias reaccionarias, la realidad es que Trump es una consecuencia. Él es el producto de una coyuntura en la que distintas secciones de la oligarquía compiten ferozmente entre sí, con visiones y proyectos enfrentados sobre cómo garantizar la continuidad de sus beneficios. Los magnates de las grandes empresas tecnológicas saben que Trump va a hacerles ganar mucho. Igual que ellos, lo saben otros oligarcas de otros varios sectores menos vistosos, a quienes la competencia brutal en los mercados internacionales no les está yendo todo lo bien que querrían.
Ante esto, los socialdemócratas nos piden que tomemos partido por los otros oligarcas, por los que tienen unos intereses distintos de los Musks, Bezos o Zuckerbergs. Nos pintan a unos oligarcas muy malos para que optemos por los buenos o por los menos malos. Pero ya cansa esta cantinela, porque nosotros sabemos perfectamente que, por muchos proyectos contrapuestos que tengan las distintas secciones de la burguesía, siempre están de acuerdo en mantener y aumentar la explotación de la clase obrera.