Se acabaron las fiestas y comienza 2025. Aún con la resaca de comidas familiares, celebraciones y regalos, volvemos a la rutina diaria en la fábrica, el almacén o la oficina. Las mismas caras tras unas vacaciones demasiado cortas –para quien las ha tenido–, que se juntan con los comentarios y propósitos habituales: perder unos kilos, dejar de fumar, hacer deporte… Toca echar números en casa: la subida del convenio colectivo contrasta para mal con las de la luz, el gas o la vivienda y, año tras año, las cuentas son más difíciles de cuadrar.
Según el Banco Central Europeo, en realidad no es que cada vez seamos más pobres; se trata de un problema de perspectiva de los «traumas» acumulados por las sucesivas crisis capitalistas desde 2008. Así lo afirman en sus respectivas encuestas sobre el consumo, para concluir que una «visión errónea» y «pesimista» de lo que en realidad en una situación económica al alza «frena el consumo», apostando las familias por el ahorro y una mayor valoración de gastos. En resumen: no cenas ternera de calidad a diario en tus 100 metros cuadrados en propiedad porque no quieres, no porque no puedas.
Por encima de los datos macroeconómicos y los análisis de quienes gestionan las relaciones financieras a nivel europeo se impone la tozuda realidad de quienes comparamos precios en el supermercado o nos lo pensamos dos veces antes de llenar por completo el depósito del coche. Y es que, frente a lo que pronostican panfletos de la oligarquía, llevamos años en una caída libre de nuestro poder adquisitivo.
De acuerdo con el informe publicado por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), sólo en los últimos tres años el precio de los alimentos se ha incrementado en un 35,5 %. Es cierto que la inflación ha moderado su subida en 2024 respecto a años anteriores, pero esto sólo significa un incremento menor en unas subidas continuadas que asfixian la economía doméstica de la clase obrera en productos tan básicos como carnes, pescado, harina, lácteos o aceites.
La constante subida de precios en la canasta básica es el último escalón del incremento del coste de la vida, tras las subidas en los suministros de energía y combustibles. Sólo entre 2023 y 2024, la tarifa media de la luz ha subido un 48 %. En cuanto a los combustibles, a pesar de su constante variación, encontramos un paulatino aumento que ha hecho que a cierre del año hayamos pagado más por llenar el depósito, y la bombona de butano ya es un 10 % más cara que hace un año.
Sin duda, la palma de los incrementos se la lleva el mercado de la vivienda. La subida en el precio de la vivienda en venta se dispara hasta máximos históricos, un 8,7 % de media, en las grandes ciudades de España, en las cuales reside más de la cuarta parte de la población del país. Las Islas Canarias, la Comunidad de Madrid, las Islas Baleares, la Comunidad Valenciana y Murcia se sitúan a la cabeza como las comunidades autónomas donde el precio de venta de una vivienda ha crecido más de un 10 % en el último año. Lejos de quedarse atrás, el precio de los alquileres continúa incrementándose año a año, y alquilar una casa es ya un 78 % más caro que hace diez años, siendo Baleares, la Comunidad Valenciana, Canarias y Madrid las comunidades autónomas donde el precio medio del alquiler ya es más de un 100 % más alto que hace una década.
Este panorama refleja lo evidente: pagamos mucho más año a año por seguir viviendo y hay quienes se están llenando los bolsillos a espuertas con ello. Ya en abril, un informe publicado por Comisiones Obreras alertaba de que los beneficios empresariales habían crecido en los últimos años, de media, el doble que los salarios, siendo la banca, las eléctricas, la agricultura, el comercio, la hostelería o las actividades inmobiliarias los sectores donde los patrones han alcanzado récords de ganancias. En 2024, de acuerdo con datos ofrecidos por el Banco de España, la patronal del campo habría aumentado sus beneficios en un 76,1 %, la del transporte en un 63,1 % y la de la hostelería en un 42,4 %.
En contraposición a las ganancias patronales, el incremento medio salarial en los convenios colectivos se ha situado en un exiguo 3,74 % y el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) ha crecido un 5 % hasta los 1.134 €/brutos en 14 pagas, un SMI que ya alcanza a las categorías más bajas de muchos convenios colectivos y que sigue siendo insuficiente para afrontar el coste de la vida. Sin un control efectivo de precios en bienes tan básicos como la vivienda, los suministros eléctricos o la cesta de la compra, cada subida arañada a los capitalistas en la lucha cotidiana en los centros de trabajo se escapa de las manos de los trabajadores como el agua.
Si alguien se pregunta qué hace el Gobierno de coalición al respecto de todo esto, encontrará por respuesta lo mismo de siempre: grandes concesiones a los capitalistas a través de bonificaciones, ayudas y exenciones fiscales y tímidas medidas destinadas a paliar las peores consecuencias que sufre la clase obrera, en el mejor de los casos.
¿Qué alternativa nos queda entonces? La respuesta descansa en el hombro de cada compañera de trabajo y cada vecino del barrio. Comprender que compartimos una misma condición que determina toda nuestra vida: trabajar sin descanso para conseguir un sueldo que nos permita salir adelante, mientras quienes nos emplean se lucran de explotarnos en los centros de trabajo y saquear lo poco que tenemos en el ámbito del consumo. Pero en esa condición de explotados que compartimos millones también reside nuestra fuerza, si entendemos que unidos somos más fuertes y que organizados somos capaces de cambiarlo todo. Si vamos a empezar 2025 con nuevos propósitos, que el primero sea oponernos unidos a quienes nos explotan y empobrecen.