Día tras día, la situación en Siria va clarificándose. Ya no hay “régimen”, sino nueva “administración” y ya no hay “terroristas”, sino “rebeldes”. Cada nombramiento, cada decisión que van adoptando los nuevos gobernantes del país, apunta a un futuro poco esperanzador para el pueblo sirio, en el que lo más probable es el crecimiento del sectarismo y la división, de facto o de lege, del país.
A pesar de que una de las frases más repetidas desde el domingo es el deseo de que haya “estabilidad” en Siria tras el derrocamiento de Assad, nada de lo que ha ocurrido en los últimos años y de lo que está ocurriendo estos días apunta hacia un futuro estable para quienes viven en Siria. Bien lo sabe el ministro Albares, que mientras saludaba radiofónicamente el derrocamiento, anunciaba el éxito de la operación de evacuación de representantes diplomáticos y ciudadanos españoles a través del Líbano, aparentemente sin darse mucha cuenta de la contradicción notable entre sus palabras y los hechos.
Entre algunos sectores ha habido manifestaciones de sorpresa e incredulidad por la rapidez y la facilidad con que la coalición antigubernamental llegó a Damasco, haciéndose antes con el control, casi sin pegar un solo tiro, de ciudades como Homs o Alepo. ¿Cómo es posible – se preguntan algunos – que una situación de relativo equilibrio estratégico militar entre las fuerzas pro y anti-Assad durante 7 años se resolviera en escasos 10 días y prácticamente sin derramamiento de sangre? Hay, incluso, quien ha planteado su estupefacción por el hecho de que el primer ministro de Assad quedara encargado de realizar la transferencia de poder, y también que se mantuviera en el cargo durante varios días el ministro del interior.
Algo así no sucede por casualidad, sino porque ha habido algún tipo de acuerdo. Y la gran pregunta es qué actores han estado involucrados en ese acuerdo y por qué. Para responder, hay que tener en cuenta que los actores implicados en el conflicto sirio de los últimos años están todos vinculados a potencias extranjeras o, dicho de otra manera, que varias potencias extranjeras tienen o tenían en Siria a su persona de confianza o a su proxy, incluso a sus propias tropas. Turquía, Estados Unidos, Irán, Rusia, Israel y las monarquías del Golfo han estado jugando en el tablero sirio un peligroso juego en el que se mezclan intereses inmediatos e intereses a medio y largo plazo en clave de generación o conservación de esferas de influencia camufladas, en muchos casos, de argumentaciones sobre la protección de su propio territorio y de su soberanía.
En la víspera de la caída de Assad, se reunían en Catar los ministros de exteriores de Turquía, Rusia e Irán. Si esa reunión fue el cierre de la negociación sobre el cambio de gobierno o no, puede que no lo sepamos nunca, pero tiene toda la pinta. Se trata de los actores extranjeros con mayor capacidad de influencia entre las principales fuerzas del país. Resulta, además, llamativo, que el avance de las fuerzas anti-Assad comenzara inmediatamente después del supuesto acuerdo de alto al fuego en el Líbano, que ha sido violado repetidamente por Israel, cuyo primer ministro, el genocida Netanyahu, no tardó ni un día en demostrar su ánimo expansionista ocupando nuevos territorios sirios y bombardeando, como ya venía siendo norma en los últimos años, pero ahora con más violencia aún, instalaciones civiles y militares sirias.
Lo que ha ocurrido en Siria es una muestra de cómo pueden desarrollarse los acontecimientos futuros en muchas otras partes del mundo. La implicación directa y/o indirecta de potencias mundiales y/o regionales en los conflictos multifacéticos que se producen dentro de los Estados va a ser una constante.
Unas muy recientes declaraciones que ha hecho la nueva responsable de la política exterior de la UE, Katja Kallas, son elocuentes: “Rusia se ha visto humillada en Siria”. Estas palabras condensan el principal interés de la diplomacia europea, en pleno conflicto con Rusia en suelo ucraniano, por lo que está pasando en Siria. Ni más, ni menos. Toda oportunidad es buena si golpea al enemigo, todo escenario es bueno si empantana al enemigo, todo teatro de operaciones es aprovechable, cueste las vidas que cueste e implique los dramas que implique, si vale para debilitar a una potencia rival.
El PCTE ha señalado muchas veces que, bajo el imperialismo, las alianzas son cambiantes y poco confiables. Que los aliados de hoy pueden perfectamente ser los enemigos de mañana. Ocurrió en Afganistán con los talibanes, ocurre ahora con el HTS y seguirá ocurriendo allí donde estalle una disputa por mercados, por rutas de transporte o por recursos estratégicos que interesen a los monopolios en cada momento.
Hay tantos y tan variados intereses en disputa ahora mismo en Siria, hay tantos ladrones esperando repartirse el botín, hay tantas cosmovisiones enfrentadas, hay tantas tropas extranjeras desplegadas que no hay esperanza de que el futuro del país pueda ser “estable”. Los ejemplos de Irak y Libia están demasiado cerca en el tiempo como para que nadie se haga el ingenuo sobre lo que está a punto de ocurrir en Siria. Es más que probable que, en poco tiempo, hablemos de varias Sirias, o de nuevos emiratos, taifas o protectorados. Seguro que escucharemos los lamentos de los “demócratas” que se horrorizan porque no son capaces de creer que sus “rebeldes” vuelven a ser “terroristas”.
Entretanto, el pueblo sirio seguirá siendo víctima de la explotación capitalista, sometido a los vaivenes de los intereses monopolistas y a las disputas religiosas. No digan que no avisamos.