Por quien todavía no lee a Aleixandre

Velintonia es una casa construida en 1927 y ubicada en el madrileño barrio de Chamberí, en el número 3 de la calle que actualmente lleva el nombre de quien la habitó durante décadas: Vicente Aleixandre. Velintonia es una casa que vio pasar por sus jardines a Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Miguel Hernández… En definitiva, muchos de los grandes nombres de la Edad de Plata de las letras españolas. Velintonia es el lugar en el que el poeta Vicente Aleixandre escribió aquellos cósmicos y humanísimos versos que le merecieron el Nobel de Literatura en 1977. Velintonia es hoy una casa abandonada, en ruinas, condenada al olvido y a la degradación del tiempo.

Hablemos de esto último. Aleixandre, desde que se mudara en mayo de 1927 junto a sus padres y su hermana Conchita, residió ininterrumpidamente en aquel chalé de dos plantas en la calle Wellingtonia, lugar que hizo tan suyo que hasta le adaptó el nombre castellanizándolo a Velintonia (adaptación que llevó hasta la RAE, que incluyó la palabra en su diccionario de 1970 como forma aceptada de referirse a la especie de secuoya). Quien gustara tanto de retorcer la expresión en su poesía optaba en la vida por facilitar las cosas, en honor de aquel don que señalara Cernuda para resolver problemas, aunar voluntades y activar el diálogo. Era precisamente el ejercicio de aquel don lo que dotaba de alma a Velintonia, que solo durante la guerra civil paró temporalmente sus recibimientos. Tras la guerra, incluso en los años de exilio interior de Aleixandre, siguieron celebrándose allí largas tertulias de la generación de posguerra, del 50 o los novísimos.

Tras la consecución del Nobel, las autoridades municipales de la capital decidieron cambiar el nombre de la calle por el del propio poeta, tal y como permanece a día de hoy. Aquella decisión disgustó a Aleixandre. Fue la primera de toda una serie de infaustas decisiones y, sobre todo, indecisiones, por parte de las administraciones en lo relativo al patrimonio y la memoria del gran poeta sevillano. Tras su muerte, de la cual se cumplen este mes de diciembre cuarenta años, Velintonia quedó relegada al ostracismo. Que aquella hubiese sido la residencia de una de las plumas más notables de nuestra historia debiera haber sido motivo suficiente para su protección. Si le sumamos el valor histórico y simbólico que particularmente convoca Velintonia, el asunto se convierte en un despropósito mayúsculo.

En 1995, la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre comenzó su campaña para salvar el inmueble. Frente a la desidia institucional, en 2005 se convocó una concentración frente a Velintonia que consiguió, al menos, llevar el asunto al pleno del Ayuntamiento celebrado el 30 de marzo. El pleno, sin embargo, rechazó la idea de adquirir el chalé para transformarlo en un centro de documentación y estudio de la poesía española del siglo XX, en la Casa de la Poesía. En 2007, después de veintitrés años de gélida soledad, Velintonia volvió a abrir sus puertas: la Asociación organizó un homenaje al poeta por el 30º aniversario de la concesión del Nobel. Tampoco esto consiguió cambiar la situación. Desde entonces, diversos escritores y artistas, como Fernando Aramburu o Miguel Poveda, han denunciado el abandono.

¿Y cuál es el estado de la vivienda ahora mismo? Pues a pesar de los avances, todo el asunto sigue manchado de esa cínica, burocrática y tendenciosa actitud de la política profesional. En julio, la Comunidad de Madrid anunció que por fin Velintonia se convertiría en Bien de Interés Cultural y que iniciaba los trámites para comprar el inmueble. Sin embargo, las negociaciones no parecen discurrir por buen cauce: la heredera mayoritaria, Amaya Aleixandre, sobrina segunda del poeta, ha impugnado la venta, considerando que el ejecutivo central haría una mejor oferta. No obstante, desde el Ministerio de Cultura niegan haber interferido en el proceso realizando oferta alguna. El uno por el otro, y la casa sin barrer. Sumémosle a esto el estado del archivo del poeta, que, a pesar de declararse BIC en 2022, sigue sin ser debidamente preservado y puesto a disposición de la comunidad investigadora y del público.

El tema principal de este artículo iba a ser originalmente un homenaje a un poeta que, permítanme la pequeña digresión personal, dejó una huella imborrable en mí cuando lo leí por primera vez en la facultad. Pero precisamente de esto va el asunto o, mejor dicho, precisamente de esto no va el asunto. Porque Aleixandre escribía sobre todo para los que no le leen: “Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo. Uno a uno, y la muchedumbre”. La poesía, la literatura, para aquellos que la concebimos como la concebía el poeta, como algo que debe ser accesible, democrático y popular, debe estar siempre asomándose a las ventanas de quien aún no convive en ella y con ella. Homenajear a Aleixandre adecuadamente obliga a pensar en quien todavía no ha leído a Aleixandre, y por ello me parece que cualquier reconocimiento del poeta debe comenzar señalando que la lápida de azulejos colocada en 1978 en su hogar permanece hecha trizas.

No dotar a la figura de Aleixandre y de Velintonia de protección, institucionalidad y actividad, no darles cobertura y acceso público, es sustraer a Aleixandre de quien le lee y sobre todo de quien no le lee. Como ocurre en tantos otros ámbitos, esta nuestra democracia gusta de pararse ante muchas puertas, tantas que al final parece no estar en ningún sitio. Es el Estado quien debería aupar a la poesía para asomarse a las ventanas de la gente y que no quede reducida a privilegio de quienes por su posición social tienen un mejor acceso al conocimiento. A nuestras instituciones poco les importa esto, claro, pues en su actitud hacia la literatura les guía solo la posibilidad de lucro y de legitimación partidista. Frente a esta cínica actitud, demostrada en las décadas de abandono de la casa del poeta, estoy seguro de que pronto la presión popular conseguirá que de una vez por todas Velintonia abra sus puertas y que el poeta esté como él siempre quiso: “entre los demás, impelido, llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado”. Salvemos la casa de la poesía.

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