Tras la victoria de Donald Trump en las elecciones a la presidencia de EE.UU., vientos de cambio se ciernen sobre Washington, y las consecuencias prometen transformaciones en la política a escala global. En el mismo momento en el que se iniciaba el traspaso de poderes estadounidense, la elección de la nueva Comisión Europea se suspendía momentáneamente de manera inesperada. Como un nuevo cisne negro, eventos aparentemente inconexos tienen factores en común que conviene conocer. Preguntémonos: ¿por qué el cuestionamiento de Ursula von der Leyen tiene una profunda relación con la elección de Donald Trump y esa nueva corriente que denominan la «antipolítica» y con la agudización de las contradicciones entre potencias imperialistas que dan por finiquitada la globalización?
En el viejo continente europeo crecen las desigualdades sociales y se puede afirmar que la clase obrera sufre una auténtica ofensiva por parte de las fuerzas que gestionan los países capitalistas, sean del signo que sean. Con diferentes estrategias, las conquistas populares que supuso el mal llamado «Estado del bienestar» se han convertido en vestigios del pasado y surgen por doquier figuras autoritarias basadas en el nacionalismo, que defienden el refuerzo de las capacidades de los Estados-nación, frente a las alianzas como la Unión Europea. Todos los países imperialistas buscan el control de los mercados, los recursos y las rutas comerciales y, en ese afán, esta nueva corriente ideológica está provocando una alta volatilidad en las alianzas de la política internacional y tensiona hasta el límite las relaciones económico-políticas entre países.
Figuras como Trump tienen su analogía en distintas fuerzas políticas en Europa, que representan el renacer de la extrema derecha, que viene con un relato nacionalista, xenófobo, tradicionalista y profundamente populista, lo que ayuda a explicar la deriva social reaccionaria y autoritaria, el uso descarado de bulos, el negacionismo climático o la poca importancia de que un candidato presidencial esté inmerso en procesos penales. La imagen que el capitalismo usa para legitimarse entre las masas está sufriendo una evolución, en un renovado intento de atraer a la clase obrera y los sectores populares a esas posturas beligerantes, que son la antesala de los grandes conflictos entre países capitalistas que están a la vuelta de la esquina, y en ella están participando todos los Gobiernos de distinto signo, liberal, extrema derecha o socialdemócrata. Poco a poco se aumenta el gasto en armamento de los países y se redoblan los esfuerzos por el sometimiento de los países más débiles, una carrera que nadie, salvo la organización de la clase obrera, parece capaz de parar, y que ya vivimos en el siglo XX antes de la Primera Guerra Mundial.
Esta nueva dialéctica nacionalista y xenófoba, que representa a los sectores capitalistas de EE.UU. y la UE más perjudicados en el reparto del mercado y los recursos mundiales por el auge de nuevas potencias como China o la India, tiene un discurso descarnado y se enfoca en la crítica a los discursos socialdemócratas del siglo XXI denominados wokismo, desde un liberalismo extremo. El inicio del siglo XXI ha estado caracterizado por la dialéctica entre el conservadurismo liberal y la evolución de parte de la socialdemocracia a la política sintetizada como woke. Económicamente no han tenido grandes diferencias, puesto que ha sido el momento propicio para desmontar las conquistas sociales consecuencia de las luchas obreras del siglo XX, de las que la nueva «antipolítica», lógicamente, no pretende hacer bandera, puesto que su deseo es ahondar y extender los ataques liberales a la clase obrera. Pero esa crítica también ha provocado que algunos despistados, en su crítica al wokismo, hayan abandonado la crítica anticapitalista y se hayan pasado a posturas abiertamente fascistas, que son la evolución clásica del liberalismo de la extrema derecha cuando la clase obrera supone un obstáculo en sus objetivos y ven necesario limitar todo tipo de libertades.
¿Los poderes económicos capitalistas controlan la política? Menuda novedad, ¿verdad? Los principales industriales alemanes como los Krupp, Volkswagen, BMW, Allianz o Dr. Oetker financiaron el ascenso de los nazis en los años treinta del siglo pasado; British Petroleum asesinó al presidente iraní Mohammad Mosaddeq en 1952 y la United Fruit Company derrocó a todos los Gobiernos centroamericanos que se opusieron a sus planes. El golpe de Estado en Chile, en 1973, fue instigado y organizado por la multinacional norteamericana ITT (International Telephone & Telegraph).
Hoy, la labor de esos grandes empresarios, esos monopolios, como siempre, es precisamente «hacer América grande otra vez» a costa de la clase obrera, como en toda sociedad dividida en clases sociales, y a costa de cualquier capitalista local o de otro país que se interponga en sus planes o tenga menor potencia económica, política y militar. Esa es la legitimidad de las elecciones bajo el capitalismo, por eso las causas abiertas contra Trump, son family affaires, asuntos familiares entre capitalistas, que, como las familias de los emperadores romanos, colaboran contra el enemigo común, pero con la dosis de veneno bien guardada por si aparece la oportunidad para eliminar un competidor.
Es necesario explicar esas relaciones entre capitalistas para entender la basculación de ciertos sectores hacia uno u otro sector ideológico en esa confrontación mundial. Los vínculos económicos que los relacionan a todos en el mercado mundial, pero que los echan en brazos de su principal relación económica, explican por qué Elon Musk ejerce en estos momentos de «intelectual orgánico» de los movimientos de extrema derecha occidentales, que siguen ganando fuerza en Europa, y es la mano derecha de Trump, pero Marina, la primogénita de la familia Berlusconi y su portavoz oficiosa, se ha posicionado a favor de Kamala Harris. «Sobre los derechos civiles, soy más próxima a la izquierda», declaró el pasado mes de junio.
Los estados capitalistas europeos, que fueron capaces de someter el mundo capitalista hasta el auge de EEUU, pasan hoy por grandes dificultades. Los monopolios de Francia, Alemania, Reino Unido y, por supuesto, de España sufren las consecuencias de la potencia económica de China, Estados Unidos y cada vez más de la India. Se necesitan grandes recursos para poder mantenerse en la primera división, la parte más alta de la pirámide de dominación capitalista, pero ello no está exento de esos family affaires que pueden provocar la ruptura de alianzas como la UE, de lo que se podrían beneficiar las demás potencias imperialistas, quienes constantemente se aprovechan de esas contradicciones en beneficio propio. Por eso en estos momentos convulsos el poder necesita concentrarse dentro de cada país capitalista, para poder ser más eficiente en esa confrontación cada vez más aguda y por eso, precisamente, esa es una de las reivindicaciones principales de este nuevo nacionalismo.
Esta extrema derecha europea está dividida en tres grupos que se han convertido en la tercera fuerza parlamentaria (86 eurodiputados de 13 países) y están logrando condicionar un cambio en las posturas del Partido Popular Europeo, hasta ahora proclive, bajo la dirección de Ursula Von der Leyen, a los pactos con la socialdemocracia. Se está iniciando un ciclo político en el que se normalizarán las relaciones de los liberales del PPE con la extrema derecha, lo que cuestiona el liderazgo de Von der Leyen y abre un escenario en el que la «antipolítica», los amigos de Trump, pueden abrirse paso de manera decidida en Europa. El mundo está tomando posiciones en la confrontación entre potencias imperialistas y se está intentando instalar en la conciencia colectiva que ese nuevo concepto denominado «antipolítica» es una crítica al capitalismo clásico, un espacio funcional para un liderazgo populista «contra todos»; un espacio que pretende ser el representante de una política sencilla y cercana, basada en los deseos de una mayoría social, un epítome de las políticas del sentido común. En realidad, es otro trampantojo, como las políticas de progreso socialdemócrata, el wokismo o el liberalismo. Todas ellas representan el partido de la guerra. Lo hemos visto siempre. Todos los Gobiernos capitalistas colaboran en esta guerra social para beneficiar a una minoría de capitalistas, sean del signo que sean. Una victoria de Kamala Harris no hubiera cambiado el rumbo del genocidio perpetrado por Israel contra el pueblo palestino o el bloqueo a Cuba. De hecho, el mandato de Obama fue el periodo de la historia en el que más conflictos e intervenciones militares protagonizó EE.UU.
Por eso, cuando llegue el cuestionamiento del ordenamiento autonómico en España, que llegará dentro de poco espoleado por la tragedia de Valencia, de la que intentarán aprovecharse como siempre, en este caso para una concentración del poder capitalista, olvidando las necesidades del pueblo, la clase obrera no debe olvidar que detrás de ese debate se esconde una mayor funcionalidad del Estado capitalista, cuyo objetivo es reforzar los mecanismos de dominación sobre la clase obrera de esa minoría en el marco del Estado-nación y no una mejor organización que nos pueda aportar un beneficio para la mayoría social. Como se decía al inicio de este artículo, ese cisne negro del trumpismo se abre paso a nivel mundial, a costa de dividir a la clase obrera por origen o contra el wokismo, y supondrá un giro de tuerca en la explotación, pero no muy diferente que la del resto de actores que conforman las opciones políticas que prometen una gestión amable dentro del capitalismo. Todos ellos usarán a la clase obrera como carne de cañón en las guerras que preparan para afianzar su dominio.
La victoria de Trump abre la puerta a la antipolítica, a un proyecto nacionalista y centralizador que escribe el epitafio de la globalización, pero también abre la puerta a entender que la clase obrera no tiene más remedio que contar con sus propias fuerzas. No hay nacionalismo que nos libre de la opresión capitalista. El Estado capitalista puede ser autonómico o centralista, inspirado en el liberalismo extremo del trumpismo o en la socialdemocracia de Keynes, pero si no lo superamos jamás terminaremos con el origen de la explotación del ser humano por el ser humano y con las guerras.