Los animales no crían bien en cautividad. A pesar de la inversión de muchos recursos y los mejores esfuerzos de los trabajadores de zoo, los osos panda, linces y demás fauna tienen muchos problemas para generar nueva descendencia. ¿Podemos culparlos por no querer traer a su prole a un mundo entre rejas? ¿Lo haríamos nosotros, de estar en su lugar?
La respuesta parece ser que no. En todos los países del mundo, cada vez hay menos nacimientos. Según algunas estimaciones, la fertilidad del planeta está ya por debajo de lo necesario para reemplazar a la población actual y empezará a reducirse pronto. En el caso de España, esto lleva siendo así desde los años 80. Hay hoy más del doble de personas con 50 años que con menos de 10.
La mayoría de Gobiernos del mundo se hallan en pánico ante esta circunstancia. Como centros de gestión del capitalismo, tienen mucho que temer: la reducción del tamaño de la mano de obra, la contracción de los mercados, la pérdida de posiciones de su país en la cadena económica mundial y los problemas para sostener a altos porcentajes de población anciana. En una sociedad en la que la prioridad fuera la calidad de vida y no el beneficio del capitalista, estos serían problemas mucho menores o no serían tales, pero no es el caso.
Para intentar cambiar esta tendencia, la práctica habitual ha sido tirar dinero al problema: cheques bebé como el del Gobierno de Zapatero, ayudas a familias numerosas, etc. En ningún país en que esto se haya intentado se ha notado un cambio sustancial. De la misma manera que los animales no crían en cautividad por mucho que se les mejore el pienso, estas medidas son un paraguas ridículo en comparación con la tormenta perfecta a la que se enfrentan: desigualdad, inflación, paro o la subida del alquiler. La explotación y sobreexplotación persisten y se agravan.
Además, no es solamente una cuestión económica. Las jornadas interminables de trabajo, turnos, los horarios partidos o el transporte eliminan tiempo imprescindible para el desarrollo humano. La mercantilización del ocio y de las relaciones humanas juega también un papel crucial en la tesitura actual. Todas estas tendencias son inherentes al capitalismo, igual que un zoo puede mejorar cómo están sus animales, pero sin sus rejas sería otra cosa.
La libertad solo se puede lograr con tiempo libre abundante y de calidad. Haciendo uso de esa libertad, algunas personas tendrían hijos, otras no. Es imprescindible defender también los derechos reproductivos de las mujeres para decidir qué hacer con esa libertad, incluyendo no tener descendencia, o tenerla en otro momento. Pero las estadísticas son claras: las encuestas del CIS publicadas en octubre de 2024 dicen que un 77,2 % de las personas querrían tener dos o tres hijos, más del doble de lo que ocurre en realidad. Y quienes querrían tenerlos pero no los tienen afirman en un porcentaje similar que es por motivos económicos.
En este contexto se está preparando la creación de una nueva Ley de Familias por parte de Pablo Bustinduy, miembro de Sumar y ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, en conjunción con Yolanda Díaz. Además de otras medidas, se incluye la creación de un pago de 200 euros mensuales por hijo hasta los 18 años.
La medida ha generado un cierto debate social porque se trata de una ayuda que no tendrá requisitos de riqueza para acceder a ella; pueden solicitarla familias en una buena situación económica. Una primera intuición puede ser el ver esta decisión como injusta o incorrecta. Al fin y al cabo, los impuestos, que son recaudados mayoritariamente a la clase obrera, llegan a quienes no lo necesitan. Sin embargo, hay argumentos importantes en contra de esta perspectiva.
Cuando un pago se establece con un límite de riqueza, es necesaria la revisión por trabajadores, con lo que se pierde tiempo y recursos. En ocasiones, una pérdida superior a lo que se gana no dando esa ayuda a quien no lo necesita, que normalmente no habría tratado de solicitarla en primer lugar. Según múltiples análisis, como los realizados por la doctora Mónica Zuercher, el resultado es que muchos que sí lo necesitan no piden la ayuda, en una proporción mayor.
Un caso muy estudiado es el de las ayudas al comedor en los institutos de Estados Unidos. Cuando la comida es gratuita o muy barata para todos, al mismo nivel, los alumnos se sienten mucho más cómodos al aceptar la situación. Cuando se realiza en función de la renta, aparece incluso acoso escolar por parte de otros alumnos, el fenómeno del lunch-shaming.
La clase obrera de todos los países está muy influenciada por la ideología capitalista. Pero también transmite a su descendencia, en alguna medida, valores que le son propios, que pertenecen a toda la humanidad: empatía, solidaridad, igualdad. Cuando esas personas salen al mundo y observan que no está construido sobre esos valores, pueden aparecer sentimientos como vergüenza y frustración ante la pobreza propia.
Es otra herramienta más para que las medidas sociales tengan un efecto cosmético mucho mayor que real. Como quien filtra aceite usado, se van quedando en el colador aquellos que no solicitan por vergüenza, que no se enteran de que el programa de ayuda existe, aquellos que creen erróneamente que no cumplen los requisitos, aquellos a quienes se les pasa el plazo… A menudo, son aquellas personas a las que su trabajo las deja sin tiempo y energía para lidiar con la administración las que más fácilmente acaben encallando en algún punto del proceso.
También hay que tener en cuenta que estas políticas suelen ser un arma de doble filo. Sirvan de ejemplo las ayudas al alquiler. Cuando se aprueban, resultan en una subida del precio de la vivienda, porque los propietarios pueden salirse con la suya exigiendo más. Quien haya conseguido la ayuda suele acabar en una situación parecida, algo mejor o algo peor. Pero aquellos que no la reciben no siguen igual, sino mucho peor, porque los precios suben también para ellos sin nada que lo equilibre.
Por estos motivos, medidas como la nueva Ley de Familias o el Ingreso Mínimo Vital pueden parecer el arma definitiva de los Gobiernos pretendidamente sociales. Y, sin embargo, después de la aprobación de estas medidas, la pobreza persiste y se expande. ¿Por qué?
En varias entrevistas realizadas al ministro Bustinduy, habla de un futuro aterrador: dice que la tecnología pronto va a arrojar al paro a millones de personas, mientras que una élite (se supone que más aún que ahora) va a adueñarse de toda la riqueza. Por eso es necesario que existan ayudas para todos los miembros de la sociedad. Por lo tanto, admiten que estas medidas son un intento de mantener y gestionar la sociedad con el capitalismo en completa degeneración. No plantean que pueda haber otra sociedad. Las ayudas universales, creadas con buena fe o no, son un intento desesperado de mantener al capitalismo a flote mientras se devora a sí mismo. De seguir manteniendo y creando consumidores y trabajadores para el futuro.
En el último siglo, el Estado ha tomado un papel cada vez mayor a la hora de gestionar el capitalismo y sus crisis económicas. Empezó con la idea de inversión en infraestructura en tiempos de crisis, para compensar. Pero en nuestros días parece que se ha echado a los hombros la tarea de salvar a las dos fuentes de riqueza del capital: la naturaleza y los seres humanos. En ambos casos, está fracasando.
Los sueldos reales se han desplomado en comparación con la inflación en los últimos años. En ese contexto, una ayuda de 200 euros al mes ni siquiera alcanza a compensar esa pérdida de poder adquisitivo. Pero parece que el Estado tiene la voluntad de pagar de su bolsillo lo que los capitalistas no están pagando del suyo. Quitando de quien tiene un poquito más a quienes tienen un poquito menos.
El mismo término de «ayuda» es capcioso. El capitalismo no es una desgracia imprevisible para la que necesitamos socorro. Parece que para los socialdemócratas hay un nivel de desigualdad aceptable y otro que no lo es. Con estas leyes van podando las ramas del árbol de la miseria, hasta dejarlo a su gusto. Los que de verdad queremos eliminar la pobreza exigimos un mundo nuevo, sin «ayudas», en que la solidaridad no se practique precisamente para salvar el mismo origen de la desigualdad.