María, asesora a mujeres víctimas de violencia machista: «Hay que dejar atrás el “mientras tanto” y luchar desde ya por abolir la prostitución»

Desde la redacción de Nuevo Rumbo entrevistamos a María, trabajadora con experiencia tanto en la atención a mujeres víctimas de violencia de género como en el asesoramiento y acompañamiento de mujeres en contextos de prostitución. Ambos son campos que atraen focos en torno al 25N, pero que, como bien sabemos, encierran problemáticas muy arraigadas que cuesta mucho erradicar de nuestra sociedad. Entrevistamos a María para que nos ayude a arrojar luz en medio de tanta oscuridad.

Este verano ha sido un verano negro en cuanto al número de mujeres que han sido asesinadas por su pareja o expareja. El pasado 24 de octubre explotaba el caso de abuso sexual cometido por Errejón, exportavoz de Sumar en el Congreso, contra la actriz y presentadora Elisa Mouliaá, y en los días posteriores se producía una cascada de denuncias de diversas mujeres que habían sufrido abusos similares. Mientras, la extrema derecha hace gala de un negacionismo que empieza por pretender ignorar la evidente realidad y continúa con la tergiversación y revisión de términos (ellos hablan de «violencia doméstica» o «violencia intrafamiliar») que, no hace tanto, formaban más o menos consensos sociales.

NR: En primer lugar, gracias por concedernos esta entrevista, María. Para empezar, y sobre todo ante la ola negacionista de la violencia de género, ¿podrías explicar qué suponen la violencia de género y la violencia sexual, y cómo las definen, respectivamente, la Ley Orgánica 1/2004 (LIVG) y la Ley Orgánica 10/2022 (conocida como ley del «sólo sí es sí»)? ¿Consideras que existen carencias en las definiciones o conceptualizaciones de dichas leyes?

María: Gracias a vosotros por el interés en dar voz a las experiencias y los testimonios de las personas que trabajamos en estos ámbitos. De violencia machista y de prostitución se habla mucho y desde muchos lugares, en la mayoría de ocasiones lejanos a las víctimas y sus realidades.

En primer lugar, pionera como fue en su momento la Ley 1/2004, en ella se define la violencia de género como toda aquella perpetrada por un hombre sobre una mujer con quien tenga o haya tenido una relación de afectividad. Hablamos de violencia en el seno de la pareja o expareja y es en este sentido como la expresión «violencia de género» sigue utilizándose de manera mayoritaria en España.

Sin embargo, este término era necesario revisarlo porque no mucho después de la aprobación de dicha norma nuestro país se obligó, por medio de tratados internacionales, a adoptar medidas contra toda forma de violencia sobre la mujer, esto es: cualquier violencia ejercida sobre las mujeres por el hecho de serlo o bien que las afecte de manera desproporcionada. Hablamos de violencia sexual de todo tipo, trata de seres humanos, matrimonios forzosos, mutilación genital femenina o incluso violencia obstétrica.

No fue hasta el año 2022 cuando finalmente se aprobó una ley que venía a reconocer todas estas formas de violencia –salvo la última que he mencionado– como violencia sobre la mujer. Al hacerlo, extendió todo el repertorio de medidas, derechos y recursos contemplados en la Ley 1/2004 a las víctimas de estas violencias.

Si me preguntas en qué se quedaron cortas, te diré tres cosas: prevención, presupuesto y prostitución. Las dos primeras, insuficientes. La tercera prácticamente no se menciona, con la paradoja que eso supone si hablamos de violencia sexual contra las mujeres.

NR: Definidos los conceptos, surge una pregunta obligada en cuanto al factor de clase. Todas las mujeres pueden sufrir en algún momento violencia machista; ahora bien, ¿se halla igual de expuesta a sufrirla una mujer trabajadora que una mujer de la clase dominante? ¿Afrontan desde una misma posición el dilema de denunciar o no y el proceso posterior a la denuncia quien vive en la precariedad y quien cuenta con recursos (económicos, sociales…)?

María: Claramente, no. Para empezar por la problemática que acababa de poner sobre la mesa, la evidencia es que las mujeres que ejercen la prostitución en España en la actualidad son una mayoría abrumadora de migrantes en situación irregular y, frecuentemente, de escasos recursos sociales y económicos. Muchas tienen hijos a cargo, ya sea aquí o en sus países de origen, y otras tantas han sufrido violencia de género de sus exparejas y a menudo padres de las criaturas. Algo que he constatado es que, además de la Ley de Extranjería, lo que lleva a muchas de estas mujeres a ejercer la prostitución es una violencia económica brutal sufrida en el ámbito de la pareja o expareja.

Por su parte, si bien todas las mujeres pueden ser víctimas de violencia en el seno de la pareja, como preguntabas, no todas tienen las mismas herramientas para, en primer lugar, detectar esa situación y, en segundo, emanciparse de la relación. La falta de recursos económicos para sostener una vida independiente, a menudo acompañada de menores a cargo, hace muy difícil abandonar relaciones de violencia.

Por último, con respecto a la violencia sexual, nuevamente te diré que si bien la auténtica totalidad de las mujeres estamos expuestas a sufrirla en algún momento de nuestra vida (y, por cierto, las cifras en este sentido son aterradoras), no se enfrenta un proceso (personal, social, legal) de estas características de la misma forma según se cuente o no con recursos.

NR: Uno de los pilares de las leyes contra la violencia de género y sexual es la protección y reparación de las víctimas. No obstante, a menudo se documenta y se denuncia la infradotación de los servicios orientados a brindarles esta atención. En tu experiencia, ¿disponen las distintas administraciones los recursos suficientes para garantizar una atención integral a estas mujeres?

María: Esto es algo que varía mucho entre comunidades autónomas, pero diría que la media es insuficiente. A las zonas rurales frecuentemente no se llega y en las grandes ciudades los servicios no dan abasto. En la gran mayoría de las administraciones, además, estos recursos están externalizados, y en la búsqueda del mejor postor se tiende a empeorar, y mucho, las condiciones de las trabajadoras.

NR: Precisamente, queríamos preguntarte por las condiciones laborales del sector. Sabemos que este está compuesto casi exclusivamente por trabajadoras. La Plataforma de Trabajadoras de la Red de Atención a Mujeres Víctimas de Violencia de Género del Ayuntamiento de Madrid lleva desde el pasado mes de marzo movilizándose y denunciando la sobrecarga en el servicio, como señalabas. En general, ¿cuáles son las condiciones y cómo afectan tanto a las trabajadoras como a las propias víctimas?

María: En general, hablamos de un sector cuya labor se reconoce por todos los medios excepto el económico. Está compuesto por mujeres con mucha formación que deben enfrentarse todos los días a cargas de trabajo y emocionales altísimas. El Gobierno de turno busca sacar pecho de los recursos disponibles en su ámbito territorial y sólo quiere ver las cifras de mujeres atendidas al final del trimestre. Vamos a decir que le da igual cómo, quién y cuándo: muchos números, a bajo coste. He conocido a psicólogas que atienden a más mujeres por día de las horas que tiene su jornada, y esto no es sostenible. La calidad del trabajo y la implicación de estas profesionales son innegables, pero se llega hasta donde se puede.

NR: Actualmente, trabajas en un servicio de asesoramiento y acompañamiento a mujeres en contextos de prostitución. En los últimos años, hemos observado cómo ganan fuerza las posiciones que hablan de trabajo sexual y reivindican derechos en este ámbito. Las diferencias prácticamente irreconciliables entre estas posturas y el abolicionismo, que concibe la prostitución como una forma extrema de violencia contra la mujer y lucha por su erradicación, han generado grandes debates y una brecha en el movimiento feminista. En el día a día de tu trabajo, ¿qué te encuentras, qué realidades viven estas mujeres? ¿Y cuál es tu postura en el debate que mencionábamos?

María: En el día a día de mi trabajo me encuentro violencia, pura y dura. Las mujeres en contextos de prostitución con quienes yo he coincidido no quieren estar ahí, es un lugar al que acuden forzadas por una situación de necesidad. Como decía, casi todas son migrantes a la espera de una regularización que para la mayoría tarda mucho en llegar y, para algunas, nunca llega.

Un elemento importante que destacar aquí es que las voces de estas mujeres no se escuchan, en muchas ocasiones porque ellas no las alzan. Cargan con el estigma y la voluntad de no contarlo a los familiares que se quedaron en el país de origen y, sencillamente, buscan salir de la prostitución aunque, como decía, a veces nunca lo consigan. Estas mujeres no están organizadas, no tienen ni van a fundar ningún sindicato para regular una actividad de la que quieren huir.

A mi juicio, una de las mayores victorias de las corrientes neoliberales y posmodernas actuales ha sido convencer al feminismo de que la libertad individual de algunas mujeres que sí quieren ejercer la prostitución y la defienden como trabajo (que las hay, aunque, de nuevo, ello venga mediado por una situación de necesidad) ha de priorizarse frente a una lucha colectiva por un modelo de sociedad verdaderamente igualitario: uno en que no quepa, no sea ni siquiera concebida como posibilidad, la compra del cuerpo de una mujer. Por mucho que las voces de estas mujeres deban ser escuchadas, no podemos permitirnos perder de vista el objetivo final, que no puede ser otro que la erradicación de esta forma extrema de violencia de género.

Muchas veces, las defensoras de las posturas pro-derechos hablan del «mientras tanto»: mientras no acabemos con la prostitución, concedámosles derechos a las mujeres que la ejercen. Mi pregunta siempre es la misma: ¿cómo vamos a darle semejantes alas, a perpetuar y legitimar de esa forma, una práctica que a largo plazo queremos abolir? ¿Cómo va a ser esa nuestra estrategia si el objetivo último no puede estar más lejos? Hay que dejar atrás el «mientras tanto» y luchar desde ya por abolir la prostitución.
Otra cosa es que, efectivamente, abolir la prostitución y, sobre todo, la sofisticada red de discursos e imaginarios patriarcales que la sustentan sea una labor ímproba tanto a nivel social como económico. Hay que movilizar muchos recursos para ofrecer a todas estas mujeres alternativas reales de trabajo y vivienda dignas para que puedan construir un proyecto de vida alejado de la violencia. Y, por supuesto, hay que modificar una ley de extranjería que condena a las personas migrantes en general a la economía sumergida y a la precariedad más absoluta.

NR: Por último, una mirada a largo plazo. A menudo, por parte de los medios y en la sociedad en general, se pone el foco exclusivamente en la atención y la reparación a las víctimas de violencia machista. Sin embargo, un pilar esencial que contemplan las leyes pero que suele quedar en segundo plano es la prevención. ¿Qué se hace y, sobre todo, qué no se hace y debería hacerse, a tu juicio, para prevenir las distintas formas de violencia machista?

María: Educar. Hay que educar mucho, muy rápido y muy bien, pues las nuevas generaciones vienen años tragando tanta propaganda neoliberal y de extrema derecha que tenemos a chicas de instituto pensando que vender fotos y videos de su cuerpo por Only Fans no sólo no es una forma de violencia, sino que es empoderante. Además; esas mismas chicas y, muchos de sus compañeros de clase piensan y defienden que la violencia de género es un invento de las feministas y que las leyes aprobadas para avanzar en igualdad son en realidad discriminatorias para con los hombres.

En este contexto, hay que hilar muy fino para desmontar estos discursos y hacer con los y las jóvenes un trabajo paciente y pedagógico que, primero, señale qué conductas y actitudes menoscaban el respeto y la igualdad entre hombres y mujeres y, segundo, enseñe de qué manera se construyen estos. Y para eso, nuevamente, hacen falta muchos recursos. Es necesario un programa que, a nivel estatal y sin pin parental ni nada que se le parezca, implante en todas las etapas educativas una formación en valores de este tipo. Sin ello, en mi opinión, todos los esfuerzos para prevenir la violencia sobre la mujer se quedan cortos.

Ahora bien, este esfuerzo educativo ha de ir acompañado de una realidad social que sustente esos mismos valores sin contradecirse a la mínima de cambio. Por mucho que le digamos a un chico de 17 años que la prostitución es violencia sexual, si al salir del instituto puede ir a un club o piso repleto de mujeres a las que puede violar a cambio de un billete, estaremos mandándole un mensaje incoherente. Si cuando se destapa un caso de acoso o abuso sexual no se actúa con la celeridad y contundencia requeridas (y de la que en otras ocasiones presumen) por tratarse de un político, un cineasta, un escritor o un pintor muy bueno y famoso, estamos lanzando el mensaje de que la erradicación de la violencia machista no es una prioridad.

NR: Nos quedaremos con esa última potente reflexión, que nos interpela a todos y todas. Muchas gracias, María, por el tiempo y las interesantes reflexiones.
María: Muchas gracias a vosotros, ha sido un placer.

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