Nunca está de más –por eso de hacer memoria de la importante– recordar, de cara al 25 de noviembre, el origen de este día. Las hermanas Mirabal, Patria, Minerva y María Teresa, fueron asesinadas por la dictadura de Trujillo un 25 de noviembre de hace 64 años por ser revolucionarias y firmes luchadoras contra la dictadura dominicana.
Por ellas, heroínas de la patria para la República Dominicana, cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional contra la Violencia hacia la Mujer, una lacra que en España ha dejado este año, de momento y por desgracia, 38 mujeres asesinadas (1.282 desde el año 2003). Además, también han sido asesinados 10 menores. Una cara más de la violencia machista, la violencia vicaria, que registra el año con más menores asesinados de la serie histórica.
Entre los meses de junio y septiembre, justo lo que dura el verano, se ha dado la mitad de los casos de asesinatos de mujeres. Un dato preocupante, pero con una fácil lectura: al pasar los agresores más tiempo en casa y haber una mayor convivencia, los conflictos se agravan y desembocan, en muchas ocasiones, en violencia de género.
Pero que exista más convivencia o se pase más tiempo juntos no debería significar, jamás, que la violencia machista se disparase. El problema radica en que las mujeres víctimas (y sus hijos e hijas) ven cómo en los meses de verano disminuyen sus redes de apoyo laborales, sanitarias o educativas, debilitando una red institucional de servicios ya de por sí mermada por años de recortes.
Desde el Gobierno se insiste constantemente en la necesidad de denunciar, pero obvian que si desde las propias instituciones son incapaces de protegerlas, difícilmente con una denuncia se podrá hacer nada: medidas cautelares como las órdenes de alejamiento no sirven de nada si no hay toda una red que ataje, por un lado, la violencia hacia las mujeres y, por otro lado, el origen de la desigualdad entre hombres y mujeres y, por tanto, la raíz de la violencia machista que lleva, en última instancia, al asesinato.
En agosto de 2022, y tras mucha polémica, se aprobaba la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual, que regula toda una serie de aspectos que se relacionan con la violencia sexual. Una de las cuestiones importantes era la creación de un centro de crisis 24 horas para atender a víctimas de violencia sexual en cada provincia y ciudad autónoma de España. Actualmente, y con diciembre de este mismo año como fecha límite para su puesta en marcha, existen centros de crisis 24 horas en Madrid (2), Euskadi (2), Asturias, Cantabria, Navarra, Murcia, Melilla, Guadalajara y Albacete. Es decir, si debería haber 52 centros ya a pleno funcionamiento, solo hay 10 en marcha (el de Guadalajara, por ejemplo, todavía no está amueblado y no puede ser utilizado), o lo que es lo mismo: a falta de dos meses para que acabe el año, solo está disponible un 19 % de los centros 24 horas.
Por lo tanto, ¿cómo es posible que se diga que desde el Gobierno central o los autonómicos se lucha contra todo tipo de violencia hacia las mujeres si ni siquiera se cumple con la normativa aprobada por ellos mismos? Como siempre, sus medidas «parche» se demuestran más que insuficientes en tanto en cuanto no hay los recursos necesarios y no existe ningún tipo de preocupación por parte de la Administración para que este problema tan presente en la sociedad desaparezca.
Seríamos unos hipócritas si dijéramos que la violencia machista tiene fácil solución o que simplemente con el cambio de color en el Gobierno de turno esto acabaría con un chasquido de dedos… ¡No seríamos comunistas si pensáramos así! Y confrontar ese discurso, precisamente, es urgente.
El 25 de noviembre se volverán a llenar las calles de miles de mujeres, y también hombres (aunque menos), para reclamar y exigir el fin de la violencia machista. Veremos cómo desde las instituciones burguesas sacarán decenas de campañas sobre la violencia de género y animarán a denunciar cualquier tipo de violencia ejercida contra las mujeres. O bueno, casi toda, porque, en un día en el que se denuncia la violencia hacia las mujeres, parece que no interesa hablar de dos patas fundamentales como son la prostitución y los vientres de alquiler.
Las grandes empresas se pondrán su característico lazo morado en los perfiles de redes sociales y las mujeres de esas altas esferas saldrán con el ya tan manido discurso de la importancia de tejer redes solidarias (o sororas, que parece que les gusta mucho también esa palabra) entre las instituciones públicas y el sector privado para frenar la violencia de género, obviando la violencia que los explotadores y explotadoras ejercen también sobre las mujeres trabajadoras.
La lucha del 25 de noviembre va mucho más allá. Con sosiego, y sin menospreciar ni un ápice el trabajo tan necesario e imprescindible que a lo largo del año hacen decenas de organizaciones de mujeres hacia las víctimas de la violencia machista, es importante explicar la conexión y retroalimentación que tiene la violencia machista con el capitalismo. No solo porque naturaliza y perpetúa la situación de subordinación de la mujer respecto al hombre en todas las esferas de la sociedad y, por tanto, favorece la pervivencia de la violencia hacia ella, sino también porque el mismo sistema económico que se lucra de nuestra fuerza de trabajo y, por lo tanto, de nuestra vida, no puede ser al mismo tiempo la solución.
Acabar con la violencia hacia las mujeres, en todas sus facetas, es una lucha colectiva de toda la sociedad, nos atañe a los trabajadores y las trabajadoras. Vincular la lucha contra el capitalismo en todas y cada una de las reivindicaciones de las mujeres, y especialmente en lo que respecta a la violencia, es hacer un movimiento unitario y de clase, es crear organización, es decir que hombro con hombro acabaremos con un sistema que no tiene límites a la hora de generar más modelos de violencia a costa de nuestra explotación.