Circula desde hace tiempo por las redes sociales un meme que dice «sonríe, has sido psoeizado». Aparece cada vez que se comprueba –y ya van…– la capacidad del PSOE, o de Pedro Sánchez, para reírse en la cara de sus aliados parlamentarios y gubernamentales, aprobando medidas que poco o nada tienen que ver con los acuerdos que previamente habían alcanzado.
Sumar y Podemos tienen ya tanta experiencia en esto de ser «psoeizados» que hasta podrían escribir un libro. Qué sé yo, un nuevo «manual de resistencia», como aquel librito entretenido de Pedro Sánchez, que explique gráficamente lo que significa convertirte en tonto útil de la vieja socialdemocracia y cómo se puede vivir de ello.
El meme este ha surgido hace poco, sí, pero lo cierto es que se podría haber utilizado décadas atrás, en las muchas ocasiones en que organizaciones infinitamente más serias que los antiguos y los nuevos socios gubernamentales del PSOE cayeron en la trampa de los partidos de gestión capitalista por ser o considerarse incapaces de tener un discurso y un actuar propios, capaz de romper los estrechos marcos que ofrece la política burguesa, siempre especializada en polarizar sobre la nada.
El ala izquierda de la socialdemocracia nos tiene muy acostumbrados al ridículo. Vale, hay grados y grados de ridículo (¿recuerdan aquellos tuits de Ramón Espinar allá por finales de abril de este año, con su «presidente, ordene»?), pero en el fondo siempre subyace el hecho incontestable de que han renunciado a cualquier tipo de transformación real –los que alguna vez aspiraron a ello– de la sociedad y se conforman con gestionar las escasas parcelitas institucionales que les dejan, pero sin que toquen mucho las narices y sin que pinten demasiado. Mientras tanto, venden «ilusión», tratan de convencerse y de convencernos de la tremenda utilidad de su presencia, de cómo tienen agarrado al Gobierno, etc., hasta que, una vez más, los «psoeizan» bien.
Todo esto viene a que, a lo largo del verano, hemos visto cómo Francia tiene su propia modalidad de «psoeización», que es la que les ha aplicado Macron a los señores del Nuevo Frente Popular, convenciéndolos primero para poner en práctica el «frente republicano» contra Le Pen y dejándolos con el culo al aire al nombrar, finalmente, a un primer ministro que cuenta con el visto bueno de ella, a pesar de ser el NFP la primera fuerza en el legislativo francés.
La nueva socialdemocracia, en sus distintas expresiones nacionales, ha dejado claro ya en demasiadas ocasiones que es sumamente fácil tomarles el pelo y que su apuesta por la «defensa de la democracia» es un callejón sin salida, que puede ser utilizado a discreción contra ellos cuando sea oportuno y siempre con el mismo objetivo: que movilicen a su base electoral para legitimar Gobiernos capitalistas que luego ejecutan políticas dirigidas contra los intereses de buena parte de esa base electoral.
Los aliados españoles de los partidos del NFP francés daban palmas con las orejas cuando se conocieron los resultados electorales franceses. Salieron a relucir nuevamente la «ilusión» y el «sí se puede», se puso a Francia como ejemplo de cómo articular la «unión de la izquierda» y se dijo que habría que seguir ese camino aquí. Ellos también fueron «macronizados» y seguirán siendo fagocitados una y otra vez por quien toque porque sus proyectos políticos son esencialmente agencias de colocación de las capas medias que necesitan de un toque de aparente radicalismo para hacerse notar. Todo esto sería un chiste si no escondiera el drama de que muchas personas honestas confían en ellos y creen que no existe otra alternativa que dejarse arrastrar una y otra vez por intereses ajenos.
Digo yo que habrá que romper de una vez por todas con este bucle de la ilusión en que puede haber una socialdemocracia «más de izquierdas», un «nuevo instrumento», una «nueva confluencia», o como le quieran llamar, que será capaz de resolver los gravísimos problemas que enfrenta la mayoría trabajadora sin tocar ni una sola coma del guion que escriben los capitalistas. Ya vale de tomaduras de pelo. Es hora de coger ese guion, romperlo en mil pedazos y ponerse a escribir otro que podamos dirigir nosotros mismos.