De la modernización en las telecomunicaciones a la realidad del telemarketing: relatos de sus trabajadoras

Las telecomunicaciones llevan décadas experimentando un crecimiento exponencial y un protagonismo cada vez mayor en nuestras sociedades, y vienen siendo también un muy buen ejemplo de los distintos procesos por los que el capitalismo ha ido actualizando y perfeccionando sus mecanismos de explotación de las y los trabajadores para asegurar los beneficios de las grandes empresas. En este reportaje desgranamos ese proceso y le ponemos nombre y voz, a través de las palabras de Fadua y Beatriz, a un sector altamente precarizado, el del telemarketing, al que las principales empresas de telecomunicaciones han externalizado diversas funciones que anteriormente desempeñaban sus plantillas, en uno de esos mecanismos que mencionábamos.

El capitalismo no mantiene sus formas de explotación intactas a lo largo del tiempo. Con la digitalización de muchos procesos productivos, el desarrollo de las posibilidades de la telecomunicación y otros cambios tecnológicos, se abrieron desde finales del siglo pasado nuevas rutas que han cambiado notablemente a nuestros ojos la forma en que trabajamos y vivimos. En contraste con lo que algunos dicen, esto no ha alterado el fondo del contenido de la explotación en que se basa el capitalismo: solo cambia la forma en que se manifiesta, en que beneficia a unos y la sufrimos otros.

La transformación y la modernización de las formas de la producción capitalistas se dan por necesidad. Cada vez que el crecimiento económico del capitalismo mundial está en riesgo –por amenazas generadas por sus propias contradicciones: la competencia incesante por aumentar continuamente los beneficios, la necesidad de aumentar los rendimientos de la fuerza de trabajo–, se toman decisiones económicas y políticas que aseguran solo momentáneamente esos ingresos. Tales decisiones son dirigidas contra otros capitalistas (competidores directos de un mercado), pero también necesariamente contra la clase obrera mundial.

Es en este contexto de reestructuración capitalista desde finales del siglo XX y principios del XXI donde debemos pensar los profundos cambios del sector de las telecomunicaciones. En España, ya hace tiempo este proceso de reestructuración comenzó con la externalización de numerosos servicios clave (atención al cliente, telemarketing, tratamiento de datos, soporte técnico…) para reducir costes y mejorar la competitividad en un entorno cada vez más expuesto a los vaivenes del capital internacional. Esto permitió a las principales empresas centrarse en su núcleo de negocio: la expansión y mejora de sus infraestructuras de telecomunicaciones.

Descargarse de tantos procesos de producción fue posible exprimiendo los avances tecnológicos para aumentar la eficiencia en la atención al cliente, el telemarketing, el soporte técnico y la gestión de cobros. Y ello facilitó y permitió, también, disminuir los pesados costes asociados a una mano de obra fija, sindicada y organizada en grandes plantillas, trasladando estos servicios a empresas especializadas en lo ahora conocido como BPO (Business Process Outsourcing), donde prima el trabajo más temporal y flexible.

Esta modernización profunda del sector, lejos de ser algo inocuo para la sociedad, en el sistema capitalista necesariamente se modela según los intereses de la burguesía, siendo la fuerza de trabajo la que sufre las consecuencias. Los episodios más recientes de este proceso son varios despidos masivos ejecutados en los gigantes del sector: Telefónica, Vodafone y Orange, que acaparan el 75 % de los ingresos del sector. Entre 2011 y 2023, Telefónica ha ejecutado 11.900 despidos y prevé que entre 2023 y 2026 habrá ejecutado, como parte de su «plan estratégico», otros 4.900. En los últimos 11 años, Vodafone ha despedido a casi 5.000 trabajadores, los últimos hace unas semanas, cuando mandó a la calle al 36 % de su plantilla en España, culminando su quinto ERE en una década.

Cada vez más, el capitalista de turno puede alegar motivos económicos, productivos y organizativos exigidos por sus necesidades. Explicaciones a las que muchas veces no les falta verdad, pero que necesariamente dañan a los trabajadores y que muchas veces asumen acríticamente, por desgracia, las organizaciones sindicales. La manifestación política de esta errada acción sindical está representada por la socialdemocracia, que en los últimos años tantas veces ha hecho bandera de firmar acuerdos con la CEOE que solo han ratificado la pérdida de poder adquisitivo y la flexibilización de la contratación.

Es cierto que el panorama no es halagüeño para nosotros. Entre el oportunismo político de la socialdemocracia y la ausencia de una acción sindical bien vinculada a una estrategia revolucionaria, se extiende entre las plantillas como un cáncer la idea de que los despidos y la pérdida de derechos laborales son prácticamente inevitables, y la actual acción sindical se convierte en un mero control de daños, en lugar de unir fuerzas y construir una estrategia que nos permita doblar el brazo de la patronal, conquistar derechos en las negociaciones colectivas y evitar cualquier despido en nuestros centros de trabajo. No obstante lo poco halagüeño de la situación, entre lo que a gran escala parece un paisaje helado y desolador, no cuesta nada encontrar chispas de lo que puede prender un fuego.

Podemos mirar a uno de los subsectores más conocidos de las telecomunicaciones, el telemarketing, símbolo de la externalización desde que esta tendencia comenzase el asalto a nuestro tejido productivo. En España, la externalización de estos servicios por parte de empresas como Telefónica comenzó en los años noventa y se aceleró con la liberalización del mercado de las telecomunicaciones en 1998, cuando el Gobierno de José María Aznar cumplía con las exigencias del capital financiero internacional. La liberalización permitió la entrada de nuevos competidores en el mercado español, lo que impulsó a Telefónica a buscar formas de reducir costos. Desde entonces, precariedad, ansiedad o inestabilidad son tres palabras que han ayudado a definir el rostro del sector: un rostro que es claramente femenino.

Fadua Buchaid y Beatriz Méndez, dos trabajadoras a las que hemos entrevistado para este reportaje, tienen bastante claro por qué. Como le hemos oído explicar a Bea, la excusa de ser mujer valía para ofrecer «trabajos puente»: poco remunerados, muchas veces en jornadas parciales, para «completar» el salario familiar. Efectivamente, esta era la situación en la que muchas mujeres, a principios de los 2000, comenzaron a trabajar en el sector, y nada inusual a día de hoy.

La empresa para la que trabajan, ABAI Groups, es un contact center que presta servicios de telemarketing principalmente a Movistar, y tiene centros de trabajo en varias ciudades españolas. Nuestras entrevistadas trabajan en los edificios de la Expo de Zaragoza, desde que en 2008 salieran de las instalaciones de Telefónica, otro símbolo de esos procesos de fragmentación y subcontratación empresarial por los cuales estos servicios se han apartado del núcleo de la actividad económica fundamental.

Estas trabajadoras nos cuentan que tanto la empresa como ellas están muy preocupadas por el absentismo laboral, pero claro, por razones diferentes. Nos cuenta Fadua que «la mayoría de las bajas que se cogen son por depresión o ansiedad, y el uso de psicofármacos es muy corriente. Es un absentismo claramente debido a los niveles de presión a los que estamos sometidas. Trabajamos enjauladas dentro de un cubículo con separadores, desde el que todavía te sientes menos humana y no ves ni a la compañera de al lado». Desde el sindicato en el que están organizadas, el Sindicato Obrero Aragonés, nos cuentan que  los niveles de absentismo son del 19 % en el sector, pero en la empresa de Fadua y Bea es del 22 o el 23 %.

La preocupación de la empresa por este absentismo se debe, claro, a la merma de beneficios, y una medida adoptada durante un tiempo fue el pago de un incentivo «acelerador» en las nóminas, con el que pagaban un plus a las trabajadoras si no hacían uso de ningún tipo de permiso, ni cogían días de baja, ni excedencias, ni, por supuesto, hacían huelga en distintas ocasiones en que los sindicatos las han convocado.

Fadua y Beatriz hace años que decidieron tomar iniciativa ante estas y otras evidencias del atropello que supone este aumento de marchas de la explotación, organizándose en su sindicato y participando en el Comité de Empresa con el voto de confianza de sus compañeros. Su experiencia nos refleja cómo esa subcontratación solo hace depender a la contratas de las necesidades de la empresa contratante. Son sus ritmos los que priman y los que se imponen en la articulación de la producción: cuando la empresa matriz necesita menos servicios, la subcontrata simplemente sirve para utilizar o cargarse los costes laborales de manera fácil, haciendo uso de todo tipo de mecanismos legales, alegales, ilegales, de presión… La independencia jurídica no hace que dejen de articular el mismo proceso productivo y que ambas empresas actúen en connivencia por el bien de los beneficios y a pesar de los trabajadores. En palabras de ambas, «Movistar es consciente de los chanchullos que hacen las subcontratas y de todos los atropellos que cometen contra los derechos de los trabajadores. Mientras se cumpla con sus objetivos y no les salpique, ellos dan la complacencia».

Una de las últimas veces que a las trabajadoras de ABAI Zaragoza les tocó dar batalla fue el año pasado, cuando, ante una bajada de esos picos de trabajo de Movistar, la subcontrata quiso arrancar unos despidos baratos y acabó por presentar un ERTE: «En marzo de 2023, comenzaron a llamar a nuestras compañeras de una en una al despacho y les dijeron: “u os vais al turno de tarde u os vais a casa”. Era la forma de buscar un despido barato, pues sabían que muchas, por conciliación familiar, no podían aceptar. Hasta que entró al despacho la presidenta del Comité y preguntó qué estaba pasando. A partir de entonces empezamos a reaccionar».

La empresa terminó presentando un ERTE, que tras negociaciones se puso en marcha el 1 de julio de 2023, hasta abril. Esta herramienta, que tan de moda puso el ministerio de Yolanda Díaz, sirve para facilitar esa flexibilización del uso de la mano de obra según requieran los beneficios en ese proceso de rearticulación de las actividades económicas que hemos descrito. «Aunque las medidas de Yolanda Díaz no cambiaron en lo sustancial lo que suponía esta medida, por desgracia, no necesita acuerdo con la representación legal de las plantillas para aprobarse», aseguran Fadua y Beatriz.

La actividad sindical y la movilización de las trabajadoras, no obstante, logró amortiguar el golpe del ERTE: fueron muchas menos las trabajadoras afectadas de las 34 que inicialmente buscaba la empresa, que tuvo que facilitar la reubicación de los puestos de trabajo, y el comité de empresa pudo formar una comisión de seguimiento. Todo ello, por supuesto, con jornadas de negociación, conflicto y jornadas de huelga de por medio.

No son pocas las demás experiencias de lucha y victoria que a lo largo de una mañana pudieron contarnos estas dos mujeres que trabajan en el telemarketing desde los años 2000. Experiencias que haríamos bien en sumar al acervo de aprendizajes y acumulado de lucha obrera, para no dejar que las chispas sean solo eso, chispas, y nunca prendan la llama.

Esta tarea no es fácil, pero es ilusionante. Quien haya peleado su situación laboral y vital  y haya ganado, como Fadua, como Bea y como otras mujeres y hombres, sabe muy bien lo satisfactorio que resulta vencer al patrón de turno. Ante un futuro que se aventura complicado para nuestra clase, en que el látigo de la explotación solo se sofistica pero no pierde su función, debemos ser capaces de armar a nuestros compañeros con esas herramientas y apostar por nuestra organización política independiente, porque la victoria colectiva por nuestros derechos será, sin duda, mucho más duradera y mucho más satisfactoria.

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