La prensa se pregunta con estupor, tras las elecciones europeas y francesas, por qué existe un auge tan brutal de la extrema derecha. La izquierda del sistema aprieta el acelerador de las «alertas antifascistas» y se llega a conformar un nuevo y descafeinado Frente Popular en Francia para combatir electoralmente a la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, a la que derrota. Partidos de ultraderecha, como el FPÖ en Austria o Vlaams Belang en Bélgica, ganan las elecciones en sus países. Otros, como la AfD en Alemania, aumentan sustancialmente sus votos. Otros, como Chega en Portugal y ANO 2011 en República Checa, asientan su electorado. Aparecen partidos personalistas con propuestas extremadamente reaccionarias, como SALF en España. Y a todo ello hay que sumar a partidos que, desde una supuesta «izquierda antiestablishment» –llegando al negacionismo antivacunas y al discurso antiinmigración tan en boga actualmente–, forman coaliciones con partidos reaccionarios o adoptan su discurso. ¿Cómo hemos llegado a esto?
Factores relevantes hay muchos, por supuesto. El principal, si realizamos un análisis marxista, tiene que ver con las coyunturas socioeconómicas y, en este caso en concreto, con dos procesos: por un lado, el empobrecimiento de parte de las llamadas capas medias; por otro lado, la relativa pérdida de peso o protagonismo de ciertos sectores del capital nacional de los distintos países en el fenómeno de «la globalización». Desde ahí puede explicarse el crecimiento de las posiciones proteccionistas en lo económico y político o las xenófobas en lo social y político. Si observamos en el contexto general una agudización de las contradicciones interimperialistas y un aumento de las posiciones reaccionarias, está formado el caldo de cultivo para la aparición y el crecimiento de fuerzas de extrema derecha.
Y a ello ayuda, sin duda, la política de equiparación de nazi-fascismo y comunismo que la UE lleva años promoviendo. Tanto desde las propias instituciones europeas como desde los partidos liberales y conservadores se ha insistido machaconamente en esa idea falsa por la que el nazi-fascismo y el comunismo serían fuerzas equiparables, con la idea de los totalitarismos como supuesta base teórica. De un lado, la herramienta del capital descarada y criminal contra la clase obrera, para frenar su avance y evitar la revolución, con el objetivo de asegurar a toda costa los beneficios de la burguesía; con ideas nacionalistas, xenófobas y racistas y planes de exterminio contra poblaciones enteras. Del otro lado, la construcción de una sociedad nueva, superior al capitalismo, la socialista, con los trabajadores y las trabajadoras en el poder, planificando qué y cómo producir, con base en necesidades sociales y no para garantizar los beneficios de una minoría; enfrentando todo nacionalismo y xenofobia, evitando las divisiones y discriminaciones. ¿Cómo podrían ser no ya lo mismo, sino siquiera similares? Esta burda revisión de la historia que supone dicha equiparación proporciona material histórico que alimenta la aparición y el crecimiento de fuerzas de extrema derecha y fascistas.
Desde las líneas de Nuevo Rumbo nos hemos visto en varias ocasiones obligados a denunciar los distintos casos en los cuales el Parlamento Europeo equiparaba en sus declaraciones, sin mayores argumentos que los de la propaganda anticomunista oficial, al comunismo con el nazi-fascismo. En los últimos años han sido varias las veces en las que hemos tenido que dar eco a los editores del periódico Brzask –militantes del Partido Comunista de Polonia– por la persecución y los juicios que sufren, acusados de reproducir «propaganda totalitaria», por el simple hecho de realizar su actividad periodística. La demolición de monumentos en conmemoración de la liberación de Europa, del Ejército Rojo o de los partisanos que dedicaron su vida a la lucha contra el nazi-fascismo es habitual en muchos países de la Unión Europea, bajo el nombre de la «descomunistización» de los mismos, a la vez que se erigen monumentos a colaboracionistas de la Alemania nazi por su lucha «por la libertad». El 9 de mayo la UE celebra con orgullo el «Día de Europa» para intentar borrar de la memoria que dicho día se conmemora la Gran Victoria Antifascista de los Pueblos, la victoria con la que el Ejército Rojo acabó por fin con el régimen nazi en Berlín. Son varios los partidos que se han visto obligados a sortear su ilegalización sustituyendo el término «comunista» de su nombre para adoptar otros, como «comunitario» o «socialista». Otros han tenido que sustituir sus símbolos. Y muchos han sufrido peticiones de disolución en el parlamento o han sido directamente ilegalizados.
Todo ello sin incidir en cómo se impide la actividad comunista por parte de la administración. Ya no hablamos de la «democracia militante» de Alemania o de las ilegalizaciones de buena parte de Europa del este. El mismo PCTE, en nuestro propio país, hemos visto en varias ocasiones nuestra actividad restringida. El caso más evidente es el de la mesa informativa que, alegando la necesidad de «mantener la paz social», intentó censurar el Ayuntamiento de Vila-Seca (Tarragona) en noviembre del año pasado –y que se realizó igualmente gracias al apoyo popular, a pesar de la presencia policial– al mismo tiempo que permitía otra mesa informativa… a un partido xenófobo y reaccionario.
Y es que no nos podemos equivocar. La Unión Europea surge a principios de la década de 1990 para beneficiar aún más a los monopolios europeos, pero hunde sus orígenes en una época en la que el capitalismo europeo necesitaba proteger los intereses de dichos monopolios y a su vez mantener bajo mínimos la lucha social contra las injusticias de su sistema. En una época en la que Estados Unidos puso su asistencia económica a disposición de los Estados occidentales destruidos por la II Guerra Mundial no solo para exportar su capital e iniciar otro ciclo expansivo, sino para contener el enorme prestigio de los comunistas que, no contentos con derrotar a la bestia nazi-fascista en dicha guerra imperialista, convertían a Europa del Este en un ejemplo demasiado cercano de conquistas sociales para los trabajadores de los países capitalistas europeos. De ahí procede el famoso «Estado del Bienestar», pero también la Unión Europea Occidental –predecesor europeo de la OTAN– y la Comunidad Europea del Carbón y el Acero –reconvertida posteriormente en Comunidad Económica Europea y luego en Unión Europea–. De ahí proceden los distintos operativos de la Red Stay Behind, entre ellos los de la Operación Gladio, con el objetivo de contener a los partidos comunistas en países capitalistas europeos, minar su prestigio, eliminar militantes e incluso realizar atentados terroristas de falsa bandera y golpes de Estado.
Todo el entramado político, administrativo y militar de Europa surge bajo la orientación de defender a los monopolios europeos y, por tanto, tiene un marcado cariz anticomunista. Se lleva décadas promocionando las formas más grotescas de nacionalismo, chovinismo y reacción para combatir la propuesta internacionalista del marxismo. Las infiltraciones y la «neutralización» de comunistas es un continuo histórico en el último siglo. ¿Que cómo hemos llegado aquí? Por casualidad no, desde luego.