Mucho se ha hablado estos días del futuro de «la izquierda a la izquierda del PSOE», a raíz de la dimisión de Yolanda Díaz como líder de Sumar. Un espacio político que una década después de la aparición de Podemos se encuentra hoy, sin duda, en un atolladero. Sumar, la coalición de partidos más amplia en las últimas décadas, se queda sin su creadora y principal valedora, Yolanda Díaz. Elección tras elección durante el último año, las fuerzas políticas del espacio que antes representaba Unidas Podemos vienen perdiendo apoyo electoral, y la asunción de responsabilidades por parte de Yolanda Díaz por los malos resultados en las elecciones europeas desembocaba en su dimisión como coordinadora general de un proyecto que había comenzado a encabezar orgánicamente hacía menos de un año.
Pablo Iglesias ya no está en primera fila; Podemos es una sombra del Podemos que soñaba con el sorpasso, generó ilusión en amplios sectores y superó los cinco millones de votos; Yolanda Díaz ha dilapidado en menos de un año, por incapacidades varias, su propio proyecto, Sumar, que ha restado más que sumado y ha fracasado con estrépito en su objetivo: recomponer y reimpulsar un espacio que ya llevaba tiempo en declive. ¿Qué será ahora de Sumar? ¿Seguirá existiendo como aglutinador de las distintas sensibilidades? ¿O como partido? ¿Quién lo liderará? ¿Aprovechará la coyuntura un Íñigo Errejón, por ejemplo? ¿Se reinventará el espacio con el enésimo invento? ¿Pretenderá Podemos, herido en su orgullo y –muy– relativamente reivindicado con el resultado de las europeas en su competición con Sumar, renacer sobre las cenizas de Sumar y volver a ser la principal fuerza del espacio?
Estas preguntas y otras similares pueden leerse estos días en crónicas, columnas y artículos en medios de izquierdas acerca de lo ocurrido y del futuro del espacio. En estas páginas, en cambio, para ofrecer algo distinto, nos preguntamos: ¿son esas las preguntas pertinentes, a la luz de los hechos acaecidos a lo largo de los últimos diez o quince años? ¿Es la hora del enésimo reinvento? ¿Toca encomendarnos a un nuevo salvador? ¿Han practicado los representantes de «la nueva política», realmente, política «nueva»? ¿Ha habido democracia real en los partidos y se han dejado atrás las familias, las estocadas por la espalda y los liderazgos hiperpersonalistas? ¿Se ha favorecido la participación e implicación en política de las y los trabajadores, más allá de meter una papeleta en una urna cada cuatro años? ¿Se ha generado organización y se ha reforzado la movilización en las calles, como la que había (insuficiente, desde luego, pero había; recordemos las tres huelgas generales) antes de 2014? ¿Se está consiguiendo frenar a la extrema derecha? ¿Vivimos realmente mejor que antes, han mejorado sustancialmente nuestras condiciones de vida y de trabajo?
Esas preguntas retóricas, si las contestamos con honestidad, nos dejan una evidencia: mientras la socialdemocracia a la izquierda del PSOE reinventa y se reinventa y se recicla, peleas sonadas y líderes quemados mediante, y pretende cíclicamente generar ilusión (y cada vez lo consigue menos, con cada enfrentamiento, cada promesa incumplida, cada proyecto agotado) para ser relevante en términos electorales, la mayoría trabajadora no deja de perder poder adquisitivo, ve cómo no puede permitirse una vivienda a un precio normal o sufre la falta de medios en los servicios públicos y las privatizaciones de estos, y además ve a las grandes empresas batir récords de beneficios año tras año.
No ahondaremos en el fracaso de Yolanda, cuyas raíces, como podemos leer aquí y allá, podemos hallar en un combo de malas decisiones, altanería, falta de democracia en Sumar, cierta distorsión de la realidad y maniobras ejecutadas a la vista de todos para acabar con Podemos. Este fracaso es la puntilla, tan sólo el último paso que culmina un proceso que viene de atrás.
Las fuerzas políticas que aún perviven en el espacio, y también Podemos desde sus inicios, han sido por lo general proyectos personalistas, poco colectivos, sin una verdadera democracia interna ni participación activa de sus bases, más preocupados por las disputas sobre las listas electorales que por construir un proyecto colectivo, con músculo militante. Pese a algunos llamados ocasionales al «arraigo» o «estructuración» territorial, a la organización, lo cierto es que la mirada siempre se fijaba en los siguientes procesos electorales. Nunca era un buen momento (pues nunca era la prioridad) para desarrollar paciente y tenazmente la organización, con una militancia que construyera con sus manos, tiempo y esfuerzo la estructura necesaria. En alguna ocasión, algunos, sin sonrojarse, llegaron a utilizar expresiones como «bajar al barro» o «volver a los barrios». Si tenían que «bajar», es que estaban arriba; si tenían que «volver», es que ya no estaban en los barrios (si es que alguna vez estuvieron). Acostumbraban a realizar afirmaciones del estilo en artículos de supuesta «autocrítica» tras el último varapalo electoral de turno; ahora bien, pasado el shock y la decepción iniciales, esa reflexión se guardaba en un cajón con llave… y hasta las siguientes elecciones. Y, entonces, a volver a intentar la manida «unidad de la izquierda».
Otro elemento mediante el que se soslayaba la necesidad de la organización en estas fuerzas políticas era el énfasis que se colocaba en la comunicación política, en el discurso. Parecía que con un discurso impecable, con unos excelsos comunicadores, con medios de comunicación afines, sería suficiente para dar la batalla, aunque se supiera que en ella se partía de una situación de clara desventaja, pues los grandes medios de comunicación pertenecen a un puñado de empresas. Al igual que con las sucesivas fórmulas organizativas o de coalición que pretendían lograr la ansiada «unidad», se buscaba, con un discurso preciso y atractivo, «dar con la tecla». Desde luego, nadie niega que hoy en día resulta fundamental practicar una comunicación política contemporánea, saber desplegar y combinar distintas vías de agitación y propaganda políticas. No obstante, a juicio de las y los comunistas, esta nunca debe reemplazar a la organización en los centros de trabajo y en los barrios, sino precisamente servir de soporte a esta y amplificarla.
La realidad, tozuda y, para algunos, quizá, «ceniza» o «plomiza» se ha encargado de demostrar la necesidad de la organización, algo en lo que insistimos las y los comunistas. Afirma Irene Vallejo en El infinito en un junco que hay inventos humanos más que probados, inventos que, si llevan milenios con nosotros y no han desaparecido del mapa (aun con todas las mejoras e innovaciones que se les hayan ido incorporando), quizá hayan demostrado su enorme valor y utilidad. Mencionaba, entre otros, la rueda o el libro. Hoy debemos poner en valor que no existe en la historia de las sociedades, y en la del capitalismo en concreto, ningún invento que se haya demostrado por ahora más eficaz que la organización de los desposeídos, su asociación en defensa de sus intereses, con independencia de sus explotadores y frente a ellos. En el sistema de dominación más perfeccionado que seguramente hayamos conocido, el capitalismo contemporáneo en Occidente, la organización tenaz e independiente de la clase obrera y los sectores populares es un elemento insustituible. Sin la militancia como pilar fundamental, lo que quedan son aparatos electorales y masas de votantes; y, a lo sumo, afiliados, los más ilusionados, que peguen carteles y refrenden lo que las cúpulas deciden. De esos, cada vez hay menos; cada vez hay más desencantados con la «nueva política».
La hemeroteca es importante, sobre todo cuando hablamos de apenas diez años, desde 2014 hasta hoy. No caigamos en cantos de sirena de quienes pretenden aprovechar la debilidad de Sumar para embellecer y recuperar a un Podemos responsable de este proceso que hoy sigue su curso natural. ¿Qué hizo el partido morado con la organización y la movilización en las calles, herramientas históricas de las y los trabajadores? ¿Nadie se acuerda del «cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas, pero no te acerques» y el «izquierdista tristón»? ¿Está legitimado Podemos para hablar hoy del buen trato dispensado por los principales medios a Sumar, cuando buena parte de su meteórico ascenso se la deben a los distintos canales televisivos que, sin existir aún el partido, contaban con Pablo Iglesias en sus platós cada dos por tres? ¿Tiene legitimidad Podemos para hablar de liderazgos hiperpersonalistas cuando en las elecciones europeas de 2014 estamparon la cara de Pablo Iglesias en sus papeletas, cuando han dependido de su liderazgo hasta que se apartó, cuando él sigue siendo una de las principales voces que sienta las posiciones del partido aun no siendo miembro de la dirección? ¿No hubo vetos, vigilancias y traiciones en Podemos? La lista podría continuar. Tengamos memoria.
Cuando las y los comunistas hacemos esta crítica no pretendemos ocultar que al otro lado del espectro político se encuentra la amenaza de la reacción, que arrasaría sin titubeos con los derechos conquistados por la clase obrera; realizamos esta crítica para denunciar que esta vía política juega con las ilusiones, los anhelos y las esperanzas de mucha gente que quiere transformar la sociedad. La vía parlamentaria, participación en Gobiernos incluida, sin construir todo un entramado organizativo, se demuestra impotente para realizar transformaciones de calado. Alguno viene varios años diciendo: «bueno, pero porque tienen 35 diputados [antes fueron 71, en alianza con IU, y tampoco; hoy son 31]; si gobernasen ellos…». Y entonces podemos mirar a Grecia y a lo ocurrido con Syriza. Y debería bastar como posible analogía de lo que pasaría aquí con un Gobierno en exclusiva de la izquierda del PSOE (hoy, un sueño lejano).
¿Cuál es vuestra propuesta, entonces?, nos inquieren algunos cuando conceden que sí, que quizá la vía parlamentaria que encarnan Podemos y Sumar hace aguas a todas luces, pero que bueno, que peores son los otros. Y no hay duda de que atacarían con mucha mayor virulencia nuestras condiciones de vida y de trabajo y que recortarían derechos y libertades en su cruzada reaccionaria. Pero con la consigna del mal menor nunca en la historia se ha hecho ninguna revolución. Desde el miedo a lo que pueda venir no se organiza a las y los trabajadores, y sin organizar a la clase no hay garantías de derechos y libertades. Nuestra propuesta, entonces, es oponernos a todos ellos, y por eso llamamos a transitar «nuestro propio camino».
Qué es eso de un camino propio, se preguntarán muchos lectores. Pues conviene no olvidar quién ha sido el ganador inapelable de estas elecciones europeas: la abstención. En Europa en general, y también en nuestro país. Cabe entenderlo como fruto de una desafección grande hacia los principales partidos actuales y, sobre todo, en este caso, hacia la Unión Europea y sus instituciones. Sólo uno de cada dos españoles consideró importante participar con su voto; y, sin embargo, resulta innegable el elevado impacto que tienen las políticas de la UE en nuestro país, que vienen siendo aplicadas indistintamente, con apenas diferencias de matices, por Gobiernos del PP y del PSOE. ¿Por qué entonces esa abstención? En parte, porque se conciben las instituciones europeas como un lugar donde nuestra participación mediante el voto no influye. Y es cierto. La función del Parlamento Europeo queda a la sombra de la Comisión Europea.
Además, la elevada abstención refleja un hartazgo claro con la política «que hay», con los partidos y sus dinámicas, alejados de los intereses objetivos y del día a día de la mayoría trabajadora. Pero seamos honestos; también es expresión de una ausencia generalizada de compromiso, esfuerzo e implicación en política. En un porcentaje alto de la población no se trata de una abstención activa, no hay una contraparte: no se descarta la acción del voto para, en su lugar, tener una militancia o una actividad política o asociativa en un determinado proyecto. Llevamos décadas perdiendo tejido asociativo, y especialmente en los últimos años, a raíz de la aparición de Podemos y otras fuerzas, y las reinvenciones y coaliciones de todas esas fuerzas políticas a la izquierda del PSOE renovadas. Muchos pensaron que por las urnas ganaríamos.
El individualismo exacerbado; los ritmos frenéticos que imponen las jornadas laborales y un modo de vida hiperproductivista, que nos fuerza a no dejar de pensar en clave productiva incluso en nuestro ocio; la promoción de la figura del activista (más líquida, menos comprometida, menos constante, menos exigente) en lugar de la del militante; las rencillas y las promesas incumplidas de los partidos de «la izquierda»… Son varios los factores que pueden explicar la pérdida de participación de las y los trabajadores en proyectos políticos colectivos. Están a la orden del día el hacer la revolución con un click, sin «mancharse», sin dedicar tiempo y esfuerzo; el «voto protesta» a opciones que se hacen pasar por outsiders y realmente son igual de defensoras del orden establecido que las tradicionales (aun con sus matices y peculiaridades propias de nuevos códigos políticos y comunicativos)…
Junto a todo ello, hay una reacción muy extendida: «yo paso de política». Lo curioso es que la política no pasa de ti: mientras tú no participas activamente de los fenómenos políticos y sociales, estos siguen ocurriendo, y si no hacemos nada por evitarlo, seguirán a cargo de los mismos políticos que gestionan este sistema en el que vivimos. Debemos implicarnos. A veces, ciertas fuerzas de la izquierda usarán ese mismo argumento para llamarte, por enésima vez, a que les prestes tu voto para que vuelvan a emprender su lucha en las urnas y en los parlamentos y Gobiernos burgueses, con su nuevo y brillante artefacto de unidad. Pero hay algo que la mayoría trabajadora debemos cambiar de una vez por todas: no dejarnos engatusar ya más. Es hora de mantener un criterio independiente, de buscar la unidad de la que de verdad podemos ser partícipes: la de la clase obrera, la de las y los trabajadores, no la de formaciones políticas subordinadas a la sombra del PSOE a las que votar cada cuatro años. Analizar y trabajar con nuestras propias herramientas, no con las del enemigo; diseñar nuestras propias estrategias; participar en nuestras propias asociaciones; levantar nuestras propias organizaciones. Transitar nuestro propio camino.