El pasado enero se cumplían 100 años de la muerte de Lenin. En febrero, dos años del inicio de la guerra imperialista en Ucrania. Mientras se escriben estas líneas, Israel trata de culminar su genocidio en Palestina, bombardeando y exigiendo evacuar Rafah, lo que se suponía era un lugar «seguro» para los palestinos en su huida de los asesinos sionistas. Allí viven hacinados más de un millón de palestinos. Josep Borrell clama al cielo cínicamente que «¿a dónde van a ser evacuados, a la Luna?», mientras la Unión Europea no mueve un solo dedo para detener la masacre, más allá de algunas declaraciones sueltas. Secundar la demanda de Sudáfrica era una buena oportunidad de mostrar un firme compromiso con el pueblo palestino y contra el genocidio, pero ningún país europeo ha tomado esa senda. Aun así, a la Corte Internacional de Justicia, el máximo tribunal de la ONU, no debieron de parecerle suficientes las masacres perpetradas por el Estado sionista que todo el mundo está viendo en vivo y en directo como para exigir a Israel el alto al fuego, y se limitó a pedirle medidas cautelares para evitar un genocidio. Será que también para esos magistrados, como para Israel, matar a casi 30.000 personas, entre ellas más de 10.000 niños, constituye un «resultado no intencionado, pero legal, de los ataques contra objetivos militares», lo mismo que bombardear escuelas, hospitales y barrios enteros o bloquear la llegada de ayuda humanitaria.
Si en lugar de alabar la figura de Lenin, algunos aplicasen de manera consecuente las más certeras enseñanzas que nos legó en el análisis del imperialismo, no oiríamos tanto eso de barnizar las maniobras de rapiña por parte de las distintas potencias y llamar a un supuesto equilibrio en nombre de la «multipolaridad», ni veríamos a la clase obrera mundial posicionarse en uno u otro bando imperialista. Hablar del imperialismo hoy implica hablar del poder de los monopolios y de la defensa que de sus intereses hacen los gobiernos capitalistas y las alianzas interestatales que estos tejen y destejen a conveniencia, según interese en cada momento por materias primas, rutas de transporte y mercados. La creciente tensión en el Mar Rojo es una expresión de este fenómeno, que amenaza con pasar a mayor escala. No sabemos cuál puede ser y dónde puede producirse el detonante, pero la amenaza de una guerra generalizada se cierne sobre los pueblos del mundo, que por desgracia no están aún lo bastante pertrechados de una posición de clase antiimperialista que aproveche una hipotética implicación de sus gobiernos en la guerra para cambiar las tornas y volverse contra ellos.
De vuelta en nuestro país, las estridencias siguen marcando la tónica general de la política parlamentaria. La ley de amnistía no salió adelante, sigue sus trámites en el Congreso y por ahora seguirá siendo uno de los principales campos de disputa y una de las armas arrojadizas preferidas por unos y otros. El PSOE negocia y cede ante Junts sin muchos problemas porque necesita los apoyos de sus diputados, toda vez que Podemos está queriendo desempeñar su papel de crítico muy crítico y parece que les hará sudar para otorgar el apoyo de sus diputados a las medidas del Gobierno de PSOE-Sumar, tratando de arrancarles ciertas conquistas con las que apuntarse algún tanto de cara a su menguante electorado. Mientras, el PP, supuestamente implacable contra el independentismo y queriendo juzgar a Sánchez por alta traición, resulta que valoró la ley de amnistía cuando negoció con Junts el apoyo a la investidura de Feijoo y ahora se muestra dispuesto a aprobar un indulto para Puigdemont. Es decir, que cualquier gobierno capitalista antepone la gobernabilidad a cualquier otra cosa y, con tal de asegurarla, contempla cualquier maniobra, incluso aunque vaya en contra de sus supuestos principios políticos y éticos. Es decir, nada nuevo bajo el sol. Igualito que los resultados electorales en Galicia, que demuestran que unos no suman, otros no pueden y que Feijoo todavía no va a seguir el camino de Pablo Casado.
Lo que tampoco es nada nuevo bajo el sol, un año más, es que las mujeres cargan con el peso, literal y figurado, de siglos de opresión a sus espaldas. Y si la clase obrera es la única capaz de hacer saltar por los aires la contradicción capital-trabajo que hoy perpetúa la explotación de una inmensa mayoría, asimismo son las mujeres trabajadoras las únicas capaces de librar una lucha que, engarzada y potenciada con la lucha de toda la clase obrera, consiga sentar los cimientos para acabar con toda opresión de la mujer y erradicar las múltiples formas de violencia que la sociedad capitalista alberga, renueva y ejerce contra ellas. No verán las mujeres palestinas, que están soportando enormes dosis de violencia –por ejemplo, sin poder tener partos con unas mínimas condiciones de seguridad–, soluciones duraderas a sus penurias mientras sigan bajo el yugo del imperialismo. No verán las mujeres gallegas, en la ciudad y en el campo, soluciones duraderas a sus problemas mientras no nos libremos de gobiernos capitalistas, de uno y otro pelaje. Fueron mujeres trabajadoras, con las comunistas a la cabeza, quienes desempeñaron un papel decisivo en ayudar a romper el hielo en Octubre de 1917. Tomemos ejemplo. Que todos los días sean 8 de marzo.