Durante estas y las próximas semanas, la Juventud Comunista ha estado y estará trabajando en polígonos y centros de trabajo bajo el lema «Trabajo temporal, explotación permanente: ¡transformemos la rabia en respuesta!». Una consigna que denuncia la temporalidad y la flexibilidad laboral como signo y paradigma de época, particularmente en el trabajo juvenil en tanto que punta de lanza de la ofensiva capitalista contra nuestra clase, y que propone un camino de rearticulación que explore las herramientas políticas y sindicales que fortalezcan a la clase obrera juvenil frente a la fragmentación y las formas organizativas de la producción que la potencian.
Lo que el mundo capitalista empezó a demandar en los años setenta, e impuso más abiertamente tras el triunfo temporal de la contrarrevolución, fue la adaptación de las formas capitalistas a las necesidades y exigencias de la acumulación. En pleno proceso de desarticulación política e ideológica de la clase, de retroceso de las fuerzas del campo obrero y popular, los derechos conquistados se volvieron limitaciones para la disposición a demanda de la fuerza de trabajo, ajustada perfectamente a los ritmos y necesidades de la producción. El término «flexibilidad» condensa perfectamente la forma de estas, cuyo contenido es el hecho de que la fuerza de trabajo (y particularmente la juvenil) es una mercancía cada vez más volátil y fácil de intercambiar, utilizar y desechar.
Este mayor uso a demanda de la fuerza de trabajo configura nuevas formas de organizar la explotación asalariada de siempre; formas que definen la pauta de vida de cada vez más generaciones. Los mecanismos de flexibilidad interna y externa, de la cual son paradigmáticas las Empresas de Trabajo Temporal (ETT) o las empresas multi servicio (EMS), se consolidan como formas organizativas de la producción capitalista que asegura el uso ajustado y a demanda de la fuerza de trabajo. Y que, además, en tanto implican una fragmentación extrema del proceso productivo, colisionan y desbordan los cauces tradicionales, históricamente conformados, de organización y lucha clasista.
La temporalidad, como paradigma del trabajo juvenil, confirmada y asentada con la Reforma Laboral de 2021, conforma un modelo de conjunto, que determina y condiciona el resto de los aspectos de las condiciones de vida y la propia subjetividad de la juventud. Así lo señala la resolución pública de la referida campaña: «No se trata solo del tiempo que dedicamos a trabajar, de la duración de los contratos —que de media en nuestro país es de 52 días— o de la parcialidad de los mismos; no se trata de la flexibilidad horaria o los turnos partidos. Es también el tiempo de transporte, el pluriempleo, trabajar temporadas durante jornadas extenuantes y pasar épocas sin trabajar; es la alternancia de formación y trabajo en pos de la hiperespecialización, la turnicidad y la elevadísima rotación de trabajos. Los jóvenes obreros vivimos en una rueda permanente en la que los ritmos de la producción capitalista condicionan por completo nuestras vidas, condenándonos a dedicar el ínfimo tiempo del que disponemos a buscar desesperadamente una salida rápida e inmediata, que nos acaba empujando a la individualización extrema».
Esta pauta de vida, ultratemporal y ultraflexible, agudiza la competitividad y fragmentación clasista a las que el capitalismo nos condena. La erosión de las dinámicas y mecanismos de participación y combatividad de la clase en el centro de trabajo, así como la todavía pequeña influencia de una alternativa revolucionaria, conforman un caldo de cultivo favorable a la resignación y el pragmatismo. Por eso el reto hoy, estratégico y fundamental en la política comunista, es el de mirar a las formas y estructuras de nuestra vida social, para saber articular una propuesta organizativa capaz de combatirlas multifacéticamente desde el criterio de la unidad clasista en el núcleo de la producción. Y demostrar prácticamente que otra forma de hacer política no sólo es posible, sino que es la única garantía de recuperación de poder y de verdadera esperanza por un futuro en el que los trabajadores y las trabajadoras seamos colectivamente soberanos de nuestro tiempo y de nuestras vidas.