Hace unas semanas, el Gobierno en funciones lanzó la segunda convocatoria del Bono Cultural Joven, una ayuda directa de 400€ a aquellas personas que cumplen 18 años y quieran disfrutar de la cultura en sus diferentes expresiones. Para ello, el Estado ha destinado 210 millones de los Presupuestos Generales del ejercicio 2023. Quien escribe estas líneas se pregunta: ¿en qué se traduce esta ayuda finalmente, y dónde acaba el dinero? ¿Cuál es el objetivo real detrás de estas medidas de carácter supuestamente social?
Las y los comunistas somos los primeros en defender, sin condiciones, el fomento de la cultura a todos los niveles; más aún en un sector, el juvenil, en el que nuestros rasgos y nuestra personalidad aún se están conformando y donde la cultura tiene una importancia capital en esa generación de los adultos del mañana. Si revisamos las bases de la convocatoria, nos encontramos con que los 400 € deben gastarse divididos en tres grandes bloques: artes en vivo, patrimonio y cine (200 €), soporte físico de videojuegos o películas (100 €) y consumo digital como suscripciones o plataformas (otros 100 €).
La división en tres bloques diferenciales a priori no encierra ningún problema, pero… ¿todo lo que se engloba dentro del término “cultura” realmente lo es? Si seguimos rebuscando, nos encontramos con que podemos gastar el dinero en algo tan poco cultural como skins (apariencias del personaje) de videojuegos como el Fortnite, un juego muy de moda entre los jóvenes y en el que, debido al sistema de micropagos, se denuncian muchísimos casos de ludopatía y adicción. De la misma forma, podemos adquirir la suscripción de pago de plataformas tipo Spotify, Netflix o Prime Video, grandes multinacionales que hacen todo lo posible por tributar fuera de nuestro país y evadir impuestos.
Nos encontramos, por lo tanto, con que se diluye lo que podría ser una buena decisión (hacer más accesible la cultura) en lo que acaba siendo una vía de financiación directa a las grandes empresas. Porque no nos engañemos sobre los motivos de determinadas preferencias: ¿dónde van a gastar el dinero los jóvenes, en una entrada para una película de Marvel que tiene millones de euros de presupuesto en publicidad o en una película independiente del cine español? ¿En visitar un museo o en una suscripción de Netflix? ¿En ir al concierto de un cantautor de tu ciudad o en el de una megaestrella del pop que suena todo el tiempo en las radios comerciales?
El Estado, si realmente tiene interés en fomentar la cultura entre los jóvenes, no debería seguir una política de “toma el dinero y corre”; debe acompañar, guiar y fomentar la cultura como una herramienta de transformación social. No todo lo que se llama cultura es recomendable, ni mucho menos merece el mismo criterio de subvención pública. Pero llegamos al quid de la cuestión. ¿Está interesado el Estado, el sistema capitalista actual, en transformar la sociedad? Desde estas líneas, lo dudamos.
El bono cultural joven se acaba convirtiendo en un trasvase de dinero a las empresas más potentes del sector, sin tener una repercusión social real. Las y los comunistas abogamos no por la subvención del acceso a la cultura, sino por una cultura totalmente gratuita, por y para el pueblo trabajador. Una cultura transformadora, enriquecedora del ser humano en un sentido holístico, reflejo de una sociedad sana en valores, igualitaria, integradora… en definitiva, una cultura reflejo de una realidad totalmente diferente. Pero eso a quienes aplican medidas como el Bono Cultural les queda muy lejos.