Explotación, guerra, pobreza, crimen, migraciones y racismo. Realidades que hoy en día preocupan, que están presentes en los medios de comunicación y en los discursos políticos, pero cuya relación pocas veces se identifica acertadamente. La crisis económica internacional golpea a los distintos países de la cadena imperialista y se desatan todo tipo de fenómenos violentos: guerras por control de recursos y rutas, agudización de la pobreza, migraciones huyendo de la guerra o buscando una vida mejor, tráfico de seres humanos, muertes en el mar, represión fronteriza… y, al llegar al destino, la miseria y el odio que sojuzga al extranjero.
Según la agencia de fronteras de la UE, los cruces irregulares de fronteras en 2022 aumentaron un 64% respecto a 2021, alcanzando las cifras absolutas más altas desde 2016. Evitándose siempre un debate en profundidad sobre el origen de los fenómenos sociales y sus consecuencias, se generan dos tipos de posiciones ante la migración a Europa: quienes ponen en el ojo público a los migrantes para culparlos de todo tipo de males sociales (crimen, pobreza, violencia, devaluación salarial); y quienes, bajo discursos humanitarios, apuestan por una “integración” que está limitada, de facto, a la medida en la que puedan ser productivos en el país de acogida.
Aterrizando en España, el viraje reaccionario que está dando el capitalismo internacional ante la clase obrera migrante se detecta, primero, en los partidos políticos de la derecha. La derechización del PP es palpable, aunque últimamente está más concentrado en su batalla por la gobernabilidad contra Pedro Sánchez que en otra cosa. Se han encargado los portavoces de VOX de encarnar las ideas más retrógradas y racistas. Haciendo del alarmismo su principal arma, han utilizado problemas como el crimen, la delincuencia y la pobreza para demandar mayor presencia policial y represión.
Crece como necesidad de ciertos sectores burgueses para arremolinar tras de sí a sectores obreros en un momento de incremento de las contrataciones, hacemos una insistencia clave en que independiente de cuales sean los sentimientos de pertenencia nacional que exista en le población, el conjunto de trabajadores de España debemos luchar contra el aparato estatal de la burguesía
Con esto llegan, de manera más o menos indirecta, a incitar a la violencia social contra la clase obrera inmigrante con la cual buscan enfrentar a la clase obrera nacida en España creando una frontera imaginaria de intereses contrapuestos entre ambas, que pretende difuminar la posición que comparten como principales víctimas del capitalismo y su interés común en enfrentar sus dinámicas.
Para ello, se recurre a los lugares comunes de la ideología nacionalista, como el esencialismo defendiendo la identidad española, de la que hablan como una especie de sustancia “pura” que hay que mantener sin mácula y la inmigración está manchando. Estos planteamientos se reflejan en los últimos tiempos en la insidia de la “islamización”: un supuesto peligro de desaparición de la cultura española o europea a manos de la “ley islámica”, que los españoles de bien han de lanzarse a rechazar para eliminar los males sociales y reconquistar una supuesta soberanía nacional que teníamos y estamos perdiendo. La islamización de Europa también es un temor infundido particularmente por la ultraderecha en Francia, país donde recientemente se vivieron las fuertes protestas por la muerte a manos de la policía de Nahel, un joven de tan solo 17 años. Cuando el pueblo francés se lanzó a las calles ardiendo de indignación ante este crimen, Santiago Abascal se pronunció diciendo: “la inmigración masiva y el multiculturalismo son un fracaso que está destruyendo nuestra civilización. Europa debe defender sus fronteras y sus valores y debe recuperar su propio territorio de los bárbaros”. Agravios contra algunos hermanos y hermanas de nuestra clase que no deberíamos olvidar ni perdonarles nunca.
Este odio visceral al extranjero y discurso alarmista se abren paso también en formaciones autodenominadas de izquierdas, obreras, o comunistas. Algunas participan en el intento de expansión del pánico ante la supuesta islamización, y pidieron con ocasión de las protestas de Francia acciones ejemplares por la “amenaza” que suponen los inmigrantes en Europa, la “perversión de su cultura” y la conversión de España en una “civilización decadente”. Una que escribe no puede explicarse a veces qué lugar quieren reivindicar para sí mismos en la historia y el presente del comunismo, cuando, aparte de en la ultraderecha del presente, solo ha leído sandeces similares al estudiar Historia y consultar manuales hablando de migraciones a Europa… publicados en el franquismo temprano.
No es la única falacia de la extrema derecha que estos grupos intentan infiltrar entre su público. A falta de fortaleza ideológica, base social obrera e inteligencia política, han sacrificado los principios fundamentales del comunismo en favor de criterios comunicativos, de “llegar a más gente”, de hablar de “lo que de verdad preocupa a la clase obrera”.
Estas distorsiones de la ideología comunista nacen en una crítica defectuosa y muy pobremente fundamentada de la política socialdemócrata y las tendencias ideológicas que representan las formaciones más jóvenes de la izquierda parlamentaria. Buscando un mensaje que alcance a mayores capas de la sociedad en un momento de auge de las ideas reaccionarias y de descrédito lógico de la política socialdemócrata, se empapan en las ideas más reaccionarias de la sociedad y las venden como la “verdadera lucha comunista».
El bochorno que produce la tramposa utilización de eslóganes y conceptos genuinos del movimiento obrero histórico. Al hilo del debate de la violencia contra la población musulmana francesa, se han tergiversado entre otros el No pasarán que entonaba la clase obrera madrileña cuando, tras tres años de guerra y asedio, defendió hasta el último día las puertas de Madrid ante el bando fascista que terminó ganado la guerra. También hay quien tergiversa discursos con los que José Díaz, en los años 30, llamaba al pueblo a defenderse de la amenaza fascista; o con los que los dirigentes soviéticos animaban a luchar en la Segunda Guerra Mundial contra Hitler. Con esas manipulaciones buscan construir una noción de “patria” supuestamente compatible con los principios socialistas, que utilizan para apartar la mirada de la contradicción de clase. Al final, todo lo que logran es enterrar esa otra llamada que refleja de manera más íntegra la batalla fundamental que tiene por delante la clase obrera, la que fuera el lema de la Primera Internacional y más tarde de la clase obrera que llamó a la paz en la Gran Guerra, ese canto obrero descomunal: el de “¡proletarios de todos los países, uníos!”.
No obstante, ni el fenómeno de la tendencia a la reacción, ni las formas de violencia y la injusticia que sufren los migrantes se quedan en lo que representan estas corrientes y lo que supone su mensaje. A diferencia de lo que se puede creer si solo se concibe la política en los términos parlamentarios, el auge de la reacción es algo de conjunto, que no se visibiliza solo en el discurso de unos partidos, sino que cala en el conjunto del sistema capitalista y del espectro político actual.
Así, la contrapartida de las expresiones más viscerales de racismo en la política burguesa son las propuestas políticas que propugnan una acogida regulada de inmigración solo en tanto que reporte beneficios económicos para el país de acogida. Mientras se enzarzan en enconadas polémicas cada vez que un candidato de extrema derecha da la oportunidad, elaboran sus programas igualmente serviciales al capitalismo y al bloque de poder imperialista occidental, aceptando la gestión de un sistema condena todos los días a millones de migrantes a la miseria. Al margen de la farándula con que eclipsan los medios, las acciones “en defensa de” la clase obrera migrante solo se contemplan o se aplican en la medida en que pueden ser funcionales a los intereses de los monopolios de un determinado país o región económica. Organismos occidentales y europeos, y partidos socialdemócratas españoles, no se ocultan cuando hablan en serio de sus programas: la migración puede “ser saludable para los problemas salariales”, “rellenar huecos del mercado de fuerza de trabajo”, “dinamizar sectores económicos”, “mejorar la productividad”. Me tomaré la molestia de traducirlo: la inmigración será utilizada para los trabajos más duros y peor pagados, aumentar el ejército de parados que permite bajar salarios al capital; y el resto de los aspectos de la “integración” correrán por cuenta de cada cual. Gobiernos socialdemócratas de toda Europa han sido incapaces de disminuir los niveles de violencia y represión existentes en las fronteras. Su discurso se queda en un lastimismo hipócrita, incapaz de evitar las muertes del Mediterráneo y de garantizar una vida digna en los lugares de llegada. En la práctica, quienes pronuncian este tipo de discurso, cuando gestionan el poder político, miran para otro lado ante las situaciones de pobreza extrema y marginación y siguen aplicando políticas exteriores y fronterizas que resultan funestas para la clase obrera mundial que se desplaza de su país de origen. De facto, están armando la guerra de Ucrania y contribuyendo a la inestabilidad internacional.
Más allá del mensaje que puedan portar una y otra posturas políticas, la tarea de los comunistas comienza por preguntarse qué tienen en común y qué hay detrás de los fenómenos sociales, políticos e ideológicos que afectan a la clase obrera en general, y a la clase obrera migrante en particular.
Una crítica certera de las ideas racistas debe ser parte de una crítica de conjunto al capitalismo, porque aquellas ideas, por mucho que sean falsas manipulaciones, conectan con intereses y prejuicios generados por el propio capitalismo.
Probablemente, el escepticismo al respecto de si podía existir un mundo gobernado por las relaciones económicas capitalistas donde no existan la violencia contra nuestra clase y el racismo sea hoy en día ya mayor que nunca. Ahora nos falta estudiar, creer en y luchar por su alternativa. Nos va la vida en ello; especialmente, a nuestras hermanas y hermanos de la clase obrera migrante.