El pasado domingo 20 de agosto, la selección española femenina de fútbol se proclamaba campeona del mundial y comenzaban los festejos, revestidos de especial alegría por el reconocimiento que supone a la práctica de un deporte en el cual las mujeres han debido luchar arduamente por hacerse un hueco. El conjunto de la sociedad parecía sonreír ante el triunfo de un equipo que se daba más allá de la cancha, y que parecía allanar el camino para aquellas niñas que hoy en día practican este deporte y sueñan con ser futbolistas y que durante estas décadas, como han manifestado jugadoras del equipo campeón y aquellas que las precedieron, han tenido que batallar para hacerse un lugar en un ambiente no sólo tremendamente masculinizado sino también tremendamente machista. No obstante, el triunfo de la selección y la felicidad ante esta gesta, pronto se vio opacada por un acto que constata una vez más el machismo imperante en el fútbol español. Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, le propinaba un beso a Jennifer Hermoso sin consentimiento de esta. La agresión sexual sufrida por la jugadora no fue más que la punta del iceberg de un problema estructural que se viene dando, desde hace tiempo, en la RFEF.
No ha de sorprendernos, por desgracia, este horrible suceso, si atendemos a los antecedentes del presidente de la RFEF y si recordamos precisamente el malestar manifiesto de quince jugadoras que hace no mucho se pronunciaron en contra del hacer de Jorge Vilda y dieron un paso atrás renunciando a jugar en la selección en pro de defender sus derechos, pidiendo que se mejoraran las condiciones de las deportistas, tanto a nivel emocional como a nivel personal, además de exigir un proyecto con el que poder avanzar hacia la verdadera profesionalización del fútbol femenino. No han hecho más que denunciar una gestión desastrosa que afecta a todos los niveles de este deporte, pero especialmente, a las secciones femeninas.
El gesto repugnante (uno de muchos) y machista de Rubiales hacia Jenni Hermoso no es más que el paradigma de en lo que se convierte el deporte en general bajo el capitalismo: un nido de corrupción, de reaccionarios y un vehículo transmisor de valores cada vez más individualistas, por no mencionar el machismo y la misoginia imperante en el mundo del fútbol en particular.
Esto no trata de dimisiones o ceses. Esto no se arregla con un cambio de peón, pues ya hemos visto, en sus antecesores, que son iguales o peores que los que hoy mandan. Esto va mucho más allá de cambiar al gestor: es un problema estructural en el sistema capitalista, del que por mucho que se pretenda, el deporte no se escapa.
Las distintas instituciones, desde el más alto nivel como puede ser la FIFA a las más pequeñas, como por ejemplo las federaciones territoriales, son el ejemplo de la red clientelar que existe en el propio capitalismo, que se relacionan entre sí a base de todo tipo de corrupción (no nos olvidemos del Mundial de Catar, de la Supercopa de España celebrada en Arabia Saudí) e intereses privados. Por no hablar de los propios tejemanejes de la RFEF y las corruptelas que se dan en el seno de esta, pues no puede obviarse la polémica en torno al apoyo del actual técnico en las elecciones a la presidencia de la RFEF en 2018, puesto parece que fue diferencial para aupar su candidatura frente a la de José Luis Larrea
Esta dupla nos ha dejado los últimos días unas bochornosas imágenes y declaraciones, que junto con las tretas de la RFEF para intentar hacer un lavado de cara presionando a jugadoras de la selección y al entorno de estas, demuestran tanto la impunidad ante la corrupción como ante el machismo. Los aplausos ante las declaraciones de Rubiales presentándose como víctima y explicitando su apoyo a Vilda, así como declaraciones de otras personalidades del deporte y el silencio generalizado por parte de los compañeros de profesión de las deportistas que de manera colectiva se han plantado ante los abusos, invitan a pensar sobre la impunidad ante los casos de abuso laboral. Si estamos encontrando a quienes defienden públicamente a un agresor cuyo abuso ha sido grabado por cámaras y retransmitido ante miles de personas, así como inacción a la hora de cortar de raíz con estos comportamientos, ¿qué no se dará en ambientes y empresas lejos del foco mediático?, ¿qué no sufrirán numerosas mujeres en términos de acoso en sus centros de trabajo?, ¿qué mensaje deja esta situación en relación con la impunidad de los agresores y el cuestionamiento de las víctimas?
Las mujeres trabajadoras sufrimos todo tipo de abusos y agresiones en nuestros puestos de trabajo, en nuestros hogares, en nuestro día a día; y cómo no, esto también se repite en el deporte. El dominio que tienen aquellos que dirigen las instituciones, hace que, incluso, den la vuelta a la tortilla y hagan parecer verdugo a la víctima, aunque para ello tengan que manipular incluso comunicados. Y parece que da igual, porque se saben y se sienten poderosos porque nadie, nunca, les ha cuestionado.
Si antes el fútbol se caracterizaba por su carácter popular y su vínculo con las organizaciones obreras, hoy en día se caracteriza por podredumbre y corrupción. De aquellos equipos de fútbol que defendían la democracia y la libertad durante nuestra guerra nacional-revolucionaria y el franquismo, a los equipos de fútbol de hoy en día envenenados por el dinero y los fichajes estrella.
Al apoyo de compañeros de profesión hombres, cuyas expresiones de solidaridad con Jenni pueden contarse con los dedos de una mano, acompaña un goteo tímido de clubes que poco a poco han ido sumándose a la repudia de la situación de abuso. Siguiendo con la denuncia de ciertas personalidades sobre este hecho, ha de mencionarse el ejemplo de hipocresía protagonizado por Luis de la Fuente, seleccionador masculino que aplaudiera a Rubiales declarándose víctima de una campaña de odio para después, una vez conocida la voluntad de la FIFA de sancionar al presidente de la RFEF, proclamar que “censura sin paliativos” lo acontecido. Por aquello que dicen de que cuando veas las barbas de tu vecino arder, pongas las tuyas en remojo.
Caso aparte es la pretendida instrumentalización que de este despreciable hecho está haciendo el Gobierno en general, y el Ministerio de Igualdad en particular. No se han preocupado por el deporte femenino, mucho menos se han preocupado por las condiciones laborales de las trabajadoras, pero ahora, todos al unísono, salen como defensores a ultranza de Jennifer Hermoso intentando colar como válidas leyes que ya se han visto ineficaces.
La situación de las mujeres en el deporte, y especialmente en el fútbol, es fruto de nuestra histórica situación en la sociedad, es fruto de nuestra posición desigual en el sistema capitalista con respecto a los hombres.
Que más de 70 jugadoras de fútbol profesional, incluidas las 23 mundialistas, hayan dado un paso al frente y se hayan unido para emitir un comunicado pidiendo cambios estructurales reales en la Federación, dice mucho de todas las injusticias y despotismo por los que han tenido que pasar, algo que empezó, como se ha dicho más arriba, mucho tiempo antes, incluso, de las renuncia de las 15. Ya en el año 2019, las futbolistas iniciaron una histórica huelga en la liga femenina española para conseguir de una vez por todas un convenio para regular unas mínimas condiciones laborales como cualquier otro trabajador: jornada laboral digna, derecho a salario mínimo o medidas reales para la conciliación familiar y la maternidad, entre otras.
El ejemplo que están dando ante un nuevo episodio de machismo y misoginia es muy importante, pues demuestran que solo luchando, unidas, se podrá acabar de raíz con la desigualdad que nos toca vivir. Han protagonizado todo un ejemplo de solidaridad y de lucha en defensa de sus derechos. Respuesta colectiva que ha de felicitarse y ser puesta en valor como ejemplo de cómo ha de actuarse ante la comisión de un abuso.