Quince años de cárcel. Esa fue la condena que cayó sobre Fidel Castro por el asalto de los revolucionarios cubanos al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. En el juicio, según dijo el propio comandante Castro, espetó a los magistrados en su alegato final un convincente «Condenadme, no importa. La historia me absolverá». Años más tarde, muchos años más tarde, Ignacio Ramonet, periodista de origen español, hizo una serie de entrevistas a Fidel y le preguntó específicamente por su intento de tomar el cuartel. ¿En qué momento decidieron que era necesario?, le vino a preguntar. Fidel, con su habilidad para dar respuestas lapidarias, puso voz a lo que tantos y tantos luchadores por la libertad han sentido alguna vez: decidieron asaltar el cuartel cuando se dieron cuenta de que nadie haría nada contra la dictadura de Batista, cuando se convencieron de que los grupos opositores al dictador no estaban en condiciones de luchar contra él.
El plan que trazaron los revolucionarios es perfectamente digno de una película de acción. La idea era distribuir a los ciento sesenta hombres de los que disponían para que unos bloquearan los posibles apoyos desde el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de la ciudad de Bayamo, y otros, camuflados como sargentos del ejército cubano, entraran con nocturnidad en el cuartel Moncada y, divididos en tres grupos, tomaran las distintas dependencias. Se harían así con el control de las armas y, con ese nuevo armamento militar, la caída de la dictadura estaría prácticamente asegurada. No contaban, sin embargo, con encontrarse con unos soldados en el exterior cuya presencia provocó una pequeña escaramuza. Comenzó así un tiroteo que desembocó en una serie de errores de intervención militar que acabaron dando al traste con el plan. Castro se vio obligado a ordenar la retirada y, de hecho, tuvo que ser rescatado en el último momento, pues se había quedado cubriendo la huida de sus compañeros.
La planificación del asalto, que el propio Fidel relató a Ramonet, tenía mucho de artesanía: aunque algunos de los revolucionarios estaban organizados en torno al Partido Ortodoxo, otros pertenecían a otros grupúsculos; disponían de armas, pero no precisamente las mejores… La conspiración antibatistiana, en definitiva, parecía casi más un ejemplo de alquimia política a la que Castro intentó dotar de algún orden que de revolución organizada. Tenían la táctica y los medios, pero ¿qué sucedía con el factor humano? Fidel llegó a asegurar en la entrevista que el plan era bueno y que, si pudiera volver atrás, lo habría repetido punto por punto: el problema fue, fundamentalmente, dice, de inexperiencia. Quizá sea esta una de las grandes enseñanzas del fracaso del asalto al Moncada: para tomar el poder, además de preparación ideológica y material, se necesita experiencia.
Tenía razón Castro en el juicio, porque la propia historia, con la toma del poder por parte de los revolucionarios unos años después, los absolvió de su inexperiencia, de su pecado de juventud. No en vano, muchos de los revolucionarios que habían decidido que aquel 26 de julio había que pasar a la acción eran jóvenes, muy jóvenes: la inmensísima mayoría eran menores de treinta años. Tenía razón también Miguel Hernández cuando, durante nuestra Guerra Nacional-Revolucionaria, escribió que «la juventud siempre empuja, la juventud siempre vence»; un Miguel Hernández que no dudó en ser comisario político del Partido Comunista de España (Sección Española de la Internacional Comunista), que, en su fundación la década anterior, había sido apodado despectivamente «el partido de los cien niños» por la edad e inexperiencia de sus promotores. Ser joven, claro, no significa por necesidad ser revolucionario; sin embargo, sí que es importante que la juventud tenga su peso específico en los procesos de emancipación de la sociedad y que sea formada para ello. Esta, sin duda, es una segunda lectura importante del asalto al Moncada.
El fracaso de la intentona del Moncada, en todo caso, aplazó la caída del régimen de Batista y nos pone en preaviso al recordar que la historia no evoluciona de manera lineal, que no todo futuro es necesariamente un progreso, una subida, una ascensión eterna en la que la sociedad vive cada vez mejor. El asalto del Moncada fue un fracaso y así hay que reconocerlo: si posteriormente los cubanos lograron derrocar al régimen fue solo por la tenacidad de los revolucionarios, que se empeñaron en ello. El avance social debe ser perseguido activamente, no basta con esperarlo. Y es que hay una foto icónica de la Revolución Cubana que lo demuestra: en ella, el comandante Fidel Castro, ya en el poder, salta de un tanque en el que estaba encaramado durante la batalla de Playa Girón, en Bahía de Cochinos. En esta batalla, los revolucionarios cubanos repelieron un intento de invasión de mil quinientos paramilitares financiados por EE. UU. que querían derrocar al nuevo gobierno y el modelo de sociedad que proponía. Ese día pudo haber sido el comienzo del fin para Cuba Socialista. Afortunadamente, no fue así. Pero ese episodio demuestra que, como también señaló el Che, al imperialismo no se le puede ceder ni un milímetro, «ni un tantito así». Ningún trabajador del mundo, si quiere mejorar sus condiciones de vida, puede permitirse confiar en que otros luchen por él o en que los explotadores le respetarán.
Es importante, sin embargo, no cometer el error de reducir el imperialismo a Estados Unidos y su política militar agresiva. El imperialismo es, en realidad, una fase del capitalismo y tan imperialista es hoy el gigante norteamericano como España, Uganda, Rusia, China, Australia o Kazajistán. De hecho, mientras que el enemigo norteño del pueblo cubano, que continúa con un bloqueo criminal, sigue estando bastante claro, uno de los peligros para los trabajadores cubanos
en particular, y para toda la región en general, es no percibir que sigue habiendo un potente enemigo en otros países capitalistas que intentan mostrarse más amables. Si hablamos en términos de economía política, tanta plusvalía extraen los capitalistas estadounidenses a sus trabajadores, nacionales o extranjeros, como la que extraen los capitalistas rusos, chinos o malteses. Por ello es importante que la clase obrera de todo el mundo se muestre solidaria con el pueblo cubano no solo en su resistencia contra la hegemonía estadounidense, sino, en general, con su resistencia ante cualesquiera medidas que el imperialismo mundial pretenda tomar con ellos.
La correlación de fuerzas entre diferentes potencias imperialistas ha ido cambiando en las últimas décadas: quienes hace unos años eran dueños del mundo, hoy empiezan a tener más dificultades para seguir sometiendo al conjunto de la clase obrera mundial. La guerra en Ucrania, donde tanto el imperialismo ruso como el de la UE y la OTAN están cumpliendo un papel criminal, o los recientes episodios de sublevaciones en África, como en Níger, demuestran que nos hallamos en un momento de particular volatilidad en las relaciones internacionales entre capitalistas. Sus alianzas son siempre inestables.
Hoy, que el riesgo de una guerra generalizada se acrecienta; hoy, que la clase obrera mundial seguimos siendo brutalmente desangrados por nuestros explotadores, conviene recordar las enseñanzas del asalto al Moncada. Es hora de convencerse de que hay culpables concretos, con nombres y apellidos, de nuestras condiciones de vida. Hay culpables de los alquileres e hipotecas impagables, de las cestas de la compra inalcanzables, de las vergonzosas facturas de la luz, de las guerras, de los ERTE y ERE, de las listas de espera en los hospitales. Sobre todo, es hora de convencerse de que hay que decidirse, como les pasó a Fidel y a los suyos. Es momento de actuar porque nadie lo hará por nosotros: toca engrosar las filas del Partido Comunista. El estribillo de una famosa canción de Carlos Puebla en la que se describen los crímenes de los capitalistas cubanos de principio del siglo XX contra su pueblo se resuelve con un potente «Y en eso llegó Fidel». Frente al capitalismo que representaba Batista, Cuba encontró a Fidel y a tantos otros. Por eso, para nosotros no cabe ninguna duda: ante el capitalismo que nos oprime aquí y ahora, es necesario que no esperes y que, en esto, llegues tú.