Cambiar las preguntas

La política parlamentaria se ha convertido en un teatro muy aburrido donde, para mantener la atención y el interés de la población, se lanzan a diario mensajes exagerados y, en muchas ocasiones, absurdos. Los partidos del poder necesitan desesperadamente diferenciarse unos de otros, ya que en los aspectos esenciales que determinan la vida de la población están de acuerdo. Partiendo de estas dos premisas, no es extraño que, cada vez que nos acercamos a unas elecciones –y más si son generales–, esos partidos eleven el tono de confrontación de manera exagerada y ridícula, persiguiendo movilizar y alinear tras de sí al posible votante más por oposición a los otros que por convicción.

De cara a las elecciones del 23 de julio, las dos ideas principales que están difundiendo los partidos del poder están muy claras: por una parte, los integrantes del gobierno de coalición nos dicen que, si no gobiernan ellos, lo hará la extrema derecha y el fascismo, y consecuentemente nos piden el voto “para parar al fascismo”; por otra, el PP y su muleta VOX llevan tiempo insistiendo en que Sánchez y su gobierno son un peligro “para España”, diciendo que ya es hora de “derogar el sanchismo”. Los grupos empresariales de comunicación afines a cada uno de los principales partidos del poder se apresuran, cómo no, a difundir estas tesis, favoreciendo con ello una polarización que en ciertos momentos echa chispas pero que en realidad no tiene mucha base.

El problema es que, mientras perdemos el tiempo en posicionarnos ante cada debate menor con el que nos bombardean, relegamos a un segundo plano cosas mucho más importantes en las que jamás veremos ni una décima parte de discusión seria entre los partidos del poder. Porque, como decía antes, en las cosas que más afectan a nuestras vidas están esencialmente de acuerdo: apoyan este modelo económico y social basado en la desigualdad y la explotación, no ven más alternativas y únicamente aspiran a gestionar lo que hay.

Por si eso fuera poco, a medida que se acerca el día de ir a las urnas se multiplica la insistencia en el “voto útil”, en “no tirar el voto a la basura” y similares, que está llegando a su máximo exponente con esa tesis de que la gente “vota mal”. Parece que a ninguno de ellos les interesa saber por qué razón está creciendo el desencanto hacia los partidos del poder y hacia la política institucional, mientras siguen machaconamente pidiendo que les demos nuestra confianza otros cuatro años para que puedan continuar decidiendo lo que es bueno o no para la mayoría social, sin que ninguna de las causas reales del creciente malestar social se aborde de verdad. Fíjese bien en esos debates que echan por la tele durante la campaña y verá lo que le digo.

Pues bien, más allá de esas cuestiones que abren telediarios, tertulias y ocupan portadas de periódicos, yo venía a hablarles de otros debates y otras cosas útiles que a los partidos del poder no les interesan. Pero, sobre todo, venía a recordarles que la política va mucho más allá del   parlamentarismo y que las preguntas importantes no se están formulando.

Preguntémonos si hoy, tras tres años y medio de gobierno de coalición entre PSOE y UP, nuestros patrones tienen más o menos poder sobre nosotros. Preguntémonos si la flexibilidad en la empresa de que tanto se habla nos beneficia a nosotros o les beneficia a ellos.

Planteémonos por qué los bienes esenciales para garantizar nuestra vida y nuestra salud son un negocio millonario. Pensemos en cuál es la razón por la que la propiedad privada es sagrada cuando se trata de la propiedad de bancos y fondos buitre pero no cuando se trata de familias trabajadoras a las que se desahucia sin contemplaciones. Veamos a qué se debe que genere tanta alarma social la ocupación de un reducido número de viviendas vacías y no lo haga que cada año mueran cientos de trabajadores y trabajadoras en accidentes laborales.

El panorama político que interesa a los partidos del poder es ese en el que precisamente el poder no se pone en duda. En el que nada de lo que se propone y se lleva a cabo afecta realmente los intereses de los que mandan de verdad, que no se presentan a las elecciones parlamentarias porque les basta y les sobra con las reuniones de las juntas de accionistas.

Por eso es apremiante la necesidad de poner encima de la mesa otra agenda, una que no atienda a los intereses de aquellos, sino de los nuestros, de la mayoría social que, si se para a pensarlo, no entiende cómo es posible que ayer desahuciaran a una vecina del bloque a pesar de que nos decían que lo habían prohibido, o cómo han despedido a su hijo si la ministra había dicho que estaba prohibido despedir, o que le digan que es una gran conquista que su contrato ahora se llame fijo-discontinuo, a pesar de que la empresa le manda al paro varios meses al año, como antes, y sigue ganando una puñetera miseria, como antes.

La alternativa a los partidos del poder no se va a construir mientras sigamos confiando en ellos, cayendo en las trampas que nos ponen o aceptando el terreno y las reglas de un juego institucional que está diseñado para que siempre ganen ellos. Se construye confiando en nuestras propias fuerzas y en nuestra propia organización para resistir los ataques contra nuestras condiciones de vida y trabajo, que se van a seguir produciendo gobierne quien gobierne. Esa fuerza organizada es la que, también en los parlamentos, pero sobre todo en los centros de trabajo, estudio y residencia, cambiará las tornas. Esa fuerza es la que representa el PCTE.

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