A menos de dos meses de la primera contienda electoral del año, a escasas semanas de que comiencen las campañas de autonómicas y municipales, debemos preguntarnos: ¿qué es lo importante?
En el juego de apariencias y falsos dilemas que es la política de los partidos burgueses, lo que trata de proyectarse como importante de cara a la opinión pública son los vanos e hipócritas dimes y diretes de los debates parlamentarios –poco importa de lo que traten, el fondo es igual de cínico y vacuo en todos–, las configuraciones de listas –ese mercado de fichajes y puñaladas en las filas de cada partido a fin de conseguir el mejor sillón posible–, las encuestas, los datos macro al gusto del consumidor, identidades –siempre que no sean de clase, salvo si lo son de clases que no lo son– y promesas –los futuros incumplimientos, ya lugar común–.
¿Es todo eso lo importante? ¿Es alguno de todos estos prolijos campos de debate el que dé con la clave para que la gasolina o la leche no suban? ¿Servirán para que el despido no siga abaratándose o los contratos cambiando de nombre y dejando la misma precariedad?
En tiempos de contienda electoral es cuando más claramente se ve la distancia que separa la política burguesa de la realidad obrera y popular. La permanente inestabilidad del sistema se traslada también, no obstante, a los equilibrios en el ecosistema burgués en España. El Gobierno se ha sumido ya, definitivamente, en una fase terminal que, si bien le permite llegar en funciones al final de la legislatura –salvo giro efectista del guión a última hora–, lo que no le deja es fingir con un mínimo de vergüenza que la coalición está rota. Los cálculos electorales de cada una de las partes es lo que promueve todas y cada una de las acciones del ejecutivo, en el que la parte socialista lleva todas las de ganar. A quienes tanto fantasearon con aquello del relato, el cuento se les acaba. No muy distinto es el panorama en la derecha y el más allá: el PP sigue acusando una bicefalia evidente, VOX promueve el enésimo vodevil del parlamentarismo reciente en España, con una moción de censura sin recorrido alguno, y Ciudadanos, en fin, en Ciudadanos –si es que ese sigue siendo su nombre– sus candidatos no se apoyan ni a sí mismos, recogiendo ya los bártulos…
¿Se puede confiar en cualquiera de ellos? Esto es lo primero que debería preguntarse cualquier obrero en tiempos de horizonte electoral. La respuesta es clara: sería de locos hacerlo. ¿Qué hacer entonces? Esta es la siguiente pregunta. La respuesta también está clara: la clase obrera sólo podemos confiar en nosotros mismos y en aquellas fuerzas políticas que nosotros organizamos.
Es preciso resistir el bombardeo de mentiras y falsas ilusiones de los meses que están por venir. Los relatos de unos y de otros. La atención y la confrontación han de salir de los cauces que la burguesía nos presenta como únicos posibles: el parlamento, los platós de televisión, las iracundas redes sociales y todos los campos donde ellos son los dueños del medio. La atención y la confrontación políticas han de estar en los centros de trabajo y en las calles, que fue donde siempre se consiguieron las victorias para el pueblo y para la clase obrera. Las movilizaciones por la sanidad, las huelgas en sectores que van desde la administración –los Letrados de Justicia– al comercio –Inditex–, pasando por la industria –Schneider o Aspla recientemente–, son el ejemplo de que lo importante no sucede bajo las luces y dictados de la política burguesa, sino como contraofensiva en defensa y conquista de derechos para la mayoría social.
¿Qué es lo importante? Lo importante somos nosotros, nuestros derechos, nuestras condiciones de vida y trabajo. Nuestra capacidad e independencia para organizarnos entre nosotros, como clase.