Se buscan capitalistas patrióticos

¿Recuerdas el tramabús? ¿No? Busca en Internet. Te aparecerá rápido una iniciativa de Podemos en 2017. Consistía en pasear por las calles de varias ciudades un autobús azul para denunciar las redes clientelares existentes entre las grandes empresas españolas y el mundo político y periodístico, a las que denominaron “la trama”.

En aquella primavera de hace casi seis años, los de Pablo Iglesias hablaban insistentemente del “empresario patriótico” como antítesis de los integrantes de la trama. Frente al empresario corrupto, que no paga impuestos, criado en el IBEX-35 y vinculado al poder político, decían, hay un empresario pequeño y mediano que es honesto, trabajador, cumple con las leyes y hace patria al pagar sus impuestos. El empresariado real, decían. El que constituye el tejido empresarial patriótico, afirmaban.

El asunto tuvo cierto eco una temporada, pero luego desapareció del panorama. Llegaron los pactos con el PSOE y, con ellos, los ministerios, los despachos y la moqueta. Hasta ahora. Resulta que estamos en año de elecciones y, para poder reeditar los pactos con el PSOE y, con ellos, los ministerios, los despachos y la moqueta, toca ponerse el disfraz de azote de la oligarquía.

Lo de que el Gobierno de coalición haya desplegado una estrategia basada en la protección a ultranza de los intereses y las inversiones de los grandes empresarios ahora no toca, quedaría feo decirlo en su campaña. Aunque sea la cruda realidad. Lo que toca ahora es llamar capitalista despiadado a Juan Roig y, oye, por mí perfecto, porque es la puñetera verdad. Lo que pasa es que hay algo más detrás. Y lo que hay detrás es un camelo.

A mí me ha gustado lo de zumbarle al Roig. Es una buena jugada. Es evocadora, recuerda a aquellas imágenes de cerdos con chistera y monóculo que encienden puros con billetes de dólar. Pero tiene trampa, porque esos marranos —sigo con la imaginería porcina— ya no encienden sus puros con billetes de dólar, sino con mecheros que les ofrecen gustosos los gobiernos. Sí, también este gobierno en el que participa Podemos.

Más allá de imágenes evocadoras, el camelo está en el uso del adjetivo. Si yo te digo, al hablarte de mi coche, que es blanco, es porque tú y yo sabemos que hay coches de otro color. Así, al decirte que un señor es un capitalista despiadado, lo que te estoy diciendo es que hay capitalistas distintos: bondadosos, piadosos, benignos, sensibles… incluso patrióticos. Vamos, que hay diversos tipos de capitalistas y que, en consecuencia, unos merecen ser denunciados y otros no. En plata, que hay capitalistas buenos y malos. Y la bondad o maldad del capitalista, para Iglesias y compañía, se define en función de los impuestos que paguen o de los márgenes de beneficio que obtengan. Y esto, vamos a ser claros, es una tomadura de pelo muy peligrosa.

La explotación no es una cuestión de ética, ni va de pagar mejores o peores salarios ni de tributar en España o en Andorra. Tampoco es una cuestión de tamaño. El capitalista es explotador por definición, y que uno sea despiadado y otro piadoso, o que uno explote a 90.000 y otro a 9, no cambia el hecho de que ambos se benefician del fruto del trabajo ajeno, de que acaparan la riqueza que otros crean con su trabajo. Por eso, cuando uno habla de capitalistas, no hacen falta adjetivos.

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