Durante estas fechas se ha celebrado la última edición del Mundial de fútbol de Catar. Mucha tinta ha corrido acerca del que es el principal evento deportivo del mundo a excepción de los Juegos Olímpicos y es que, desde que fuera elegido como sede el país árabe en 2010, las suspicacias que ha habido acerca de este evento no han sido pocas y para ello hay que remontarse al mismo momento de su elección.
Los (in)tocables de Joseph Blatter
La selección de dos sedes mundialistas, la de 2018 y 2022, en el mismo evento ya fue de por sí algo inusual, pero todo empezó a cobrar sentido cuando se desvelaron los acuerdos en materia de producción de petróleo a los que habían llegado los monopolios de las dos sedes ganadoras, Rusia y Catar respectivamente, a cambio de aliarse de cara a estas elecciones. Pero ¿qué tiene que ver la producción de petróleo con un evento deportivo? ¿Por qué iban a involucrarse las principales empresas de distintos países? La respuesta es lógica: un Mundial de fútbol es una magnífica ventana a la hora de establecer relaciones comerciales entre países y reporta unos grandísimos beneficios a los empresarios que participan en los preparativos del evento y están presentes durante su celebración.
Para ello no hubo ningún problema a la hora de traficar con influencias. A nadie se le escapa que detrás del gran número de trajes almidonados que pueblan los organismos de la FIFA hay un número aún mayor de nombres en la sombra que son los que mueven los hilos (y los sacos de dinero) a cambio de que se cumplan sus designios, aunque para ello tuvieran que caer los peones que daban la cara.
Así sucedió la detención masiva de directivos en la FIFA cuando la opinión pública empezó a hacerse eco de las irregularidades. Esta caída incluyó al propio presidente, Joseph Blatter, que fue uno de los principales responsables a la hora de encubrir las corruptelas en el proceso de elección. La renovación de nombres en la FIFA, tal y como hemos visto posteriormente, no ha supuesto en absoluto un cambio de rumbo, sino que la nueva directiva dirigida por Gianni Infantino ha garantizado en todo momento que el proceso siguiera los designios que marcaban las distintas constructoras y empresas petrolíferas interesadas en el evento, aunque para ello debieran morir millares de trabajadores.
Kafala (slavery) system
Es curioso como todo el escándalo judicial se desarrolló sin afectar lo más mínimo a Catar. El país árabe quedó fuera de todo proceso y comenzó a tejer relaciones con la nueva directiva de la FIFA a la vez que empezó la construcción de toda la infraestructura mundialista.
Prueba de la hipocresía de la nueva dirección de la Federación fueron las declaraciones del flamante nuevo presidente de la federación, Gianni Infantino, cuando decía que en los preparativos mundialistas únicamente se habían registrado tres muertes por accidente laboral. Al poco tiempo, se revelaron unos datos que arrojaban que había habido más de 6.500 fallecidos registrados (y otros muchos sin registrar) entre los desplazados a Catar para trabajar en condiciones infrahumanas bajo el sistema Kafala.
Este sistema, fruto de una interpretación de la ley islámica presente en el país, es el responsable de que millares de migrantes procedentes de Bangladesh, Pakistán o Nepal se desplazaran a trabajar a Catar. El Kafala impone que es el trabajador el que tiene que garantizarse el apoyo de un empresario catarí a cambio de una considerable suma de dinero que el migrante suele tener que recaudar de los ahorros familiares, a modo de inversión. Una vez hecho este desembolso, el trabajador se convierte de facto en propiedad del empresario, que tiene derecho a controlar absolutamente todo: lugar de residencia, horario laboral, sueldo y condiciones de vida entre otras muchas cosas.
La situación de calor extrema, insalubridad y falta de infraestructuras en los campamentos de trabajadores, que se asemejan demasiado a campos de concentración, provocaron centenares de muertes al margen de las propias producidas en las obras de los estadios, que no fueron pocas. Inundaciones, epidemias y el puro agotamiento físico arrasaron con los campamentos de tiendas de lona, totalmente infradotados de los recursos mínimos para tener una vida digna.
La insoportable levedad de la crítica
Los escándalos del evento no han estado exentos de polémica. Las restricciones explícitas e implícitas hacia las mujeres en los estadios, prohibiéndoles vestir y animar libremente, han abierto telediarios en todo el mundo. La dura represión contra todo tipo de expresión LGTB, como fue el famoso caso de la prohibición de brazaletes de capitán con la bandera arcoíris, ha sido denunciada públicamente por la mayor parte de organismos públicos. ¿Pero en que se traduce estas legítimas denuncias en el hecho práctico, en la realidad material? Lo único que podemos dilucidar por el momento es que el Mundial de Catar ha sido un éxito para sus organizadores: las denuncias no han pasado de pequeños mensajes televisivos destinados a blanquear un organismo podrido como es la FIFA y, mientras tanto, Catar ha alcanzado una legitimidad sin parangón y los empresarios de todo el mundo han acumulado auténticas millonadas, aunque para ello haya habido que construir estadios a base de barro y sangre.