En 1976, el PSOE trataba de recomponer una estructura organizativa prácticamente inexistente en España. Al llegar a un pueblo de la comarca de Baza, fueron recibidos por un reducido grupo de ancianos que portaban la bandera tradicional del PSOE con los símbolos del yunque, el martillo y la pluma. Los antiguos afiliados socialistas habían escondido la bandera al final de la Guerra Nacional Revolucionaria y la habían guardado cerca de cuarenta años.
En ese mismo momento, un potente PCE publicaba un manifiesto programa, elaborado un año antes, en Arrás, en el que se defendía la democracia burguesa como concepción estratégica, culminando años de eurocomunismo interno, lo que implicaba la asunción de posiciones históricamente defendidas por la socialdemocracia del PSOE.
La anécdota resulta enormemente representativa del posterior éxito electoral del PSOE y de su capacidad de sacar rédito en términos de memoria histórica frente a quien llevó el peso de la lucha antifascista en este país. El PCE aceptó esa situación por “realismo político”, como concepto coyuntural con el que defendió una posición oportunista que se sancionaría con el abandono del leninismo en 1978.
Lo que expresa la victoria política del PSOE durante la transición y especialmente en las elecciones en las que Felipe Gonzalez es elegido como presidente de gobierno en diciembre del 82 es que la mutación del PCE a posturas socialdemócratas reforzó a un PSOE que llevaba años preparando la transición del fascismo a la democracia burguesa, vistiendose con una imagen obrerista encarnada en una chaqueta de pana y citas populistas de Felipe Gonzalez.
Quién prometía un mundo mejor para la clase trabajadora era el Partido que desapareció en la larga noche del fascismo que cubrió este país durante casi cuarenta años, tras contribuir notablemente al final de la Republica, mediante el golpe de Casado en las postrimerías de la guerra. Durante el franquismo, el PSOE, al igual que otros partidos burgueses, mantuvo su existencia mediante la acción internacional. La República Federal de Alemania tuvo un gran papel en esta labor, porque mediante la Internacional Socialista fue capaz de difundir sus posturas en Europa, influyendo decisivamente en otros países como España mediante sus partidos políticos.
La historiografía ha destacado la enorme importancia de estos apoyos en la orientación ideológica, la formación de cuadros y la reconstrucción partidaria del PSOE (y de otros partidos como el PNV, por ejemplo) y su posterior éxito electoral, que vinieron de la mano del apoyo explícito de importantes personalidades socialdemócratas europeas como Brandt, Mitterrand, Nenni, Palme o Foot y que fue un activo reiterado por los medios de comunicación. Esto llevó al PSOE a transformarse también en un partido burgués moderno, que abandonó cualquier referencia al marxismo en 1979, preparando ya el salto al gobierno de 1982.
Este dato sirve para entender cuál es el trabajo de los partidos socialdemócratas como contrapeso de los partidos liberales. El PSOE, concretamente, fue llamado a ser el gran modernizador de la economía española tras la primera crisis del petróleo de los 70. Inicia su labor reformadora con el acuerdo de las medidas de política económica general recogidas en los Pactos de la Moncloa en 1977. Estos pactos se firmaron para asegurar la paz social en tiempos de crisis económica y gran conflictividad laboral, y sentaron las bases para el pacto de la Constitución de 1978 que organizó la transición del fascismo a la democracia burguesa. Los acuerdos fueron impulsados por el Ejecutivo de UCD presidido por Adolfo Suárez, pero el apoyo del PSOE fue lo que arrastró a un PCE mutado a partido socialdemócrata. En definitiva, lo que se hizo fue sentar las bases de una transición política en favor de los monopolios españoles, garantizando la paz social.
A partir de este momento, la legislación avanza hacia la “reconversión industrial”, eufemismo mediante el que la industria pesada, especialmente la de titularidad pública, fue entregada a manos de los grandes monopolios o cerró para beneficiar fundamentalmente a monopolios industriales de países como la República Federal de Alemania. Fue un proceso de modernización de la base económica que se desarrolló durante una buena parte de los 80 y que implicó a toda Europa, en la que los cierres vinieron determinados por acuerdos para repartir el mercado entre monopolios dentro de la UE (entonces CEE) y satélites como España, que ya se vislumbraba como candidata a entrar en la unión interimperialista, lo que finalmente sucedió en 1986.
El año 1979, cuatro años más tarde que en Europa, se llegan a establecer acuerdos institucionales entre las grandes empresas y la Administración, para iniciar un proceso de «reconversión». La reconversión industrial dejó en el inconsciente colectivo palabras como desindustrialización, que fue la excusa que utilizó la socialdemocracia para legitimar los planes de modernización que apoyaron los dos polos de gestión del estado burgués, el liberal y el socialdemócrata, encarnados en UCD y PSOE. El miedo a la desaparición de la industria fue lo que facilitó el blanqueamiento de la reconversión, normalizando el chantaje laboral que diseñó la socialdemocracia y que quedó como espantajo para utilizarlo sucesivamente durante los 80 y los 90 en otros procesos similares.
La transición fue catalizada en el año 81 por un fallido golpe de Estado. Nunca se supo oficialmente a quién se pretendía poner en la Jefatura del Estado mediante ese golpe y más allá de su organización casposa y chapucera (intencionada o no), el alcance organizativo de ese intento fue silenciado. La mayor virtud del golpe de Estado fue que garantizó que el PSOE gobernase desde el año 82 hasta los años 90, aplicando esas políticas antiobreras de la “reconversión”, que fueron un auténtico ataque contra los derechos laborales y la conflictividad del movimiento obrero.
En 1980, el 82% de los trabajadores de Europa occidental se repartían en forma de renta el equivalente al 64% del producto bruto generado. En 2020 el empleo asalariado había crecido hasta el 86%, pero la participación en el producto se redujo hasta el 58%. En España, hace cuarenta años los asalariados eran el 76% de la fuerza laboral. Hoy son el 86%, pero las rentas del trabajo han pasado del 66% al 56% del PIB. La labor del PSOE, como todos los polos socialdemócratas de gestión capitalista, es precisamente legislar ese trasvase de rentas, para lo que usan conceptos de modernidad y progreso abstractos y basados en episodios parciales y coyunturales, en los que soborna a la clase obrera en momentos como el que analizamos hoy, la llamada transición, que no fue otra cosa que la modernización y equiparación del capitalismo español a sus homólogos europeos.