El 22 de julio del presente año los representantes del Ayuntamiento de Oviedo (PP), el Principado de Asturias y el Ministerio de Defensa (ambos del PSOE) firmaron el protocolo para la «reordenación urbanística y puesta en valor de la Fábrica de Armas de La Vega». ¿Y qué es La Vega? A día de hoy son unas instalaciones propiedad del citado ministerio que ocupan una superficie de 118.734 m2, de los cuales 62.522 están distribuidos en 45 edificaciones anteriormente dedicadas a uso industrial, vivienda, oficinas, enseñanza, etc.
Desde su cierre definitivo en 2012, la Fábrica de Armas de Oviedo ha sido reclamada por el conjunto de la ciudadanía como un espacio a reutilizar como recinto ferial de uso polivalente, mientras el alcalde se empeña en ubicarlo en un ridículo espacio, mal comunicado y sobre terreno arcilloso.
Sin embargo, el protocolo, perfilado a espaldas de los ovetenses, incluye la venta de una importante sección de la parcela para la construcción de 100.000 m2 de viviendas, incluyendo una torre de veinticinco plantas. Esto no solo es sangrante porque Asturias es una región en proceso de despoblamiento crónico, lo cual implica que haya miles de viviendas deshabitadas en Oviedo en concreto y en Asturias en general; sino también porque la mencionada torre se construirá donde hoy están ubicados los chalés donde residían los antiguos oficiales industriales de la fábrica. Construcciones con un valor patrimonial único, pues son la última colonia de este tipo que queda en España. Comparten destino con alguna nave y otros equipamientos del recinto, los cuales se consideran prescindibles o se encuentran en estado ruinoso por el abandono de los últimos diez años. Los ovetenses vemos cómo doña Piqueta y la especulación se llevan por delante, de nuevo, importante patrimonio arquitectónico de nuestra ciudad para sustituirlo por viviendas de utilidad incierta.
No ha pasado desapercibido tampoco que el protocolo de «recuperación de La Vega», como cínicamente dicen los representantes públicos implicados, se haya firmado en un contexto de guerra imperialista y recrudecimiento de la tensión entre los bloques de la OTAN, Rusia y China. España se ha comprometido con la alianza atlántica a elevar el gasto en Defensa hasta el 2% del PIB, y sería ingenuo no ver aquí una operación para obtener liquidez que se destinará a derramar sangre allende nuestras fronteras. La economía de guerra priva a nuestra clase de su patrimonio histórico para enriquecer a los monopolios del armamento y los constructores afines al poder político; unos se lo llevan muerto y otros, efectivamente, mueren.
La Fábrica de la Vega, además, es la última víctima en la lista de pelotazos urbanísticos que ha salpicado la política municipal ovetense en los últimos cuarenta años. Cerca de la fábrica se ha inaugurado el complejo residencial y comercial de El Vasco, llamado así por estar construido sobre la antigua estación de ferrocarril Vasco-Asturiano, la cual era una joya patrimonial de principios del siglo XX. Con el tiempo veremos si El Vasco ve sus instalaciones vacías, como ocurrió con el centro comercial ubicado en el Palacio de Congresos proyectado por el célebre Santiago Calatrava, y que resultó ser una de las mayores —y feas— estafas que se recuerdan en esta región. A este se suman otros casos flagrantes de corrupción como los relativos a la biblioteca situada en el palacio de Villa Magdalena, o el centro hípico del Asturcón. Bastan estos casos para ilustrar que ante al paulatino abandono de la capital de Asturias la única respuesta que cabe esperar la gestión capitalista a nivel municipal es el ladrillo y el hormigón.
Ante esta situación de abandono, conjugada con la extensión del sector de la construcción y el establecimiento de nuevos comercios, no cabe mayor interpretación que la de que nos encontramos ante otro flagrante caso de especulación inmobiliaria. La especulación del capital financiero e industrial, aparejada siempre a la corrupción de las instituciones estatales, no son «déficits democráticos» ni episodios de «codicia» de empresarios y políticos corruptos, tal como pretenden explicar liberales y socialdemócratas, sino partes inherentes del conjunto. La especulación aquí se expresa como un doble movimiento propio de la sociedad capitalista, regida por la valorización, tal como nos muestra la crítica de la economía política marxista. Por un lado, nos encontramos que los capitales que participan en esta actividad económica parten siempre de expectativas inciertas, a la par que se encuentran sometidos al imperativo de la competencia y la maximización de beneficio, por lo que renuncian al atesoramiento y recurren al crédito bancario para poner a valorizar constantemente nuevas sumas de capital. Es por ello que los constructores no pueden parar de construir, con independencia de cuántas viviendas vacías haya en una localidad, como tampoco dejan de implicar al sector bancario en la ecuación. Por el otro, esto no es posible sin el concurso de unos poderes públicos que, encargados de asegurar las condiciones de reproducción del capital, facilitan todo tipo de contratos o incluso se saltan su propia legalidad para que la circulación y acumulación de capital sigan su curso. La corrupción política y la especulación no son pues fallas subsanables en la sociedad capitalista, sino momentos necesarios de la misma.
La ciudadanía ovetense ha manifestado su descontento, y ha materializado esa protesta en organizaciones vecinales, algunas de ellas instrumentalizadas por Somos Uviéu —marca municipal de Podemos—, organización obviamente interesada en monopolizar la protesta para extraer rédito electoral, pero a la vez también para limitarla. La política municipal, la cual dada su escala es idónea para el ensayo de nuevas formas de articulación de espacios, económicos y culturales, fuera de la lógica mercantil y estatal, no puede restringirse al acompañamiento de protestas frente a estos atropellos a la clase trabajadora. Atropellos que, si bien se presentan como esporádicos o «faltas democráticas» de unos partidos concretos, son recurrentes y propios del sistema económico como conjunto. La Vega nos demuestra a los comunistas la importancia de la política municipal y su trascendencia para la lucha general, nos demuestra la importancia de la lucha de clases en los barrios, en lo más concreto e inmediato y su conexión con lo global. Demuestra la exigencia de crear cauces para la participación y el compromiso político de cada vez mayores sectores de la clase trabajadora, bloque a bloque, calle a calle, parroquia a parroquia; cauces que sean alternativos a los que ofrecen las instituciones municipales homologadas por la socialdemocracia, incapaces de superar las constricciones de la sociedad capitalista sea cual sea su escala.