De la cerda familiar a las macrogranjas ¿qué hacemos con la ganadería?

Durante el siglo XVIII, los propietarios de la tierra estaban divididos entre destinar su uso a la agricultura o a la ganadería. La selección de crías, el desarrollo de la industria textil para la que no era adecuada la lana producida por oveja merina en España, el aumento de población, la desamortización de la tierra priorizando su uso privado, hicieron que la ganadería aumentara, pero cambió de ser principalmente ovina a porcina (por su facilidad de cría familiar y su exportación) y de animales para el trabajo agrícola

En el siglo XIX, en pleno desarrollo industrial, la población se trasladó a las ciudades, la ganadería de subsistencia porcina se hizo más difícil y aumentaron la producción de vacuno para el comercio interior y la producción ovina que aprovechaba los terrenos de producción agrícola durante el verano. Además, aumentaron los desarrollos productivos para la ganadería: con la pasteurización, se explotaron más los productos lácteos; se industrializó la pesca; se comenzaron a desarrollar antibióticos para animales y se fueron escogiendo las razas de animales más productivas. Ya no se trataba de alimentar a una población, sino de comercializar con el alimento necesario para la clase proletaria que iba en aumento.

Ese desarrollo productivo, guiado por intereses privados, ha tenido como resultado que hoy España ocupe el 5º puesto mundial de exportación de carne, y los beneficios sigan en las manos privadas, principalmente de los propietarios de la tierra, mediante grupos de empresas o corporaciones donde se integran esos propietarios y sus empresas de piensos, farmacéuticas y procesamiento de alimento. Actualmente la ganadería avanza hacía la automatización de la vigilancia de las granjas, pastoreo con drones, ordeño con robots o la digitalización de las mediciones. Esto supondrá reducir costes para empresas ganaderas y para los grandes propietarios de tierras, como Juan Abelló, la casa de Alba o Samuel Flores (todos ellos grandes beneficiarios de las ayudas de la PAC), mientras es el trabajador ganadero quien produce y menos recibe.

Hoy, se nos enfoca el debate de la ganadería en escoger entre intensiva o extensiva, sin tener en cuenta que ambas opciones son explotadas por empresas y cuya diferencia son las hectáreas que usan y el espacio de los animales. Sin embargo, todas priorizan el beneficio económico sobre lo necesario para la clase obrera y mantienen la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción.

Por otro lado, nos llegan nostálgicos que pretenden volver a la pequeña producción familiar. Regresar a una situación preindustrial, cuando en el país apenas éramos 8 millones, y alimentar así a 47 millones de personas es totalmente irreal.

Es momento de abordar un debate sobre el futuro de la ganadería, sobre la alimentación sana, de calidad y necesaria de la clase obrera. Sobre como intervenir con nuestro entorno garantizando un futuro para las siguientes generaciones. Pero también sobre las necesidades en el mundo rural: trabajo de calidad garantizado, sin jornadas extenuantes, ni rechazando los progresos en los medios productivos.

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