Comienza un nuevo año y, por el momento, ni la pandemia ha pasado, ni se ha superado la crisis económica, ni bajan los precios de la luz y el gas. Tampoco se han derogado las reformas laborales ni se han cerrado las casas de apuestas y el futuro no pinta bien para la mayoría trabajadora. Llegados a este punto, es obligatorio hacer balance sobre algunos de los asuntos que han generado ruido en los últimos meses del año recién terminado y sacar algunas conclusiones.
Recordaremos 2021 como el año en que se demostró completamente, de nuevo, la bancarrota de la socialdemocracia. Toda una nueva generación de trabajadores y trabajadoras ya conoce, por su propia experiencia, lo que supone confiar en las promesas de quienes no tienen más horizonte que la gestión humanitaria del capitalismo.
Desilusión, desencanto y desconfianza que se pueden traducir en escoramiento hacia posiciones populistas, simplistas y demagógicas si los y las comunistas no somos capaces de exponer a sectores cada vez más amplios de la población nuestros análisis y propuestas, que son todo lo contrario al populismo, al simplismo y a la demagogia. En tiempos de consigna hueca, de grandilocuencia y de histrionismo mediático, el esfuerzo que debemos hacer para explicar aspectos esenciales de la lucha de clases debe ser mayor y mucho más argumentado, puesto que lo que hasta hace unos años era evidente para cualquier trabajador con un mínimo de conciencia, hoy resulta mucho más complicado de explicar a quienes han entrado en dinámicas de fanatismo cuasi-religioso en lo que a la política se refiere.
Quien entra en un gobierno capitalista asume los márgenes de posibilidad que le ofrece el capitalismo. Hay suficientes ejemplos ya en la historia como para que el viejo argumento de “cambiar las cosas” desde un ministerio cuele, pero la realidad es que sigue colando. Cada vez que se reinicia el ciclo de alternancia entre socialdemócratas y liberal-conservadores en la gestión estatal, vuelven con pesadez a repetirse comportamientos, consignas y engaños que atrapan con cada vez mayor perfección a la mayoría de la población en polémicas absurdas o artificiales que tienen el efecto de alejar a esa mayoría de cualquier cuestionamiento serio del estado de cosas que le ha tocado vivir y, sobre todo, de su capacidad para librarse de él.
En lo concreto, el Gobierno actual se ha especializado en calificar como “histórico” casi todo lo que hace, aunque sea muy poquita cosa. Y se ha especializado también en mentir y en manejar con eficacia los mecanismos de propaganda para que las críticas fundadas desde posiciones de clase sean conceptuadas como dogmáticas, esencialistas, políticamente irrelevantes o utópicas. Todo lo que sea necesario con tal de que no corra la voz de que el rey va desnudo.
La nueva reforma laboral, que nos presentan como “histórica” porque con ella se “ganan derechos” es el último caso. Más allá de que sepamos que, en lo tocante a temporalidad, lo importante no es cómo se llame tu contrato, sino cómo se apellide —en euros— tu despido, o de que debamos preguntarnos por qué hace falta “diálogo social” precisamente ahora, cuando nunca lo ha habido en las reformas anteriores, conviene señalar que lo esencial es que se introducen nuevos mecanismos de flexibilidad interna a favor de las empresas, mientras se mantienen inalterados los mecanismos de flexibilidad externa (coste del despido) y todas las capacidades de la patronal para modificar las condiciones de trabajo a su conveniencia (modificación sustancial de las condiciones de trabajo).
El “nuevo paradigma” que tan pomposamente presenta el Gobierno es algo que lleva planteando la Comisión Europea desde hace décadas: flexibilizar al máximo el mecanismo de venta de fuerza de trabajo en combinación con unas “políticas activas de empleo” destinadas al reciclaje de la fuerza de trabajo en función de las necesidades coyunturales de la patronal. El paradigma de la subordinación creciente a las necesidades del capital, pero asumido sin pelea por los que son subordinados. Ahí es donde el papel de la socialdemocracia está siendo esencial.
De la misma manera que será la socialdemocracia quien gestione otro evento —suponemos que “histórico” también— como es la cumbre de la OTAN que se celebrará en junio en Madrid. La anterior cumbre celebrada en España fue en 1997 y en ella se discutió sobre la ampliación de la alianza al Este. En 2022 se aprobará el Nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, lo que su secretario general, Jens Stoltenberg, ha bautizado como “Concepto Estratégico de Madrid”, vinculando aún más a nuestro país con las políticas imperialistas y asesinas de la alianza atlántica. Los comunistas estaremos en primera línea de la lucha contra la cumbre con una propuesta muy clara: queremos a España fuera de la OTAN y a la OTAN fuera de España. Pero, visto como están las cosas, todavía escucharemos a algún “comunista del Gobierno” diciendo que la OTAN es de toda confianza, incluso muy conveniente. Porque hombre blanco hablar con lengua de serpiente.