Luis Cernuda murió en noviembre de 1964, más de un cuarto de siglo después de que tuviera que exiliarse de España. Su último poemario, Desolación de la quimera, contenía poemas escritos desde el año 56 al 62. En ese libro final y definitivo, el poeta sevillano incluyó un poema de título sin palabras, sólo números: 1936. Ciertamente, son números que lo dicen todo. 1936, el año. 1936, año cero del terror y la esperanza, del futuro o la barbarie. El poema es, quizás, el más sentido y hondo, el más sencillo y directo, de Luis Cernuda. Casi nadie lo conoce por su título —tan sugerente y lleno de significado— sino como el de Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, su primer y poderoso verso.
El poema, escrito con posterioridad a junio de 1961, cuenta la historia del encuentro entre el poeta y un antiguo brigadista del Batallón Lincoln. Cuenta Cernuda cómo, veinticinco años después de que ese hombre fuera a luchar a España, y tras tantas derrotas, seguía teniendo fe y luchando por la misma causa. El poeta, emocionado, no puede sino reconocer que un solo hombre como aquel basta para recuperar toda la esperanza perdida.
El poema hay que leerlo. Y recordarlo, en el mismo sentido que dice ese primer verso imperativo y militante. Y explicar su importancia, su viva trascendencia.
Cernuda, exiliado en México, alternó su labor docente en la Universidad Autónoma de México con estancias y cursos impartidos en otras universidades americanas, como las de Los Ángeles o San Francisco. Desde agosto del 61 a junio del 62 fue profesor en la San Francisco State College. Allí, el 6 de diciembre de 1961, ofreció una conferencia y recital de sus poesías. El evento fue grabado, y es una suerte que esa grabación haya sido conservada, de tal manera que podamos escucharla hoy. En ella se escucha a Cernuda recitar en español trece de sus más conocidos poemas, y comentarlos en inglés para los asistentes, que también escuchan una traducción de los mismos, leída por un orador americano. La grabación nos muestra al poeta en su senectud, cuando apenas le quedaban tres años de vida; sin embargo, la voz de Cernuda destaca por su timbre juvenil y su tono afable y cercano. Llama la atención su lectura, sin engolamientos de poeta, su recitar natural, sin imposturas, y su tono explicativo, de buen profesor.
Pero aquel día de diciembre de 1961, en aquella lectura pública, ocurrió algo más significativo que el evento en sí mismo, algo que no quedó grabado por un magnetófono, sino por el poema imperecedero, indoblegable, del que hablamos. Fue ese día, precisamente, el que Cernuda coincidió con el veterano del Batallón Lincoln. El encuentro le sirvió al viejo poeta para escribir un poema que, en efecto, devolvía la realidad a 1936, devolvía el deseo a las aspiraciones de 1936, al mundo por ganar.
La voz del poeta, en aquel evento de hace más de medio siglo, contrasta con la leyenda del Cernuda arisco, pesimista y encerrado en sí mismo que con posterioridad se ha venido difundiendo, con gran simpleza la mayor parte de las veces. Y el poema 1936 corrobora que Cernuda fue hasta el final un militante del futuro, por mucho que a él el futuro se le hubiera negado de acuerdo a sus deseos. No fue Cernuda un derrotista, por mucho que algunos se empeñen, ni un poeta ensimismado e individualista (un romántico postrero y perdido), sino todo lo contrario, un poeta de su tiempo y de su pueblo. Habrá que recordarlo, y recordárselo a otros.