- ¡Oiga! ¿Usted en qué Dios cree?
- ¡Dios no existe!
- ¿Cómo que no? Usted es un negacionista.
- ¿¡Negacionista!? Demuestre su existencia.
Esta conversación es ficticia porque la creencia religiosa es un acto de fe, no una cuestión científica, pero el concepto más desubicado es el de “negacionismo”. El no creyente no puede ser negacionista porque, previamente, el creyente tendría que demostrar científicamente la existencia de Dios. Por el contrario, aquellas personas que niegan la barbarie nazi – fascista sí son negacionistas porque niegan lo evidente: han quedado restos materiales irrefutables, millones de testimonios que vivieron la barbarie, y gran parte de la academia y prensa burguesa evidenciando las pruebas porque en cierto momento sí les convenia. Así, no se puede ser negacionista de las acusaciones anticomunistas por la misma razón que el no creyente no puede ser negacionista. Ni la propaganda de Joseph Goebbels, ni el informe Jrushchov, ni el Libro negro del comunismo u otras novelas como Archipiélago Gulag o Vida y Destino tienen base científica. En algunos casos, la propaganda anticomunista se basa en medias verdades convertidas en grandes mentiras o, directamente, en auténticas mentiras repetidas mil veces, pero para creérselas se debe hacer un acto de fe.
Hay, pero, episodios significativos de la propaganda anticomunista que cabe recordar y analizar, no por ser parte de la literatura novelesca y ficticia, sino por las nefastas consecuencias inmediatas que tuvieron y pueden tener.
El 27 de febrero de 1933 ardía el Reichstag, un edificio de estilo neorrenacentista que simbolizaba la unidad liberal germánica. Pocas semanas antes, Hitler había ascendido a la cancillería alemana. Se acusó con “pruebas” falsas a los comunistas del incendio del edificio. A la mañana siguiente, mientras aún humeaba la dieta imperial, se publicó el Decreto del Incendio del Reichstag. Estaba escrito de antemano, y en él se acusaba al comunismo de ser enemigo de la nación, legalizaba su persecución e incrementaba la lucha contra el movimiento obrero alemán. Pero cabe también recordar un elemento fundamental. No fueron los nazis los que más espartaquistas y sindicalistas mataron o dejaron matar. Hitler ascendió al poder financiado por grandes empresarios alemanes y americanos entre otros, pero encontró el terreno previamente allanado por la socialdemocracia. El SPD fue un pilar fundamental de la República de Weimar, del aplastamiento de la revolución espartaquista, de la acción criminal de los Freikorps y del ascenso del nazismo.
El 19 de setiembre de 2019, la UE aprobaba una resolución con la cual se equiparaba el nazismo con el comunismo, se reinventaba la historia de la Segunda Guerra Mundial, se ocultaban los pactos entre Alemania, Francia y Gran Bretaña y se instaba a los estados miembros a perseguir el comunismo. Entre los partidos españoles votaron a favor PP, VOX y PNV, pero también PSOE y ERC. La historia tiene elementos repetitivos. Esta resolución venía precedida por otras, por ilegalizaciones de partidos comunistas en algunos países de la UE y por una propaganda anticomunista aberrante que se hincha año a año. Es el anticomunismo a kilos. La supuesta matanza de Katyn fue una denuncia hecha por los nazis en 1943. Acusaban a los judíos del ejercito rojo de haber matado dos mil oficiales polacos, mientras, ellos aplicaban la solución final. Terminada la Guerra, cuando EUA recicló la mayoría de los miembros del aparato nazi, también recicló las mentiras de la propaganda de Goebbels. Y los muertos de Katyn empezaron a aumentar: tres mil, cinco mil, doce mil, diecisiete mil… Igual pasa con el global de los supuestos muertos de Stalin: diez, cuarenta, ochenta, cien, ciento veinte millones… ¿Quién da más? Pero por ninguna parte confeccionan una pirámide de población soviética de los años sesenta o setenta.
Negar los cien mil trillones de muertos de la propaganda anticomunista no es negacionismo, es necesario, es un acto de dignidad antifascista, memoria y rigor histórico. Es luchar por el presente. La historia del anticomunismo es tan vieja como la de la lucha de clase en el capitalismo y se acrecienta después de la gran Revolución de Octubre, se frena un poco durante la Segunda Guerra Mundial y no para de aumentar desde entonces. Porque el anticomunismo es un elemento político intrínseco a la ideología liberal, es la mayor contradicción antidemocrática en tiempos de democracia burguesa, es la reacción de cualquier liberal ante su mayor fantasma. Da igual que no haya un fuerte Partido Comunista enfrente, el fantasma siempre está. Por eso, cuanto más nerviosa se pone la patronal y más reaccionaria se muestra, más histriónico e histérico se vuelve el anticomunismo, hasta el punto de contabilizar entre los supuestos muertos del comunismo soldados de la Wehrmacht, abortos, eyaculaciones prematrimoniales o muertos por COVID-19, y convertirse así, en una autocaricatura grotesca solo apta para vehementes creyentes anticomunistas, fanáticos y fervorosos.
Ferran Peris