En los últimos años se ha dado un considerable aumento de la conciencia de opresión o de la mayor explotación que sufre la mujer, pero esta conciencia o ese despertar de una gran parte de mujeres, sobre todo jóvenes, ha ido de la mano corrientes feministas que no han llevado (ni lo harán) la organización en torno a la reivindicación de cuestiones materiales sino que en el mejor de los casos ha llevado a la manifestación de hartazgo, a la consigna generalizada en contra de la desigualdad o contra la violencia machista.
La realidad en cambio nos demuestra como los derechos no se consiguen concienciando a quienes se benefician de nuestro trabajo o a quienes gobiernan para que sigan haciéndolo. La historia nos ha enseñado como los derechos y los avances en cualquiera de los ámbitos de la vida de nuestra clase han sido consecuencia de largas luchas que los han conquistado.
La propia definición del movimiento feminista, en el que tienen que caber “todas”, lleva a no exigir o no organizar esa lucha en torno a objetivos concretos que comiencen a situarnos en el camino de cambiar las condiciones sobre las que se asienta la desigualdad, porque eso llevaría a la división del propio movimiento. Así una vez más las trabajadoras, las explotadas, las que no tenemos los recursos para huir de la violencia, las que cuando no tenemos plaza en una escuela infantil pública o en un centro de mayores nos vemos en la tesitura de elegir entre trabajar o cuidar a nuestras familias con la dependencia económica que eso genera, perdemos una vez más.
Si queremos cambiar esa realidad lo que toca es preguntarse cómo, dónde y para qué tenemos que dar la batalla. Nuestros objetivos inmediatos, por un lado, los derechos laborales, para los que necesitamos las organizaciones sindicales, y por otro, la liberación del trabajo de cuidados que solo puede ir de la mano de la mejora sustancial de los servicios públicos, para lo que a la par de la organización sindical es imprescindible la lucha desde los barrios.
En los barrios y pueblos que es dónde estudian y juegan nuestros hijos, dónde convivimos y donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo libre. Mejor dicho, dónde deberíamos de disfrutarlo si no tuviésemos que encargarnos de garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo, es decir, de las tareas de cuidados que nos llevan más de otra media jornada laboral (una media de 27h semanales). Es en los barrios también dónde se han dado las mayores luchas para exigir los servicios públicos que las familias trabajadoras necesitan. Las luchas por escuelas, centros de salud, bibliotecas, transporte público, etc., han sido luchas históricas de los barrios obreros de nuestro país. Desde el franquismo las mujeres hemos sido protagonistas de estas luchas vecinales y es ahí donde debemos de poner el foco de nuevo: recuperar la importancia de la organización vecinal es para nosotras la clave para comenzar a exigir los servicios públicos que comiencen a liberarnos de las tareas de cuidados tan necesarias para la sociedad, tareas que además de suponer para muchas una doble jornada de trabajo, condicionan el acceso al trabajo asalariado en igualdad de condiciones.
Debemos de llevar a las Asociaciones Vecinales las necesidades concretas de la mujer. Hacer de ellas herramientas de lucha para la mujer trabajadora que nos permita no solo ver que no estamos solas, que los problemas de conciliación, el estrés y cansancio que nos genera no es una cuestión individual, sino que es un problema de todas nosotras y de toda la clase obrera. Juntas y ligando estas necesidades al conjunto de reivindicaciones de los barrios somos fuertes.
Ejemplo reciente han sido los peores momentos de la pandemia, cuando miles de personas, en su mayoría mujeres, han visto como la única respuesta en un momento tan crítico ha sido el apoyo vecinal, cientos se han involucrado en las recogidas y repartos de alimentos. Transformemos esa solidaridad en la organización y la movilización que comience a conseguir avances en la socialización.
Comencemos exigiendo los servicios públicos para garantizar el cuidado de nuestras familias, la educación pública y gratuita de 0 a 3 años con plazas suficientes en cada barrio, los centros de día y residencias de mayores, centros con actividades deportivas y culturales para menores y avancemos hasta conseguir no solo lo posible sino lo necesario.
Fortalecer las organizaciones de clase, allí dónde trabajamos y donde vivimos, no solo es el camino para nuevas conquistas, sino que también la única forma de frenar a la reacción, una reacción que anda envalentonada y que azuza en nuestros barrios a la juventud obrera. Que mientras unos llaman a votar para parar al fascismo y otras dicen que el feminismo es lo necesario para pararlo, nosotras vivimos como se pasean, amenazan y acosan a quienes de verdad luchamos. Y la historia una vez más nos da la razón, nos ha demostrado que la única manera de frenarlo es la organización de las mujeres y hombres de una misma clase, que ningún parlamento ha acabado con el fascismo y desde luego que no fue el movimiento feminista el que organizó a las mujeres contra ellos.
Recojamos el testigo de quienes no solo les hicieron frente, sino que nos señalaron el camino hacia un mundo libre de explotación y de todo tipo de opresión.
Aída Maguregui