Hace exactamente un año el tema del momento era la investidura de Pedro Sánchez. En nuestras páginas se hablaba del acuerdo de gobierno entre las fuerzas socialdemócratas y se avisaba ya de los efectos negativos que tendría para la mayoría trabajadora. La coincidencia de la gestión socialdemócrata con la nueva crisis capitalista, que los datos en aquel momento permitían pensar que estallaría en dos o tres años, estaba también encima de la mesa. Entonces no podíamos prever que la terrible pandemia que se desató pocos meses después actuaría como catalizador de la crisis económica y nos llevaría a uno de los años más nefastos del capitalismo en el mundo entero.
Frente a las ilusiones sembradas por los socios de la coalición gubernamental, en enero de 2020 avisábamos de los peligros que implica confiar en la socialdemocracia, al tiempo que poníamos negro sobre blanco que el nuevo Gobierno estaba llamado a desarrollar con rapidez las medidas necesarias para “modernizar” el capitalismo español, en el sentido de dar una nueva vuelta de tuerca a la forma en que se ejecuta en España la explotación capitalista.
El estallido de la crisis y su desarrollo durante todos estos meses han puesto encima de la mesa mucho más de lo que preveíamos el pasado mes de enero. Este período ha ofrecido magníficos ejemplos de cómo la socialdemocracia gobernante, bajo el argumento de proteger a las clases populares contra los efectos de la crisis, introducía de manera acelerada toda una batería de medidas que van en la dirección de consagrar la subordinación del trabajo al capital.
A pesar de las campañas propagandísticas, a veces tan burdas que generan sonrojo, basta echar un vistazo a la situación de las condiciones de trabajo y de vida de la mayoría del país para ver que, lejos de mejorar, van empeorando con rapidez: sueldos que no permiten llegar a fin de mes, maratonianas jornadas de trabajo repartidas entre diferentes empresas, rebaja de la protección social básica… todo encaminado a garantizar una mayor tasa de beneficio a los capitalistas propios y ajenos.
La socialdemocracia ha vuelto a demostrar la razón de su existencia y no caben mayores discusiones al respecto. Son, quizá, la herramienta más útil para la defensa y gestión de los intereses de la clase dominante, ya que son los que facilitan que las medidas más traumáticas para la clase trabajadora se ejecuten sin excesiva contestación, todo ello tras difundir la idea de que “los otros son peores”.
Por eso sigue siendo la época de la revolución. Realmente no hay otra alternativa que permita situar en el centro del debate político, social y económico los derechos de la mayoría trabajadora que produce la riqueza del país. El capitalismo “bueno” y el capitalismo “malo” se parecen demasiado y está sobradamente comprobado que la fuente de los problemas de nuestra clase no está en la forma de gestión del capitalismo, sino en el sistema mismo, que con sus leyes y su lógica intrínseca necesita cada vez de mayores sacrificios de la clase obrera para que los “cortadores de cupones” puedan seguir enriqueciéndose. No hay alternativa dentro del capitalismo y en tanto perviva este sistema pervivirán todos los males que genera.
En este escenario, no podemos pasar por alto que en 2021 se cumple el centenario de la creación del Partido Comunista de España (Sección Española de la Internacional Comunista). Por ello, este año debe ser un año de reivindicación, lo más clara posible, de la necesidad de tener presente el hilo rojo que une a los comunistas de nuestro siglo con los comunistas del siglo pasado, con sus luchas, sus avances y sus retrocesos.
No dudamos que habrá quien pretenda enfocar este aniversario, desde los despachos parlamentarios o gubernamentales, como un acto más de reivindicación de los valores de la democracia burguesa y de sus instituciones. Por eso, desde estas páginas, seguiremos esforzándonos por reivindicar que el PCE (SEIC) nació con el objetivo de hacer triunfar la revolución socialista en España y no para gestionar el capitalismo. El papel de los comunistas españoles no puede reducirse a la constante legitimación del poder burgués que, desde hace más de cuarenta años, vienen realizando los que asumieron la monarquía y la Constitución y hoy asumen responsabilidades de gobierno.
Sigue siendo la época de la revolución y nuestra clase sigue necesitando una herramienta para llevarla a cabo: el Partido Comunista. Pero un partido comunista que sepa para qué existe, que mantenga una línea político-ideológica independiente y, sobre todo, que no engañe a los trabajadores y trabajadoras colocándoles al rebufo de la última ocurrencia o de la última moda ideológica surgida de los laboratorios de ideas de los capitalistas, que siempre terminan por desarticular un poco más el potencial revolucionario de la única clase que es capaz de vivir sin explotar a ninguna otra.