¡Mi empresa no se cierra! En la industria catalana, creer en la victoria es el primer paso para ganar

Cuando a principios de marzo la ministra Calviño, encargada de los asuntos económicos, hablaba de la crisis económica venidera usando adjetivos como “transitoria” o “poco significativa”, probablemente más de uno en los barrios obreros de las grandes ciudades catalanas estaría dedicándole una mirada socarrona. Si el golpe económico de 2008 fue ya tremendo, siniestro era el presentimiento que arrastraban los cierres industriales que se vienen produciendo en Catalunya, como en muchos otros territorios, desde el 2017-2018.
Los datos macroeconómicos previos a marzo de 2020 ya indicaban el advenimiento de una crisis mundial y ni la más bonita de las palabras del Gobierno ha podido con la terca realidad. Una terca realidad que nos deja en otoño con miles de puestos de trabajo arrojados a la máquina trituradora y los ERTE desapareciendo a marchas forzadas.

Los últimos tres años han sido en Catalunya una constante de cierres en el sector industrial, indudablemente acelerados en la crisis actual. Se han marchado ya o han anunciado su inminente deslocalización empresas de sonado renombre y marcada importancia económica. Las que no lo han hecho, se disponen a esquilmar a la plantilla. Hablamos de empresas como Bosch y Saint Gobain en el Penedès; Continental, Huayi, Prysmian y TE Connectivity en el Vallès Occidental; Bacardí y Bossar en el Oriental; Gallina Blanca, Aludyne Automotives y Nobel Plastiques en el Baix Llobregat. ¿Y cómo no hablar de Nissan, con sus proveedoras como Marelli, Acciona y otras?

Así, mientras algunos siguen hablando de crisis en “V”, los trabajadores son echados a la calle sin remisión. Y, claro, los obreros responden al anuncio de despido con sorda indignación, se echan a la calle, se suceden las huelgas. Prácticamente no hay semana en la que no se anuncie en la industria o en otros sectores económicos una huelga indefinida en Catalunya. Y toda huelga indefinida, si es contra el anuncio de un cierre, empieza con el mismo lema: ¡no al cierre de la empresa!

Automáticamente se ponen en marcha los mecanismos del capital. Mientras tanto, los trabajadores montan un campamento en la entrada de la fábrica, se suceden las manifestaciones, los puños están en alto. La empresa espera pacientemente. Espera. ¿Y qué espera? Espera el período de consultas para el ERE de extinción de plantilla. Se suceden las reuniones. “¡La empresa no se va a cerrar!” anuncian a grito los representantes de la plantilla. “¡La empresa no se va a cerrar!” corean los trabajadores. La mayoría de voces unidas al coro son sinceras, pero poco importa eso: al finalizar el período de consultas, la empresa pone la oferta definitiva sobre la mesa. Se ha acabado el hablar: ¡os daremos la mínima indemnización! Jornadas maratonianas con reuniones de último momento y se ultima un acuerdo. El mejor acuerdo posible, dicen, y posiblemente sea cierto en esas circunstancias.

Pero, ¿en qué punto del camino se quedó la consigna contra el cierre de la empresa?
Posiblemente nadie estuviese mintiendo al decir que no querían el cierre de la empresa. Tener un camino marcado para ello ya es otra cosa. El artículo 51 del Estatuto de los Trabajadores, que exigía autorización administrativa para los ERE, es ahora poco más que decorativo con su nuevo y flamante redactado, obra de la última reforma laboral. ¿Quién y cómo dirá a la empresa que se quede, que no nos eche?

Falta una pieza en el rompecabezas. ¿Por qué y cómo vamos a forzar que se quede a una empresa que quiere irse? ¡Que se vaya! Pero sus activos se quedan aquí. La empresa tiene que ser expropiada por el Estado bajo control obrero.

¡Alto! “Esto es una utopía, nunca ha funcionado”. En este punto se detiene toda conversación al respecto entre los trabajadores. “No hay voluntad política para hacerlo, no hay precedentes”. Qué cierto: no hay voluntad política porque el Estado es de los capitalistas. Sólo hace lo que nosotros queremos cuando le obligamos, y lo hace temporalmente mientras se prepara para asestar el siguiente golpe.

Tengámoslo claro: una economía socializada, controlada por los obreros y planificada científicamente, sin que opere la ley del valor, no son posibles en el capitalismo. Constituyen el horizonte posible y necesario a plantear en cada lucha. La nacionalización de determinadas empresas, de forma temporal y bajo el influjo de nuestra lucha, puede suceder en cualquier momento si se dan las circunstancias para ello.

Los comunistas, pero no sólo nosotros sino también otros trabajadores conscientes en el movimiento obrero y sindical, tenemos una tarea por cumplir: no engañar a los trabajadores diciéndoles que es posible lo que no es posible en el capitalismo y, al mismo tiempo, no dejarles renunciar a ninguno de sus objetivos. Ambas cosas son posibles y no son contradictorias.

Sin la perspectiva de la nacionalización y del control obrero, sin la voluntad de dar una lucha clasista independiente y decidida, jamás ganaremos la lucha general por el poder político, tan real como la vida misma y extremadamente necesaria. Pero tampoco ganaremos las batallas más elementales en las empresas. No se puede ganar sin creer en la victoria. Creer en la victoria es el primer paso para ganar.

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