El 29 de septiembre el Tribunal Supremo ratificó la inhabilitación de Torra. Se sucede al cese del anterior presidente Puigdemont y a las oscuras maniobras judiciales para impedir que el Parlament eligiera a Jordi Sánchez o Jordi Turull. El hecho que lleva a la inhabilitación es la tardanza que tuvo el President en retirar una pancarta a favor de los presos del procés en campaña electoral. Si a ello le sumamos los atropellos judiciales, los movimientos de Lesmes para que esto se juzgara en la sala segunda del Supremo (la que el PP reconoció que controlaba “por detrás”) y la clara desproporcionalidad de los hechos, tenemos un cuadro dantesco en Cataluña, donde la democracia formal capitalista está siendo seriamente mutilada por el poder judicial. Todo ello nos debe llevar a un rechazo claro y rotundo a la inhabilitación, al margen del personaje inhabilitado.
La situación planteada nos lleva formalmente a pensar en Torra y JuntsxCat como los principales damnificados de una ofensiva reaccionaria, pero nada más lejos de la realidad.
La legislatura ha estado vacía en cuanto contenido parlamentario y legislativo. Se han aprobado solamente 10 leyes, una ridiculez en comparación con las más de 100 de otras legislaturas. La ley más importante que se presentó por el Govern, la llamada Ley Aragonés para la privatización de servicios públicos, fue rechazada. Ante esa incapacidad, La Generalitat se ha dedicado a realizar durante 3 años acciones de puro simbolismo para mantener viva la confrontación con el Estado, una vez que el proyecto independentista había sido duramente derrotado. Hay que recordar la hábil estrategia de Artur Mas en su día de subirse al carro independentista para mover todo el debate público desde el conflicto de clases al conflicto nacionalista y poder así mantener el poder. Sus herederos, JuntsxCat, siguen con la misma estrategia, y necesitan, como el comer y para comer, que el debate esté siempre centrado en el conflicto nacional. Torra sabía que le inhabilitarían por no retirar la pancarta. Lo hizo para tensar el conflicto en las anteriores elecciones y para que JuntsxCat pueda renovar su rol victimista para las siguientes. El nacionalismo español y catalán se retroalimentan para mantener en el centro del debate el conflicto nacional y dejar fuera de juego a la clase obrera y la lucha de clases. Para dejar de bailarle el agua a los nacionalismos, la independencia necesaria es la de la clase obrera.