En junio, dos mujeres jóvenes fueron arrolladas por un tren en Cantabria. Días más tarde, nos enterábamos de que eran mujeres prostituidas: una de ellas quería lanzarse para acabar con todo y la otra intentó impedirlo. Las dos murieron al instante.
Durante el confinamiento provocado por la covid-19, miles de mujeres prostituidas han sufrido en todos los aspectos de su vida, agravando todavía más su vulnerable situación. Sin ningún tipo de ingresos y sin una alternativa real, las deudas que han ido acumulando en los meses en los que toda la población hemos estado encerrada, ha ido creciendo, con lo que esto conlleva.
Sin poder pagar sus “deudas” a aquellos que las maltratan y las explotan, los burdeles siguen llenándose de puteros que las humillan. Los burdeles siguen acogiendo con las manos abiertas a desalmados que, pagando a aquellos que trafican con cuerpos, buscan unas caricias compradas para sentirse mejor con ellos mismos… ¡Y encima pensarán que están haciendo un favor a la muchachita morena de ojos verdes que intenta ganarse la vida vendiendo (de manera obligada) su cuerpo! ¡Se creerán que esas muchachas les recibirán con los brazos abiertos a sus fingidos salvadores!
Mientras tanto, nos encontramos con grupos, que según dicen son defensores de los derechos de la mujer, que pasan esto por alto. Tal y como diría Alexandra Kollontai en Los fundamentos sociales de la cuestión femenina: “La prostitución, abiertamente menospreciada y condenada, pero secretamente apoyada y sostenida”. Unas palabras escritas en el año 1907, hace más de 100 años, pero que se tornan hoy más actuales que nunca.
Grupos que dicen ser abolicionistas pero que permiten que supuestos sindicatos, como OTRAS, campen a sus anchas, que piden la regularización porque existen divisiones en el feminismo, que intentan aprobar leyes que lo único que hacen es acrecentar los roles de género que se atribuyen a los sexos… Pero que en ningún momento se plantean, por todo el interés que tienen por debajo, la abolición real. Y debemos dejarlo claro: todo aquello que no signifique abolir la prostitución, es la legitimación de la legalización y la regularización del proxenetismo.
La compra y venta de caricias, de cuerpos, de placer, es completamente contrario a la igualdad entre los sexos; es imposible una sociedad justa, solidaria e igualitaria si la prostitución sigue existiendo.
La crisis sanitaria nos ha mostrado, de una manera más clara todavía, que las mujeres prostituidas son las grandes olvidadas de la sociedad. La ideología burguesa, amparada por la socialdemocracia, ya se encarga de distraer a la clase obrera con debates que nos son completamente ajenos mientras que una parte de la comunidad, aquella que parece que vive en las cloacas de la sociedad, sigue sufriendo día tras día, sigue siendo maltratada, humillada, explotada y asesinada por un sistema que las expulsa de cualquier opción diferente.
Mujeres prostituidas que, en la mayoría de los casos, llegan engañadas a nuestro país bajo promesas irreales, u otras muchas que creen deber un dinero a los traficantes para poder volver a ver a su familia o saber que no les va a pasar nada.
El alquiler de cuerpos para el uso y disfrute de unos pocos no es una opción ni libre ni meditada. Es una consecuencia directa de un sistema que expulsa a una parte de la sociedad a subsistir y a buscar alternativas no deseadas. Una parte de la población, como son las mujeres, que tienen más probabilidades de sufrir la pobreza en sus carnes o de no encontrar un trabajo por el simple hecho de ser lo que son, mujeres.
Es injusto y vergonzoso que de puertas para afuera unos y otros digan alto y claro “¡Soy abolicionista!”, pero que mientras tanto, no vayan a la raíz del problema y se abstraigan y entretengan jugando al juego de los géneros y los sexos. Es injusto y vergonzoso que miles de mujeres en España sufran todo tipo de barbaridades en su vida porque algunos pocos disfrutan vejándolas y otros pocos legislen en su contra.
La solución no está en este sistema, y eso hay que tenerlo claro. No vivimos con una venda en los ojos que nos aparta de la sociedad, sino todo lo contrario, sabemos del sufrimiento de la clase obrera y de los sectores populares, y sabemos del padecimiento de las mujeres prostituidas.
Entretanto, aquellas que querían asaltar el cielo, siguen varadas en el callejón sin salida al que conduce los debates y medidas promovidos por la socialdemocracia en cualquiera de sus formas. No se ha dado ni un solo paso que permita a estas mujeres encontrar una alternativa digna de futuro que las permita escapar de la rueda de la explotación en todas sus vertientes.
Aquello de “de cada cual, según su capacidad, a cada cual, según su necesidad” se hace imprescindible. ¿Y esto como se consigue? Luchando por una nueva sociedad, luchando el conjunto de los trabajadores y trabajadoras por un país para la clase obrera.