El pasado 20 de octubre se celebraron en Bolivia elecciones generales, en las que el partido Movimiento al Socialismo (MAS), encabezado por Evo Morales, obtenía el 47,08% de los votos, seguido por el partido Comunidad Ciudadana, que obtuvo el 36,51%. Ante estos resultados, la derecha y las fuerzas reaccionarias bolivianas llamaron a la movilización para denunciar el fraude electoral, y convocaron protestas en la calle pidiendo una repetición de las elecciones, denuncia apoyada por la Organización de Estados Americanos (OEA, instrumento demostradamente ligado al imperialismo norteamericano) que el 10 de noviembre, emite un informe acusando al gobierno de fraude en el conteo de los votos.
En el mismo tiempo, una espiral de violencia se extiende por el país. El presidente Evo Morales llama a defender el país ante este golpe de Estado, y mientras el ejército y la policía se amotinan contra el gobierno, en el otro lado se acumulan los heridos/as, detenidos/as y asesinados/as. En este contexto de presión el presidente Evo Morales anuncia la convocatoria de unas nuevas elecciones en Bolivia.
Horas después grupos violentos de golpistas atacan a varios dirigentes del MAS, asaltando la casa de Evo Morales, incendiando la casa de un gobernador y vejando públicamente a la alcaldesa de la ciudad de Vinto, que fue arrastrada por la calle, donde la rociaron con pintura y le cortaron el pelo. Evo Morales decide anunciar su dimisión como presidente (junto con la del vicepresidente, presidenta del Senado y presidente de la Cámara de Diputados), así como su salida del país.
En este marco, la derecha boliviana da un paso hacia adelante y proclama a Jeanine Áñez, del partido Movimiento Demócrata Social y segunda vicepresidenta del Senado, como nueva presidenta del país. Áñez es reconocida inmediatamente por países como Estados Unidos, el Brasil de Bolsonaro, o la Colombia de Iván Duque.
Áñez decreta una orden por la que se le exime a las Fuerzas Armadas y a la policía boliviana de responsabilidad penal en la represión contra los manifestantes que protestan contra esta agresión reaccionaria. Así, a día de hoy, entre las filas de las y los luchadores sindicales, indígenas, populares, trabajadores… se cuentan más de una decena de asesinados por fuego militar, muchos más heridos y centenares de personas detenidas y torturadas. A pesar de esta brutal represión, no dudan en resistir, responder y salir a la calle a movilizarse contra el golpe.
Los y las comunistas condenamos enérgicamente este golpe de Estado. Condenamos la violencia, las agresiones y la represión contra el pueblo boliviano organizado que resiste la ofensiva reaccionaria, reconocemos la lucha popular y de resistencia que se está dando en el país, y llamamos a la solidaridad internacional con el Partido Comunista de Bolivia, con las masas trabajadoras, populares e indígenas bolivianas que luchan contra el imperialismo en su país.
Pero, por otro lado, los y las comunistas también debemos llamar la atención sobre lo que está realmente detrás de esta situación. A día de hoy distintas facciones de gobiernos de la burguesía, de corte progresista o reaccionario, chocan por el dominio del poder político del país. Así, el ejemplo particular de Bolivia nos permite ver la cuestión general de cómo el capitalismo puede parecer más “amable” a partir de políticas puntuales que suavicen los efectos de la explotación y generen ilusiones en el pueblo trabajador (como las nacionalizaciones que Evo Morales aprobó en Bolivia). Sin embargo, ningún gobierno que no cuestione las bases en las que radica el modo de producción capitalista será un gobierno que resuelva de una manera definitiva los problemas de las y los trabajadores, por el contrario, serán gestores de esa explotación.
La evidencia de que estas medidas no atacan el origen de fondo de los problemas de la clase trabajadora generan descontento con la gestión socialdemócrata, y esto supone la oportunidad perfecta que necesitan los sectores más reaccionarios de la burguesía, nacional e internacional, para desestabilizar países y provocar una situación de violencia como la que hoy en día vive Bolivia y otros países de América Latina. Y a esta burguesía no se le escapa que otro ciclo de crisis económica está gestándose en las bases del sistema capitalista, y necesita estar mejor preparada que para la crisis de 2008.
Lo que ocurre en Bolivia no es ajeno a la clase trabajadora en España. Las lecciones de lo que a día de hoy sucede en el país latinoamericano tienen una relación muy clara con la actual situación política que vivimos en España con el auge de la ultraderecha y las esperanzas en el gobierno PSOE-UP. El PCTE lleva tiempo desenmascarando esta verdad, y eso es lo que los y las comunistas nos empeñamos en denunciar cuando hablamos del peligro de la socialdemocracia.