Hay determinados lemas políticos que se marcan a fuego. Pasan los años y sigues acordándote de esa consigna que se repite machaconamente, persevera y se mantiene como el ajo llegando a forzar la bilis. Hay lemas que marcan épocas y cada año que pasa, se cargan de nostalgia y tiempo en los libros de historia. El Yes we can y el Make America great again van por ese camino. Esas consignas no vienen solas, se acompañan de escenarios políticos recurrentes. Pasan las semanas, los años y las décadas y aunque todo cambie, tenemos la sensación de que nada ha cambiado, de que vivimos en un escenario político que se repite. Proyectos que son una aspiración a la que determinados grupos no renuncian.
Como la nieve en las playas del Mediterráneo, en enero de 2017 llegaba Donald Trump a la presidencia de los EEUU; de golpe y contra todo pronóstico, lo que para algunos no iba a pasar en la bendita democracia norteamericana, pasó. Con el nacionalismo por bandera y declaraciones que parecían de otra época, ganaba las elecciones y lanzaba un objetivo sencillo, recuperar la vieja gloria del pasado y situar a los EEUU de la mejor manera posible en un escenario complejo y en constante cambio a nivel internacional. America first es un mensaje que lo deja bien claro, no van a aceptar competencia. El escenario internacional es complejo, surgen luchas y competidores que no son tigres de papel, y sufre constante cambio, países que aspiran liderar el sistema imperialista.
Ese mismo año, en verano, con las chanclas, la crema y nuestras playas a rebosar, se filtraba a la prensa alemana un informe de Merkel y Macron sobre la creación de un ejército europeo. El viejo sueño de la UE vuelve de nuevo, se repite, precisamente ahora cuando más cuestionado se encuentra el proyecto de Bruselas y cuando más inestable es la política internacional. Cuando las políticas proteccionistas y los aranceles avanzan con los nuevas tensiones. La guerra comercial es abierta y por eso surge el Make America great again. Por eso no fue casualidad que Francia y Alemania se lancen a la piscina precisamente 6 meses después de que Trump llegue al gobierno. Parece un deja-vú, un trasfondo político que se repite, como el clima o el mal gusto en una comida.
La idea de un ejército para la vieja Europa es una aspiración histórica de la Europa de postguerra. Una Europa donde creció la UE, con la Guerra Fría y el Plan Marshall como parteras. Un proyecto donde la economía de mercado no se cuestionaba y la vieja aspiración “defensiva” seguía latiendo, porque en el fondo el gran corazón del eje franco-alemán era eso, un ejército y mercado. En 1948 ya crearon la Unión Eropea Occidental que quedó eclipsada un año después por la OTAN y la Comunidad Europea de Defensa en el 52, dos intentos que con más acierto o menos buscaban armarse frente al comunismo. Los antecedentes son claros, defenderse de la ideología que lucha por la liberación de los trabajadores. Ahora el argumento lo han tenido que pulir y según ellos es la mejor forma de cohesionarnos, de avanzar, de articular a la vieja Europa en la actualidad.
El ejército siempre ha servido a una clase. No es neutral, o es de ellos o es nuestro. Esto no va de antimilitarismo infantil pero seríamos más infantiles aún si pensáramos que el llamado euroejército nace para defender al rider de Deliveroo, al camarero o a la cajera del Mercadona. Todo lo contrario, está pensado para defender los intereses de la UE (de las grandes empresas) en aquellos países donde haya conflictos y sea necesario intervenir. Cuando ellos controlan el asunto, pagan las armas y señalan, y el pueblo pone los muertos, del que dispara y el que cae.
Merkel afirmó hace unos meses que “demostrarían al mundo que nunca más habrá guerra entre países europeos” con el Euroejército. ¿Qué supone en la práctica el proyecto y la PESCO (siglas en inglés de Cooperación Estructurada Permanente? En 2017 Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, ya dijo que todo esto era la “bella durmiente”. Al final, ha despertado y su príncipe azul es la guerra. Lo que había hasta ese momento ya no servía, ni la Agencia Europea de Defensa, ni el Fondo Europeo de Defensa eran suficientes, había que dar un paso más. Dicho y hecho, ese mismo año casi todos los países de la UE firmaban el acuerdo de la PESCO.
Diversos proyectos y un considerable aumento de presupuesto porque quieren un ejército competitivo que sea capaz de atacar allá donde haga falta. Francia ya es un buen vendedor de armas pero Alemania quiere también parte del negocio. Los firmantes, entre ellos España, ya se han comprometido a poner 500 millones en 2019 y 2020 y el doble a partir de 2021 en la mejora del armamento. Quieren “misiones exteriores, decisiones rápidas, coherencia y cohesión”. Nada nuevo bajo el sol.
Trump ya planteó que todos los miembros de la OTAN deberían aumentar su presupuesto en defensa a un 2% como mínimo. Merkel recogió el guante y aseguró que Alemania estaría a la altura. La cuestión no es una tontería teniendo en cuenta los antecedentes históricos del rearme alemán… Aún así, siempre hay contradicciones y a Trump no le acaba de hacer mucha gracia los deseos de la UE. Merkel ha tenido que asegurar que todo esto es “un buen complemento para la OTAN”. Pero hace unos días Donald no ha tardado en plantear “amenazas” serias a la decisión del Parlamento Europeo de aprobar 13.000 millones de euros para el período 2021-2027 en defensa y que busca según palabras de la institución europea la “independecia estratégica de la OTAN”. Algo que se puede traducir en: “que te gastes más dinero en armas, bien. Que lo hagas por tu cuenta, no”.
Habrá a los que este rifirrafe les suene a contradicción que tenemos que aprovechar y de forma velada elija bando. Es fácil: pensemos en Suiza, en Zimmerwald. Allí en 1915, una treintena tomaron una decisión histórica que hizo avanzar a millones.