En el mundo por cada siete nacimientos se induce un aborto bajo condiciones de clandestinidad, precariedad y riesgo, y ello causa al menos 1 de cada 8 muertes maternas.
El 28 de septiembre salimos a la calle a exigir el acceso a un aborto seguro y gratuito, que reduciría el elevado número de muertes y hospitalizaciones que cada año se registran entre las mujeres, no entre las mujeres en general sino específicamente entre las que no pueden pagarse una clínica privada.
Porque esta legislación protege los beneficios de los negocios privados golpeando de lleno los derechos y las condiciones de vida de las mujeres de una clase en particular, de la clase trabajadora. La ley hace la vista gorda ante las infracciones a la misma efectuadas en altas capas de la sociedad y protege el “derecho a la vida” de los hijos de las obreras, siempre y cuando éstos no hayan nacido todavía.
Restringir la cuestión del aborto a un asunto de derecho individual a decidir, es absolutamente ilusorio e idealista además de abstracto y meramente formal; como si la salud reproductiva no fuese un derecho social conquistado colectivamente por la clase trabajadora en su lucha, como parte del derecho a una salud pública gratuita y universal. Como si el capitalismo en su bucle privatizador no estuviera liquidando esa misma sanidad pública para convertirla en un espacio de acumulación de capital. Como si la necesidad y la decisión de abortar fuesen algo ajeno a la realidad material y objetiva que viven millones de mujeres de la clase trabajadora en el capitalismo. Como si no fuese el miedo a perder el trabajo la primera causa de aborto en España.
Los derechos sexuales y reproductivos son colectivos, son sociales, son una cuestión de clase en el poder.
“Las mujeres soviéticas ya votaban, tenían derecho al aborto seguro y legal y participaban de la vida política, cuando las sufragistas conquistaron (de forma selectiva, por añadidura) el derecho al voto” (Rosita Schaefer).
La sexualidad y los derechos ligados a ella son un asunto eminentemente político cuyo desarrollo se inserta históricamente en las relaciones capitalistas de producción, de poder y dominación, y en el ideario oscurantista y retrógrado que disfraza y brinda discurso ideológico a los intereses de la clase en el poder.
La revolución socialista de 1917 liberó a las mujeres del embarazo indeseado.
El Estado obrero abolió por decreto en 1920 la penalización criminal del aborto. “El aborto, la interrupción del embarazo por medios artificiales, se llevará a cabo gratuitamente en los hospitales del estado, donde las mujeres gocen de la máxima seguridad en la operación” (Comisariado del Pueblo de Sanidad y Bienestar Social, 1920).
El Poder soviético liberó a las mujeres también del aborto indeseado convirtiendo los derechos de las mujeres en política de estado y la maternidad en tarea de toda la sociedad. El programa del Partido Bolchevique de 1919 decía: “En el momento actual, la tarea del partido es trabajar en primer lugar (…), para destruir completamente todos los vestigios de desigualdad o viejos prejuicios (…). Sin limitarse sólo a las igualdades formales de las mujeres, el partido tiene que liberarlas de las cargas materiales del obsoleto trabajo familiar y sustituirlo por casas comunales, comedores públicos, lavanderías, guarderías, etc”.
Luchemos por la despenalización del aborto y la inclusión de nuestra salud sexual y reproductiva en la sanidad pública, como parte de un programa clasista de cuyo cumplimiento la mejor garantía es luchar hasta vencer, luchar hasta llevar a los y las trabajadoras al poder.