Todo a cambio de nada: la dialéctica del estado actual del imperialismo

Abril de 2025. El mundo sigue en un incesante estado de tensa inestabilidad. Los acontecimientos que se suceden, día tras día, demuestran que estamos en un momento de reordenamiento y caos en el cual las distintas potencias tratan de navegar, a la vista de la tormenta que se avecina. Hay una lógica sencilla en cada cambio que se produce, pero la inercia que están adquiriendo estos provoca un enorme vértigo que, reconozcámoslo, asusta. La Unión Europea no es ajena a esta deriva, sino que es una de sus principales impulsoras. Analicemos el estado actual del tablero en el que las potencias imperialistas se disputan todo.

Llegar a Asia viajando hacia el oeste

Las negociaciones entre los gabinetes de Trump y Putin con respecto a Ucrania no es (solo) una cuestión de acceso a tierras raras y control de esferas de influencia. Más allá de lo estético y la estridente necesidad de marcar perfil propio frente a la actuación de la administración Biden, el cambio formal en la dirección seguida con respecto a Rusia cumple con la misma fidelidad las líneas maestras de la política exterior estadounidense de este siglo: debilitar a la República Popular China, el principal aspirante a la cúspide del mundo imperialista.

Hasta ahora, el interés de Estados Unidos en expandir la OTAN hacia el este de Europa tenía que ver con la intención de debilitar a Rusia, aliado del Gobierno chino y una de las principales economías emergentes agrupadas en torno al proyecto de los BRICS. La táctica de la distensión, aparte de ser posible tras tres años de desgaste bélico en Ucrania, tiene mucho que ver con la recuperación de la normalidad comercial por parte de Rusia y con el debilitamiento de las relaciones comerciales entre dos socios que se necesitan y se han buscado el uno al otro en las últimas décadas. Si a la vez que EE.UU. debilita a su principal rival es capaz de conseguir un aliado puntual en Moscú, la ganancia gringa es doble el tiempo que dure.

A Trump se le puede y debe acusar de muchas cosas desagradables y terribles. Ahora bien, también hay que señalar que, más allá de la estridencia, se le debe conceder que en cuanto a defensa de los intereses de los monopolios americanos está exhibiendo una capacidad política que, desde la publicidad engañosa a la que nos tiene habituados, lo sitúa como un hombre de negocios pragmático, algo que en la mentalidad estadounidense granjea muchas simpatías. Eso sí, aunque la táctica parezca un giro de 180 grados, con todo esto no se descubre América, precisamente, sino todo lo contrario: se protege un flanco en el que ha sido duramente castigado en los últimos años mientras avanza hacia su gran rival.

La consigna de los Estados Armados de Europa

Las negociaciones no han sentado bien en Bruselas. La guerra en Ucrania se alimentó durante más de una década por parte de las potencias integradas en la Unión Europea para arrebatar y blindar los recursos del «granero de Europa» y explotar en las mejores condiciones posibles –para los monopolios europeos– a uno de los países con mayor mano de obra y una infraestructura industrial envejecida pero envidiable, cortesía de la Unión Soviética.

La estrategia de acercamiento al «gran enemigo» ha escocido en el viejo continente, y dentro del socio menor del bloque euroatlántico se escuchan ya voces clamando por una mayor autonomía estratégica frente a Estados Unidos, lo que refuerza las antiguas exigencias de ciertos miembros de fortalecer las capacidades defensivas (sic) de Europa y de impulsar estructuras militares propias donde el «hermano mayor» no mangonee tanto como puede permitirse hacer actualmente dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

El anuncio de Ursula von der Leyen de un plan de rearme valorado en 800.000 millones de euros, con el que revigorizar la industria armamentística –como si las cuatro principales potencias de la UE no estuvieran en el top nueve mundial del negocio de exportación de armas–, viene a su vez acompañado de medidas de flexibilidad fiscal condicionadas al aumento del gasto militar. Hablando en plata: lo de la austeridad ya si eso en segundo plano, que lo primero es pagarle a Indra, Navantia y Airbus las armas que insisten en que necesitamos.

Los «autonomistas» nos dejan atónitos

No podían faltar en el debate los que llevan tiempo abogando por la disolución en abstracto de la OTAN –y la reformulación de la UE como «Europa de los pueblos»– sin que nadie sepa cómo, cuándo ni dónde. Son los mismos sectores que en Europa llevan años colaborando de una forma u otra con la gestión del capitalismo y que, en España, incluían en sus listas electorales al «carnicero de Libia», también responsable de las misiones en Somalia y Afganistán.

En los últimos tiempos, en los que muchos de ellos han pasado de figuras públicas de primer nivel a dueños de garitos o simples voceros y juntaletras de un sector muy concreto de los capitalistas españoles, han dado eco a varios artículos en los que distintos «expertos» europeos analizan la necesidad de abandonar la OTAN y de reforzar la autonomía estratégica de Europa. Los que aún permanecen en la esfera política –en el barco de Podemos, especialmente– parecen olvidar que no hace tanto colaboraban en la organización de cumbres de la OTAN, y hoy nos hablan de lo malo que es el imperialismo estadounidense que dirige dicha alianza criminal. Independientemente de los medios a su disposición para expresarse que tenga cada uno de estos autonomistas, el mensaje es el mismo: «Europa» es víctima del imperialismo estadounidense, pero puede y debe «aspirar a algún tipo de autonomía estratégica y política en el Nuevo Orden Mundial emergente» (¡sic!).

¿Y los comunistas?

Por fortuna, los comunistas seguimos de cerca los acontecimientos internacionales y permanecemos lejos de los burdos análisis abordados con anterioridad, netamente clasistas, pero no precisamente los de nuestra clase. Por desgracia, es necesario enfatizar y poner por escrito esta afirmación categórica que, en otras circunstancias, debería sobreentenderse siempre.

Cuando señalamos que se acerca una guerra generalizada no es porque nos apasione asustar a personas mayores, sino porque existen todos los indicios de ello. Nadie invierte en armas mientras reevalúa sus alianzas si no se está preparando para actuar. Y todos se están preparando para actuar porque la capacidad de llegar a acuerdos por vías pacíficas –que no por ello inocuas para la clase obrera– choca de pleno con la necesidad de mantener una tasa de ganancia condenada a caer. Las posiciones relevantes en el debate público internacional se detienen mucho en esgrimir, sin criterio científico alguno, falacias basadas en el concepto de la «geopolítica» o en establecer cuál es la cantidad aceptable en los presupuestos para la guerra, pero en ningún momento se detienen a explicar por qué, a nivel general, las potencias cambian sus políticas de alianzas y, a nivel particular, en los pueblos de la España vaciada comienzan a extenderse, como parques eólicos en medio del monte, voces que defienden la colocación de una fábrica de armas para «generar empleo» y «asentar población».

Quizás otros que se autodenominen comunistas –por ejemplo, los amigos de los que defienden participar activamente en la III Guerra Mundial del lado de China, Rusia y Corea del Norte porque son el bando con una supuesta «superioridad política y moral»– quieran vender lo contrario. Nosotros, por supuesto, solo podemos tener una respuesta: si en una guerra la clase obrera solo puede elegir entre cadenas más pesadas o tumbas más profundas, nosotros elegimos romper el tablero. Quizás esta afirmación es lo único que no está sujeto a cambio en la actualidad, y saberlo nos da una base firme desde la que construir una alternativa.

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