Las cosas cambian con mucha rapidez. Ayer estabas pensando dónde te puedes ir de vacaciones el próximo verano y mañana tal vez estés buscando dónde se venden kits de emergencia baratos. Una de las más fabulosas maquinarias jamás creadas ha pegado un acelerón: la propaganda de guerra. Y está funcionando a todo trapo desde que la Unión Europea decidió poner en marcha el programa que llaman «rearmar Europa».
Desde primeros de marzo se han multiplicado las portadas y los titulares sensacionalistas encaminados a generar en la población un estado de ánimo favorable a la escalada armamentista, tratando de fomentar una especie de chovinismo europeo que puede dar risa pero que no augura nada bueno.
Lo peculiar del asunto es que el acelerón armamentista y propagandístico europeo no viene derivado de tal o cual nuevo movimiento de Rusia, sino de las posiciones expresadas públicamente por el principal dirigente de los Estados Unidos y, por tanto, de la OTAN, haciendo ver que su intención es que, en el futuro cercano, cada cual se busque sus habichuelas en lo que a intereses políticos, económicos y militares se refiere.
En este escenario, han tomado posiciones quienes llevaban tiempo insistiendo en que la Unión Europea necesitaba desarrollar su autonomía estratégica, es decir, que la Unión Europea debía abandonar su papel subordinado a los EE.UU. y actuar autónomamente en defensa de sus intereses en el mundo. Esto de la autonomía estratégica se lo hemos escuchado, de diferentes maneras, a todo ese arco político que, en España, va desde el PP hasta Podemos. Lo que muchos no decían era que ese objetivo sólo se puede conseguir teniendo una fuerza militar muchísimo más desarrollada que la actual.
Pero es que eso de la autonomía estratégica tiene trampa, porque parte de una concepción de la Unión Europea que, por muy extendida que esté en nuestro país, no deja de ser una falsa bandera. Falsa bandera que, por cierto, han enarbolado sin disimulo las fuerzas de la socialdemocracia de todo pelaje y condición, tanto políticas como sindicales, tanto «radicalillas» como centristas, queriendo convencernos de que la UE no tiene que ver con el poder de los monopolios, con la ampliación de los mercados y el fomento de economías de escala, sino con cosas que a cualquiera le gustan, como los «derechos sociales» o la seguridad social. Entonces, nos dicen que debemos prepararnos psicológica y materialmente para afrontar una situación en la que unos déspotas van a querer quitarnos todo lo bueno que tenemos porque nos odian, odian nuestro modo de vida y odian todo lo que representamos.
Algunos, llevados por el frenesí, han abrazado viejas consignas que durante muchos años ridiculizaron. Ahora, cuando la OTAN y su amo ya no parecen ser «de los nuestros», dicen que hay que salir de la OTAN o, al menos, repensar nuestro papel en la OTAN. De acuerdo, pero para qué y con qué objetivo, cabe preguntar, porque resulta bastante evidente que lo que está detrás de ese repentino antiotanismo no es otra cosa que fomentar «una OTAN europea», que por muy europea que se apellide no dejará de ser OTAN, es decir, brazo militar de determinados intereses político-económicos que, querido lector, no son ni los tuyos ni los míos, sino los de las grandes empresas con las que compartimos territorio.