Fotografías: Nagore Medrano
Las consecuencias de la DANA han sido devastadoras. Desde Utiel hasta Albal, los valencianos hemos sido testigos en primera línea y protagonistas de una tragedia climática sin precedentes en nuestro país. Las cifras oficiales nos hablan de unos 220 fallecidos, pero no solo eso: por primera vez en mucho tiempo, vemos poblaciones aledañas a la capital valenciana frente a un panorama desolador. Las escenas y los testimonios que he encontrado en las zonas afectadas cuando me he organizado con vecinos y vecinas del barrio y camaradas, como han hecho miles de valencianos, para tender una mano y hacer llegar la solidaridad del pueblo allí donde no lo han hecho las instituciones capitalistas, parecen salidas de un escenario de guerra. Miles de familias han pasado semanas sin los servicios básicos: agua, comida, electricidad, productos de primera necesidad… viendo sus hogares y su tierra sumergida en el barro. Los primeros días, había quien no podía salir a la calle debido a los coches que obstruían las puertas.
Pero, sobre todo, resulta crucial señalar que todo este sufrimiento y estas muertes podrían haberse evitado, y que por tanto hay culpables. La tarde del 29 de octubre, mientras transcurría la tragedia, se hizo viral un vídeo de unos bomberos rescatando a un trabajador que conducía un camión de la conocida cadena de supermercados Mercadona. Aunque la mayoría de los medios censuraron el logo, esto no impidió que fuese rápidamente identificado como un camión que el supermercado utiliza para realizar entregas a domicilio. La Agencia Española de Meteorología llevaba de hecho días avisando de la peligrosidad de las lluvias en la provincia de Valencia, la Universidad de Valencia canceló sus clases por la mañana y la Politécnica a las 4 de la tarde, cuatro horas antes de la alarma de la Generalitat.
Lo cierto es que ya se sabía que era peligroso salir de casa el martes 29 de octubre por la tarde y, aun así, la gran mayoría de empresarios, desde los pequeños hasta los grandes monopolistas, mandaron a sus empleados a trabajar. Cientos de trabajadores quedaron atrapados en los polígonos industriales que abundan en las poblaciones afectadas de la periferia sur valenciana, y también fue el caso de los trabajadores que quedaron atrapados en los centros comerciales MN4 y Bonaire. No olvidemos que muchos de los fallecidos y desaparecidos son trabajadores, y que esa tarde se antepuso continuar la producción a la salud y las vidas de miles de trabajadores, y que las muertes perfectamente se podrían haber evitado.
Tampoco podemos olvidar la nefasta gestión de la Generalitat Valenciana tanto en la prevención de la tragedia como a la hora de asistir a la población afectada y paliar el funesto resultado, ni cómo el Gobierno de España se ha lavado las manos y los partidos de la burguesía se lanzan la pelota de la responsabilidad los unos a los otros. Esto no es sino una muestra más de cómo la política parlamentaría, ya venga en forma de socialdemocracia o conservadora-liberal, tiene una única función: poner el Estado y legislar y gobernar al servicio de la burguesía, de la producción incansable y de la acumulación infinita de capital en unas pocas manos, mientras que unos cientos de trabajadores, sus hijos y sus abuelos ahogados son simplemente números que, al parecer, no compensan la pérdida de parar la producción un día.
Ante la incapacidad de las instituciones, solo el pueblo puede salvar el pueblo. Hemos visto ese ímpetu en las áreas de voluntarios que se desplazaron a pie desde Valencia durante el puente de Todos los Santos, aprovechando el momento en el que tuvieron un par de días libres para echar una mano, despejando las calles, limpiando las casas llenas de lodo de familias particulares, hombro con hombro con completos desconocidos; lo hemos visto en los estudiantes que continuaron llegando la semana siguiente mientras podían, porque las universidades habían cancelado sus clases. También vimos esta voluntad solidaria en aquellos que se desplazaron desde otras partes del país para llevar donaciones de material y productos de primera necesidad. Por este motivo, el PCTE y los CJC, desde los primeros días tras la DANA, hemos estado organizándonos junto a nuestros vecinos y vecinas y nuestros compañeros de trabajo para salir a limpiar y echar una mano en las zonas más afectadas en Valencia, además de llevar a cabo una campaña solidaria en la que las aportaciones realizadas por los camaradas y nuestro entorno han superado gratamente nuestras expectativas.
El viernes 8 de noviembre, a los militantes del Partido y la Juventud Comunista de Valencia nos tocó madrugar. El día anterior había llegado una brigada de 10 camaradas desde Madrid con varias furgonetas cargadas de material, resultado de la campaña solidaria del Partido, para repartir en las poblaciones afectadas por la DANA. Los días anteriores, los órganos centrales del Partido y la Juventud y la militancia valenciana estuvimos trabajando mano a mano para elaborar una lista de material que se adecuase a las necesidades reales de las poblaciones en las que íbamos a donar y trazamos el itinerario de dónde se iba a donar el material y cómo nos íbamos a mover por las diferentes poblaciones. Todo ello, con el reto de enfrentarnos a una realidad que cambiaba de un día para otro, como los cortes en las carreteras y entradas a las poblaciones, o las poblaciones en las que los centros de distribución se colapsaban, o el simple hecho de que las necesidades y los materiales que hacían falta cambiaban de un día para otro.
En total, repartimos el material en cinco poblaciones ese día: Benetússer, Sedaví, Algemesí, Alfafar y Aldaia. Una jornada intensa que comenzamos a las seis de la mañana en la Rambleta, habilitada como centro, que acogió y organizó a los voluntarios durante las primeras semanas de la DANA, pasó por los diferentes colegios y polideportivos que han servido como centro de distribución de alimentos y productos de primera necesidad y finalizó a las tres del mediodía con los camaradas limpiando el polideportivo de Aldaia mano a mano junto a los vecinos y voluntarios. A lo largo de toda la jornada nos sorprendió el espíritu de solidaridad y fraternidad que se respiraba entre los vecinos, voluntarios y trabajadores en los centros de distribución, en la Rambleta y limpiando las calles.
Pero toda esta voluntad de solidaridad y de ayuda del pueblo para el pueblo no deja de ser un impulso espontáneo que, conforme las obligaciones a las que permanecemos atados por el sistema productivo vuelven a funcionar con normalidad, mientras tenemos que volver a nuestros centros de trabajo, mientras los estudiantes tenemos que volver a clase, el voluntarismo no organizado va desapareciendo tal como vino. Todavía hay poblaciones en l’Horta Sud como Alfafar o Paiporta en las que los centros de recogida de productos de primera necesidad siguen operando, porque siguen siendo necesarios, los garajes y sótanos siguen inundados de barro y los vecinos no dan abasto… Los efectos de la DANA no han terminado aquí: cientos de valencianos y valencianas han perdido sus casas, y hoy tienen que vivir hacinados con sus familiares o vecinos; ya se están dando los primeros ERTEs tras la DANA, y probablemente habrá despidos contra aquellos trabajadores que no pudieron acudir a su puesto de trabajo en aquellas empresas que los obligaron a ir a trabajar aun después de la catástrofe. Es muy probable que para algunos esas colas de recogida, en un primer momento temporales, se conviertan en colas en bancos de alimentos en unos meses.
Por esto, y aprendiendo de la lección de voluntad y de autosuficiencia que hemos dados los valencianos y las valencianas estas semanas, debemos tener claro que tanto la rabia como la solidaridad deben organizarse: que nos encuentren plantando cara ante la amenaza de despido al compañero que no puede acudir a trabajar porque su población ha sido arrasada y no tiene ni medios ni forma de acudir, o a la compañera que no asistió porque estaba buscando a sus padres; que nos encuentren organizados en los centros de estudios plantando cara a las universidades que pretendían que retomásemos la actividad habitual el jueves 31 sin transporte ni medios para ir a clase; y que nos encuentren también en los barrios, en las asambleas y asociaciones tejiendo redes de apoyo mutuo para la clase obrera.
Porque si algo hemos aprendido de todo esto es que ante el abandono y las crueldades de los capitalistas y los gestores de la miseria, ante los carroñeros reaccionarios que aprovechan la rabia del pueblo desesperado para enfrentar a la clase obrera entre sí, solo nos queda una opción: que nos encuentren organizados y al frente, librando las batallas de la clase trabajadora.