Sionismo: ideología reaccionaria y piedra angular del Estado de Israel

En el último año hemos asistido al recrudecimiento del genocidio contra el pueblo palestino. Hemos visto auténticas barbaridades retransmitidas por televisión e Internet. Son ya más de 43.000 personas asesinadas. Pero ¿de dónde viene todo esto?

Cuando uno plantea esta cuestión, no son pocos quienes se aventuran a responder que el conflicto surgió de la nada, como una suerte de aparición espontánea, el 7 de octubre de 2023. Evidentemente, esto es falso: basta con echar una simple mirada a la historia para darse cuenta de que el proyecto de limpieza étnica y colonización perpetrado por el Estado de Israel viene de mucho más atrás. Sin embargo, existe otra respuesta más insidiosa y que lleva a razonamientos absolutamente espeluznantes: que el sionismo surge como ideología a partir de 1945, fruto del trauma que supuso el Holocausto y la barbarie nazi-fascista. ¿Es esto cierto? Hay otros que se limitan a juzgar al Gobierno de Netanyahu, argumentando que un primer ministro de otro signo, generalmente los laboristas, habría podido evitar las atrocidades que se están cometiendo en Gaza y en Líbano. En este artículo queremos hacer un breve repaso a la historia del sionismo y demostrar lo que es: una ideología reaccionaria que hunde sus raíces en el etnonacionalismo y que se utiliza para defender los intereses de la burguesía israelí, pero también europea y estadounidense.

El sionismo surge en el siglo XIX y no se trata de una aspiración eterna y atemporal de los judíos. Como respuesta a la ola de antisemitismo que asolaba el continente europeo, intelectuales como Theodor Herzl empezaron a considerar que la solución para la situación de los judíos era colonizar Palestina y establecer en ella un Estado-nación propio. El sionismo era solo una de las muchas posturas que diferentes sectores del judaísmo adoptaron frente a la angustiosa situación de los judíos europeos, que continuamente sufrían pogromos y todo tipo de abusos y vejaciones. Existieron otras, como el Bund, que agrupaba trabajadores judíos y que se declaraba abiertamente antisionista.

El sionismo reflejaba muchas posturas de las últimas olas del nacionalismo europeo del siglo XIX, y pronto hubo intelectuales sionistas como Nathan Birnbaum que se dejaron arrastrar por las concepciones biologicistas y eugenésicas de la «raza». Podemos nombrar muchos pensadores sionistas que siguieron este camino, como Max Nordau y Vladimir Jabotinsky, o incluso supuestos «sionistas de izquierdas» como Artyur Ruppin, que además de recopilar volúmenes con fotografías de las supuestas diferencias físicas y raciales entre judíos asquenazíes y sefardíes, también se encargó de la compra de tierras para la creación de colonias judías en Palestina a principios del siglo XX.

Hoy en día, el sionismo no busca justificar la colonización de Palestina con pretensiones abiertamente eugenésicas, pero sí que utiliza razonamientos igualmente racistas y reaccionarios, aunque basándose en la biología y la genética. Como declara Shlomo Sands, historiador especializado en sionismo y nacionalismo, «detrás de cada acto de la política de identidad de Israel, se extiende, como una larga sombra negra, la idea de un pueblo y una raza eterna».

La primera ola de colonos judíos llega a Palestina –entonces parte del Imperio Otomano– en el año 1882. Como se puede apreciar, mucho antes de 1945 y, desde luego, mucho antes del 7 de octubre de 2023. Esto se conoce como la primera Aliyah: la primera oleada de colonialismo sionista, que dura hasta 1904. Los ideólogos del sionismo siempre buscaron reemplazar al pueblo palestino: David Ben Gurion, uno de los líderes de la segunda Aliiyah (1905-1914) y fundador del Estado de Israel, sostenía que los trabajadores árabes debían ser sustituidos por trabajadores judíos. En la propaganda sionista de principios del siglo XX, estos trabajadores judíos aparecen como sangre nueva y sana que protege a la nación de la enfermedad y la muerte. La organización Histadrut, sindicato, se dedicó a acosar a trabajadores palestinos y a presionar para que los empleadores los despidiesen en favor de trabajadores judíos.

Si hay una potencia europea que tuvo un papel clave en la creación de Israel, esa fue Gran Bretaña. El 2 de noviembre de 1917, el secretario británico de Asuntos Exteriores, Arthur Balfour, firma la conocida como Declaración Balfour, en la cual promete a los judíos un Estado-nación en la actual Palestina. ¿Qué motivó esta declaración? Se ha discutido mucho, pero no es descabellado afirmar que la burguesía británica utilizó a los colonos judíos para acceder y controlar fácilmente la región de Palestina, clave en las rutas de transporte del Mediterráneo Oriental. Existen otros motivos que no desarrollaremos aquí, como el impulso de ciertas ramas del cristianismo sionistas y sectores antisemitas que buscaban echar a los judíos de Europa. Huelga mencionar que, contrariamente a la propaganda sionista, Palestina en 1917 no era una tierra vacía y yerma. Además del sector agrícola, ciudades como Haifa y Jaffa tenían puertos e industrias manufactureras y existía una red ferroviaria desarrollada.

El sionismo se apoya también en una demonización del pueblo palestino y su resistencia contra la ocupación y el genocidio. La prensa mainstream, como la BBC, utiliza frecuentemente las palabras «atrocidad» o «asesinato» para hablar de las muertes israelíes, pero no aplica estos términos a las masacres de palestinos en Gaza o a la ocupación y colonización de Cisjordania. Del mismo modo, existe una tendencia en el sionismo y sus vocingleros para pintar cualquier tipo de resistencia palestina como «terrorismo». Así, el sionismo y sus verdugos pueden representarse como eternas víctimas. Golda Meir, primera ministra israelí, declaró en su momento: «no olvidaremos lo que los árabes nos obligaron a hacerles».

Pongamos como ejemplo la Primera Intifada, un levantamiento popular entre 1983 y 1992 que se caracterizó por medios no violentos, como son el boicot al pago de impuestos o la destrucción de tarjetas de identificación emitidas por Israel. La respuesta israelí consistió en confiscaciones de propiedad, arrestos, deportaciones e incluso declarar pueblos enteros como «zonas militarizadas cerradas», sitiados y sujetos a toques de queda. A las manifestaciones masivas y lanzamiento de piedras, el Estado de Israel contestó con clarísima violencia y, sin embargo, es la resistencia palestina la que es retratada como «terrorista». Cualquier resistencia, violenta o no, que el pueblo palestino esgrime contra el Estado de Israel es utilizada como excusa para todo tipo de represalias contra el pueblo palestino. Israel utiliza la «lucha contra el terrorismo» para justificar el bombardeo de hospitales, escuelas o bloques de viviendas en Gaza. Como los palestinos son «terroristas», se puede erigir un muro de 721 km de longitud en Cisjordania. Como son «terroristas», Israel puede encerrar de manera arbitraria –a fecha de junio de 2024– a 224 menores de edad. Porque, para los sionistas, el pueblo palestino no está formado por personas, sino por bárbaros sanguinarios y fanáticos. No existen ni tan siquiera niños palestinos: la propaganda sionista se empeña en mostrarlos como terroristas en potencia.

El sionismo ha sido y será siempre la punta de lanza de la burguesía israelí, pero también europea y estadounidense, sirviendo a sus intereses imperialistas en la región. Primero, Israel formó parte del establecimiento colonial británico en Oriente Próximo. Hoy en día, Israel es el protegido de la OTAN y la UE, pero también de otros muchos Estados que exportan e importan capitales o que colaboran con sus servicios de inteligencia, ejércitos y empresas militares. A lo largo de este año se ha visto claro: la clase obrera mundial está del lado de Palestina, mientras que a Israel lo apoyan los lobbies sionistas y los monopolios de la UE y EE.UU.

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