Entre los días 9 y 11 de julio se celebró en Washington la última cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, más conocida como OTAN, más conocida como esa organización imperialista internacional que este año cumple 75 años. Es la trigésimo segunda cumbre de la OTAN desde su fundación en abril de 1949, y se puede afirmar sin equivocaciones que tras ninguna de ellas los trabajadores y trabajadoras del mundo han salido beneficiados.
¿Qué podemos decir sobre esta nueva cumbre de Washington? Por desgracia, nada bueno, y tampoco nada especialmente novedoso. Ha sido una cumbre de continuidad en el fondo de los debates y decisiones que la OTAN viene practicando desde su fundación. Así, se intensifica la agresión imperialista euroatlántica contra el resto del planeta.
Empezando por Ucrania, que ya contaba con miles de millones de euros en ayuda militar de la OTAN desde que comenzó la guerra, en esta cumbre se amplía el apoyo a Ucrania a través de tres elementos principales: el llamado Compromiso de Asistencia a largo plazo para la Seguridad de Ucrania, a través de la Asistencia de seguridad y entrenamiento militar y a través de la donación de 40.000 millones de euros para invertir durante un año en sistemas de armamento moderno, aviones militares, misiles de largo alcance, etc. A toda estrategia la han llamado «puente», pues tiene la perspectiva a medio plazo de hacer avanzar la entrada de Ucrania a la OTAN.
Siguiendo por el gasto en defensa, en esta cumbre se ha seguido insistiendo en avanzar hacia el objetivo de inversión del 2 % que la OTAN marcó para los Estados miembro hace diez años. España actualmente gasta un 1,24 % de su PIB en defensa, porcentaje que según los cálculos del Gobierno se está ampliando progresivamente (un 10 % anual) para llegar a ese 2 % en 2029. Con estos objetivos, la OTAN se garantiza dos cosas: por un lado, su necesaria preparación armamentística en cuanto a material militar en el contexto actual de riesgo de guerra imperialista generalizada; por otro lado, el crecimiento de la industria de la guerra y la militarización de la economía.
En esta cumbre también se abordó la expansión de la OTAN por el indo-pacífico, profundizando en las alianzas estratégicas con los siguientes países de la zona: Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Esto responde, entre otras cosas, a la valoración de la OTAN sobre el papel de China en la guerra de Ucrania, que califican como «facilitador decisivo» y consideran un apoyo claro a la industria militar rusa. Pero este movimiento al indo-pacífico, sobre todo, tiene que ver con las tensiones entre China y EEUU y los papeles que cada potencia desempeña en el sistema imperialista internacional.
Por último, esta también ha sido la cumbre en la que se ha aprobado el llamado Plan de acción para el sur, muy aplaudido por nuestro Gobierno. Este plan se basa en abrir «oficinas», como ellos las llaman, en la zona de África y Oriente Medio, empezando por Amán (Jordania). El objetivo es doble: por un lado, garantizar los amenazados intereses de los monopolios de los países miembro de la OTAN en estos países; por otro lado, contrarrestar la presencia de bases militares que otros países, especialmente China y Rusia, tienen desplegadas en la zona. Esto redunda en generar nuevos focos de tensión e inestabilidad, trasladando la competencia imperialista entre potencias a terceros escenarios.
Desde luego, confirmamos que la OTAN no pierde ritmo, y continúa con su plan de preparación y acumulación de fuerzas (en todos los sentidos) para los posibles conflictos desarrollados en la perspectiva de una cada vez más probable guerra imperialista generalizada. Confirmamos también que la clase obrera y los pueblos del mundo debemos seguir teniendo clarísima la exigencia de salir unilateralmente de esta alianza criminal.