A nosotros la poesía

«La poesía es la poesía, más el mundo, más el hombre, más el poeta, más la poesía», así es como dice Raúl González Tuñón, en el texto introductorio a su poemario La Rosa Blindada –que da título a este artículo–, que él definiría la poesía. La Rosa Blindada fue un poemario publicado por el escritor argentino, nieto de un minero asturiano emigrado, inspirado por la insurrección obrera de Octubre de 1934. Un poemario esencial que abriría un camino de compromiso para otros tantos escritores y poetas latinoamericanos; él fue el primero en «blindar la rosa», diría Neruda, poniendo en valor su carácter de precursor.

Y por supuesto no fue solo González Tuñón; aquel Octubre del 34 fue un suceso que sirvió de disparadero de la radicalización de una buena nómina de intelectuales nacionales y extranjeros. Pocos eran hasta entonces quienes militaban en las filas del Partido Comunista en España o quienes simpatizaban con el proyecto revolucionario de la clase obrera. Pascual Pla y Beltrán, Luisa Carnés, Rafael Alberti o María Teresa León son algunos casos destacados.

A raíz de la Revolución de Asturias, y particularmente debido a la cruda represión de las tropas de la Legión y de Regulares mandadas por el Gobierno de la República contra los obreros en armas, una parte de los artistas y de los escritores en España se solidarizaron con los trabajadores y condenaron la represión a la que estos fueron sometidos.

El cobarde asesinato del periodista Luis de Sirval en una comisaría de Oviedo fue la chispa que prendió la indignación entre la intelectualidad española: noticias, artículos, cartas y mil formas más de denuncia se esparcieron por toda la Península, exigiendo severas condenas y el esclarecimiento de lo ocurrido a las instituciones de una República que encubría y protegía a los verdugos de los revolucionarios asturianos.

En un contexto nacional e internacional de auge del nazi-fascismo, que amenazaba con arrasar las conquistas obreras, con anular hasta las libertades democrático-burguesas, la indignación moral por la represión en Asturias fue el detonante que acabó por arrastrar a una gran mayoría de intelectuales a alinearse con los intereses de la clase obrera y sumarse, dos años más tarde, al apoyo activo y explícito del Frente Popular.

El PCE, aunque era por entonces aún un partido pequeño, supo desarrollar exitosamente un amplio trabajo en el ámbito cultural antes, durante y especialmente tras los sucesos de Octubre. Con la ayuda de la Internacional Comunista, y a través de revistas y periódicos como Mundo Obrero y Nueva Cultura, fundada por Josep Renau, o a través de editoriales como Ediciones Europa-América o Cenit, fundada por Wenceslao Roces, el PCE supo movilizar y estructurar las crecientes fuerzas comprometidas de la cultura, así como favorecer la publicación de literatura revolucionaria y proletaria: no solamente publican a escritores «profesionales», sino también a obreros que se aventuraban en la creación literaria a través de artículos, novelas, cuentos o poemas.

Es de destacar la publicación de Sangre de Octubre: U.H.P., novela escrita por el minero comunista Maximiliano Álvarez Suárez, en la que narra, de forma casi autobiográfica, los hechos de Octubre. Su estilo es muy característico de este tipo de literatura que empezaba a surgir de la clase obrera, primeros resortes de una nueva cultura: temática histórica, lenguaje directo y simple, carácter propagandístico, heroísmo y ejemplaridad moral de los obreros revolucionarios, y crítica al capitalismo y a la burguesía. Lo que encontramos en esta novela y, en general, en el estilo literario de la clase obrera en esta época es una especie de realismo socialista espontáneo.

Por su parte, los escritores profesionales, aquellos que se habían ganado un hueco en la historia, que habían demostrado ya su capacidad por captar algunos de los problemas esenciales y vivos del ser humano y expresarlos artísticamente, no podían ahora escabullirse y mirar hacia otro lado. La agudización de la lucha de clases impugnaba toda pretensión de neutralidad, de arte autorreferencial, de irracionalismo y deshumanización, bombardeaba las torres de marfil del elitismo pequeño burgués: había que elegir bando, y fueron muchos los que supieron escribir, narrar y expresar de todas las formas literarias posibles los problemas candentes de la clase obrera, los problemas más profundos y universales de su época.

Tres fueron los poemarios que, surgidos de Octubre del 34, trascendieron los años y quedaron para siempre marcados en la historia de la literatura revolucionaria: Voz de la tierra (Poema en rebelión), de Pascual Pla y Beltrán; Llanto de octubre, de Emilio Prados; y el ya mencionado La rosa blindada (Homenaje a la insurrección de Asturias y otros poemas revolucionarios), de Raúl González Tuñón.

Toda esta enorme y riquísima producción literaria en novelas, revistas, poemarios y periódicos fue la que moldeó el relato que pasaría a formar parte del folclore comunista de nuestro país y la que acabó por fijar los símbolos revolucionarios que Ochobre dejaría en nuestra tradición. La joven militante comunista Aída Lafuente, caída en combate, se convirtió en la personificación de la lucha y del sacrificio de los obreros revolucionarios de Asturias y su figura sigue a día de hoy siendo reivindicada cada año por aquellos que recordamos con añoranza crítica y esperanza militante aquella dolorosa experiencia revolucionaria.

«La quiero desenterrar», «La quiero desenterrar»… repetía Alberti en su poema Libertaria Lafuente. «¿Dónde buscar el aire más puro de tu ejemplo?», se pregunta Arturo Serrano Plaja en su Elegía. «Aída Lafuente, camarada, / ¡los obreros de España te proclamamos nuestra madre!», aclamaba dolorosamente Pascual Pla y Beltrán. «Ella, agitando su túnica roja, / quiere salir y llamaros hermanos / y renovaros valor y esperanza / y recordaros la fecha de Octubre», escribe Raúl González Tuñón.

Los poetas, como antaño los juglares, jugaron un rol fundamental en la creación y consolidación de estas historias, recuerdos y símbolos que pasaron a formar parte del imaginario revolucionario español. Como decíamos, el caso de Aída Lafuente, viva aún entre las filas del Partido Comunista, es paradigmático: sus actos la convirtieron en mártir, pero fueron los poetas y sus versos quienes la hicieron inmortal.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies