Quienes nos dedicamos a la política revolucionaria o quienes hemos participado en el movimiento obrero y otros movimientos sociales sabemos que cuando vienen mal dadas, cuando se produce una derrota, es más difícil lograr el compromiso de la gente, acercar a más compañeros a nuestras posiciones. A veces hay que dar un paso atrás para preparar el contraataque.
Sin embargo, de la derrota de Octubre del 34 no todo el espacio de la organización obrera salió así. Sí, es cierto, los locales sindicales estaban clausurados, miles de obreros murieron en Asturias, decenas de miles se hacinaban en las cárceles de una República que dejaba claro su carácter de clase, cientos de niños asturianos se quedaban huérfanos… El poder de la burguesía parecía omnímodo, pero fue en esa noche oscura cuando el Partido Comunista se ganó a centenares de miles de obreros hasta entonces afines a la socialdemocracia y el anarquismo ¿Cómo ocurrió eso?
Si bien en Asturias, con sus limitaciones, el proletariado se planteó en serio la cuestión del poder, en otras zonas de España, el PSOE, fuerza hegemónica en el movimiento obrero, impuso su visión de la revolución como insurrección defensiva para evitar la entrada de la CEDA en el Gobierno y como retorno al bienio azañista. El resultado ya se ha descrito en el párrafo anterior. Es sobre esa base sobre la que una Internacional Comunista fuertemente centralizada y bolchevizada demostró su mayor utilidad, sabiendo ganarse a todos los que aún se estaban curando de la derrota de la batalla anterior.
El PSOE, sumido en una fuerte batalla interna entre Besteiro y Largo Caballero, se desentendió de unos presos que habían acabado en la cárcel por seguir las consignas que el propio partido planteaba. Besteiro y Prieto abjuraban del movimiento insurreccional porque no creían en él, mientras que el supuesto «Lenin español» balbuceaba y se contradecía para evitar responsabilidades penales. La radicalidad verbal de los caballeristas se mostraba tan superficial como inconsistente.
Sin embargo, a pesar de que el Partido Comunista consideró, en palabras de José Díaz, que la revolución tendría que haber sido pospuesta algunos meses para organizarla mejor, no escondió su responsabilidad en los hechos de octubre, ni se retractó del movimiento, ni abjuró de él. Es más, organizó una potente campaña internacional por la amnistía de los presos de Octubre en la que se puso en marcha toda la maquinaria de la Internacional Comunista.
A través del Socorro Rojo se organizaba la solidaridad de millones de obreros de todo el mundo que entregaron a los presos alimentos y ropa, pero también cariños y calor revolucionario. Intelectuales españoles y del resto del mundo denunciaban las condiciones de los presos, huérfanos o viudas que la represión había dejado.
En una fecha tan temprana como noviembre de 1934, la Internacional se ponía en marcha, su sección francesa organizaba en París un «Comité popular de ayuda a las víctimas del fascismo en España». Poco después, las organizaciones de masas del poder soviético creaban un fondo de ayuda económica a los represaliados y presos del Octubre español. Esos fondos, junto con los recaudados por otros partidos comunistas del mundo, se canalizaban a través del Socorro Rojo Internacional.
En un contexto en el que los presos y sus familiares sufrían malnutrición, miseria y hambre, las organizaciones de solidaridad, dirigidas por los comunistas y en muchas ocasiones compuestas de forma mayoritaria por mujeres obreras, se encargaban de repartir el dinero y comida entre los reos y sus familias, de trasladar a los hijos de los presos asturianos, que no podían mantenerlos, a otras provincias y de organizar campañas por la amnistía. Además, la Unión Soviética acogería a decenas de refugiados que huían de la represión de la República española. Así, frente a un PSOE incapaz de responsabilizarse política y económicamente de la acción que habían realizado los obreros bajo su dirección, los comunistas mostraron una gran eficiencia en la gestión de dicha solidaridad. Pero no solo la Sección Española de la Internacional Comunista ganó prestigio; la propia URSS se prestigiaba frente a muchos militantes del «ala izquierda» del Partido Socialista.
Junto con la solidaridad, el desarrollo de una amplia campaña por la amnistía fue calando poco a poco en un proletariado revolucionario que no dejó de movilizarse y presionar para lograr el objetivo. La reivindicación de la amnistía de los presos de Octubre no fue solo la principal consigna del Frente Popular, sino que, incluso, tras la victoria del 16 de febrero de 1936 se siguió exigiendo en movilizaciones en las calles hasta que, una semana después, la Diputación Permanente de las Cortes se vio obligada a votar a favor de la misma con el apoyo de todos los partidos representados, incluida la CEDA.
La responsabilidad de los comunistas con los hechos de Octubre, junto con la continua campaña por la amnistía, basculó poco a poco al movimiento obrero organizado. Buena parte de la militancia socialista que, hasta entonces, había seguido la radicalidad verbal de Largo Caballero de repente veía en el Partido Comunista un partido serio, cohesionado y centralizado para organizar la revolución. Es este el momento en el que organizaciones enteras de la UGT y de las juventudes socialistas rompen el carnet socialdemócrata para pasar a reforzar las filas bolcheviques. En menor medida, pero de forma que supera ampliamente lo anecdótico, muchos militantes de la Confederación Nacional del Trabajo comenzaron a ver en el comunismo español una radicalidad más efectiva, y se acercaron a las organizaciones del PCE. Si asumimos los datos que Hernández Sánchez expone, en octubre de 1934 el Partido Comunista contaba con 14.000 militantes, en diciembre de 1935 con 17.300 y en febrero de 1936 con 22.500.
En definitiva, el despliegue del Partido Comunista estuvo marcado por una efectiva campaña de solidaridad y amnistía con unos presos que, en la inmensa mayoría de los casos, no tenían el carné comunista. Pero esa solidaridad no consistió en exclusiva en actividades de agitación y propaganda, sino que tuvo un marcado carácter organizativo y económico, y para ello era necesario un partido centralizado y bolchevizado. La Internacional Comunista tuvo en ello un papel fundamental, no solo canalizando la solidaridad fuera de las fronteras españolas, sino fomentando la bolchevización de sus secciones nacionales (y también de la española) en los años previos.