Operación Reconquista de España: delito de valentía

Hace 80 años hubo un grupo de personas que hizo lo que tenía que hacer. Así debe empezar esta historia, y no por cómo acaba, que paradójicamente suele ser lo habitual.

Cuando se aborda la conocida como Operación Reconquista de España, el intento de invasión por parte de guerrilleros antifascistas españoles –comunistas en su inmensa mayoría– a lo largo de los Pirineos, especialmente en el Valle de Arán, en octubre de 1944, comienza por hacerse referencia al hecho de que el proyecto fue fallido. Se habla de la derrota y los supuestos errores, tácticos o estratégicos. Se habla mucho del resultado práctico de la operación, que resulta manido por lo inevitablemente superficial de la mayoría de los estudios y análisis. Y el caso es que se sabe poco, o menos de lo que fuera preciso, sobre la Operación Reconquista de España, no sólo en términos de opinión pública –condicionado en este aspecto por el silencio que la dictadura impuso al hecho–, sino también a nivel historiográfico y político, por otro silencio impuesto, si cabe más injusto y hasta más terrible: el que llevó a cabo un PCE en el que el carrillismo hizo ya acto de poder con todo su arsenal de corrupción.

Alrededor de 8.000 hombres cruzaron la frontera franco-española en el otoño de 1944, de acuerdo con un plan militar más minucioso y meditado de lo que siempre se ha dicho. En diversas fases, con meses de preparación específica, sobre todo tras el verano del 44, cuando Francia es definitivamente liberada de la ocupación nazi. Quienes habían estado en la vanguardia de la Resistencia en Francia eran los excombatientes republicanos españoles, exiliados desde el 39, derrotados pero no vencidos, que no dudaron en ir a la guerra para defender en este caso al pueblo francés del invasor nazi.

Miles de militantes del Partido Comunista de España, exiliados en Francia tras la guerra, tratados como parias en los penosos campos de refugiados nada más cruzar la frontera, dieron cuenta del significado práctico e histórico de lo que significa un partido comunista. No dudaron en organizarse e intervenir en el contexto en el que se encontraban desde el primer minuto. Y así el Partido Comunista de España se convirtió en la fuerza política más importante en el sur de Francia durante los años de la ocupación nazi. En Toulouse, convertida en centro neurálgico del exilio español y de la Resistencia nazi, el PCE contaba con muchos más miembros –y más experimentados– que el propio PCF. Y lo mismo ocurría en todo el sur del país. Las zonas rurales de los Pirineos eran un hervidero de presencia y organización comunista española, que llegó a desarrollar innumerables iniciativas para dar amparo y sentar bases orgánicas desde los propios centros de trabajo para los militantes comunistas españoles, fundando, por ejemplo, numerosos chantiers forestales, explotaciones mineras y de leña que servían de base económica y logística del propio Partido. Los militantes del PCE, en los chantiers de las montañas, en las zonas rurales y las ciudades del sur de Francia, formaron la Agrupación de Guerrilleros Españoles, que enlazó directamente y terminó por coordinarse bajo el mando único de las Fuerzas Francesas del Interior. En julio de 1944, eran cerca de 9.000 soldados y otros tantos miles de españoles en tareas de retaguardia civil aportando redes de apoyo, suministro, seguridad, comunicaciones, información o armamento. Dirigentes en la Resistencia, en definitiva, y vencedores de la guerra en Francia. Lo hicieron muy conscientes de la importancia de tal cometido, pero sin perder nunca de vista que seguían siendo miembros del Partido Comunista de España, soldados del Ejército Popular de la República Española, en el exilio, sí, pero esperando que llegara el día de continuar la lucha en España.

Si vencieron a los nazis, si eran miles, si estaban organizados, si el Partido existía y demostraba su éxito aun en las peores condiciones… quién no iba a considerar que había llegado el momento de regresar a España y vencer también allí al fascismo. El intento de invasión del Valle de Arán por parte de los guerrilleros españoles en el otoño del 44, con el nazifascismo derrotado en Europa, abría sin duda una ventana de oportunidad de acabar con el franquismo. El análisis era correcto. Pero las situaciones históricas críticas son complejas y suele ser fácil, a posteriori, juzgar a sus protagonistas como los únicos responsables de sus resultados. De esta manera, se hizo cruelmente responsables a los dirigentes del PCE que se habían quedado en Francia y en España del fracaso de la operación. La figura de Jesús Monzón simboliza como ninguna este episodio. Máximo dirigente del Partido en España y Francia por pura necesidad, fue ciertamente el gran estratega de la Operación Reconquista de España. El planteamiento militar se podría decir que era preciso y acertado; la idea de tomar una cabeza de puente, situada en Viella, capital del Valle de Arán, y asentar allí un Gobierno republicano, presidido por Juan Negrín, que se encontraba al corriente y de acuerdo con tal situación, era factible. Había fuerzas y posibilidades. Pero el error de cálculo mayor fue contar con que la operación desencadenaría un movimiento amplio de apoyo popular, casi de huelga insurreccional en otros puntos del país. Y todo ello bajo el paraguas sociopolítico de la Unión Nacional Española, una suerte de confusa plataforma de convergencia antifranquista amplia e interclasista –aunque hegemonizada por el PCE– que ciertamente no era conocida ni tenía influencia como tal entre las masas en España. En cualquier caso, si el intento de invasión fracasó al cabo de unos pocos días, lo que es seguro es que cierta incertidumbre auspiciada en gran medida por la dirección del PCE y la figura de Santiago Carrillo en aquellos días sembró de dudas a la militancia e hizo cundir una retirada sin apenas haber intentado cumplir con algunos de los puntos esenciales del plan militar que se había trazado y preparado durante meses.

Pero lo más triste de esta historia, la del Valle de Arán y los héroes de octubre del 44, no es quizás que fracasaran en su intento. Dieron un ejemplo eterno de heroísmo. Dejaron claro que el Partido está allí donde hay un militante organizado. Leyeron el momento histórico e hicieron lo que tenían que hacer. Lo más triste es que se les hiciera pasar por ingenuos o simples títeres, cuando en verdad fueron todos y cada uno de ellos verdaderos dirigentes. Finalmente, Santiago Carrillo depuró a Monzón de la forma más cruel e hipócrita, acusándolo de agente infiltrado y de propiciar una estrategia que subsumía al partido a los intereses de la oposición burguesa al franquismo, en una crítica a la UNE que, desde su conocida figura, sólo puede ser tildada de obsceno oportunismo, pues criticaba precisamente lo que más definiría al proyecto político final del carrillismo, la política de la «reconciliación nacional». A este respecto y sobre el caso de Monzón, que fue detenido en junio de 1945 por la policía franquista y se pasó los siguientes 14 años en la cárcel, sin decir una mala palabra del Partido, Enrique Líster escribió lo siguiente tiempo después: «Monzón había cometido dos “crímenes” que no podía perdonarle el Buró Político, porque constituían una acusación a la propia cobardía de este: haberse quedado en Francia cumpliendo con su deber y haberse marchado luego a España para seguir cumpliéndolo. El delito de valentía es el que más han odiado siempre Carrillo y compañía».

Delito de valentía es de lo único de lo que se podrá acusar y hacer responsables a los guerrilleros españoles que en el otoño de 1944 cruzaron la frontera para seguir cumpliendo con su deber histórico.

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