Octubre del 34: un breve resumen en su 90 aniversario

«Nosotros, el Partido Comunista, comprendemos muy bien que ciertas gentes se desentiendan de las responsabilidades del movimiento. Y si nosotros no saliéramos a la plaza pública a gritar a pleno pulmón que todo cuanto hicieron las masas revolucionarias de Octubre es un hecho glorioso, parecería como si estos hechos gloriosos constituyeran una vergüenza que tenemos que ocultar». Estas palabras pronunciadas en 1935 por José Díaz (Secretario General del PCE desde 1932 hasta 1942) mantienen plena vigencia en nuestros días. Son muchos los que hoy han renunciado a reivindicar los heroicos acontecimientos que las masas obreras y populares protagonizaron en Ochobre´34, contribuyendo a sepultar el patrimonio revolucionario de nuestra clase. Frente a todos aquellos que hoy se siguen avergonzando de los hechos de Octubre, las y los comunistas del PCTE reivindicamos el ejemplo y las enseñanzas que la Comuna asturiana ha legado al movimiento obrero revolucionario de nuestro país.

La revolución de 1934 se explica en la mayoría de las ocasiones como una respuesta de las organizaciones obreras, principalmente el PSOE, a la derrota electoral de 1933 y al avance de las fuerzas reaccionarias en nuestro país, con la incorporación de tres miembros de la CEDA en el Gobierno de Lerroux. Se presentan los hechos, por lo tanto, como un movimiento impulsado desde arriba por los dirigentes de la socialdemocracia española para frenar el avance de las fuerzas reaccionarias en nuestro país y salvaguardar el espíritu reformista del Gobierno republicano-socialista. Esta versión, muy extendida entre los círculos socialdemócratas y la izquierda pequeñoburguesa, obvia el papel jugado por las masas obreras en la organización y el desarrollo de la huelga general revolucionaria del 5 de octubre de 1934.

La clase obrera de nuestro país había enfrentado la dictadura de Primo de Rivera fortaleciendo las posiciones más combativas, que habían sido duramente reprimidas, y alejándose de los dirigentes socialdemócratas que habían colaborado con el dictador para asegurar la estabilidad social. En 1927, los mineros desencadenaban la primera huelga bajo la dictadura de Primo de Rivera a pesar de los intentos, tanto del PSOE como de UGT, por evitarla. La colaboración entre el Directorio militar, el Partido Socialista y la UGT se había traducido en un descenso de los salarios y un incremento de media hora de la jornada laboral.

Durante el bienio reformista también se produjo un incremento de la confrontación clasista a pesar de la participación de tres dirigentes socialistas en el Gobierno. En 1933 se convoca una nueva huelga en las cuencas mineras, tras anunciar el Gobierno una reducción de la producción de hulla y el despido de miles de trabajadores. Durante este año se multiplicaron las huelgas por todo el país, desde el Alto de Llobregat a Cádiz y Sevilla, y destaca la insurrección en Casas Viejas, donde el Gobierno ejerció la represión contra los campesinos.

Durante este periodo se va configurando entre los sectores más avanzados del proletariado una hostilidad a la política de colaboración de clase y a la participación de organizaciones obreras en los Gobiernos burgueses. Esta posición netamente clasista que se extiende entre los trabajadores es reforzada por la insatisfacción que generan las medidas del Gobierno republicano-socialista, lo que provoca la progresiva pérdida de influencia de la socialdemocracia entre amplios sectores de la clase obrera. Es en este contexto en el que crece entre la clase la perspectiva de la organización independiente y la toma del poder, cuya primera forma orgánica fueron las Alianzas Obreras. La Alianza Obrera fue uno de los pilares sobre los que se construyó el triunfo revolucionario en Asturias.

En este marco, el 5 de octubre se lanza la consigna de huelga general por parte de las organizaciones obreras, que inicialmente fue secundada en los principales centros urbanos e industriales del país. La reacción de las fuerzas represivas del Estado provocó que, salvo en Asturias, la huelga fuese rápidamente sofocada. El hecho de que en Asturias las masas obreras pudieran hacer frente a las fuerzas represivas vino determinado por el grado de organización que manifestó el movimiento obrero asturiano, la unidad expresada por las principales organizaciones obreras en torno a la Alianza Obrera y la elevada combatividad del proletariado asturiano, que contaba con los mineros como principal fuerza de choque y con la dinamita como arma.

Estos factores fueron los que permitieron a los revolucionarios tomar el control de las cuencas mineras en los primeros días de la insurrección y hacerse en las primeras horas con los cuarteles de todas las poblaciones mineras, poner bajo control obrero las minas, Fábrica de Mieres o Duro Felguera, y constituir comités revolucionarios como órganos del poder político de la clase obrera.

Una vez establecidos los órganos de poder obrero en las cuencas, los revolucionarios sitúan como principal objetivo la toma de Oviedo. A las 6 de la mañana del día 5, los mineros inician la ofensiva sobre la capital, y en pocas horas cae en manos de los revolucionarios el Ayuntamiento, donde se constituye el comité revolucionario de la ciudad. Pocas horas después, los trabajadores toman la fábrica de dinamita de la Manjoya y la fábrica de armas de Trubia. El día 9, los revolucionarios toman la fábrica de armas de La Vega y se apoderan de un importante arsenal de armas. En pocos días, los revolucionarios obtienen el control de las principales ciudades de Asturias y crean el Comité Revolucionario provincial, que dirigió las operaciones y aseguró el establecimiento de un nuevo orden revolucionario. En su primer bando, llamó a los trabajadores a incorporarse a las filas revolucionarias, creando el Ejército Rojo asturiano con más de 30.000 obreros provenientes de todas las ciudades de Asturias.

Se extendieron a lo largo de toda Asturias los comités revolucionarios, que funcionaron de manera coordinada bajo la autoridad del Comité Revolucionario provincial. En todas las ciudades que se encontraban en manos de los revolucionarios, estos comités organizaron la producción y la distribución de víveres para facilitar en lo posible la vida cotidiana a aquellos que se encontraban en la retaguardia. En todas las ciudades, organizaron también el correcto funcionamiento de los servicios públicos esenciales a través de comités auxiliares encargados de asegurar el suministro de agua, alumbrado público, la distribución de alimentos, etc. En lo que respecta al orden público, los revolucionarios constituyeron su propia «policía», que se encargaba especialmente de evitar que se extendiera la pequeña criminalidad y de hacer así de las calles un lugar seguro en plena revolución. El establecimiento de direcciones militares y policiales por parte de los revolucionarios no sólo pretendía crear las condiciones para permitir el «normal» desarrollo de la vida en el marco de la revolución socialista, sino que también trataba de evitar que se produjeran actos de venganza contra los enemigos de la revolución; se produjeron pocos casos de represión indiscriminada o de malos tratos contra los prisioneros.

En pocos días, los revolucionarios asturianos fueron capaces de deshacerse de la administración del Estado burgués y crearon sus propios órganos de poder, que dirigieron durante este periodo la vida social y económica en toda la región y tomaron el control efectivo del orden público. La Comuna asturiana no sólo fue la primera experiencia en nuestro país de la toma del poder por parte de la clase obrera, sino también el primer ensayo de la articulación efectiva y concreta del ejercicio del poder obrero y el mantenimiento de un nuevo orden social.

Durante 15 días, el proletariado asturiano hizo tambalearse los cimientos de la sociedad burguesa y, como respuesta, la burguesía desató una brutal represión con el objetivo de enterrar en sangre la experiencia de la Comuna asturiana. Los bombardeos indiscriminados a la población civil en las cuencas, la ejecución de 60 vecinos de Villafría acusados de apoyar el movimiento revolucionario o la matanza de los Mártires de Carbayín, en la que 24 hombres de la cuenca minera del Nalón fueron detenidos, mutilados y torturados hasta la muerte, son una pequeña muestra de la barbarie y el sadismo que las clases dominantes son capaces de aplicar cuando lo que está en riesgo son sus privilegios.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies