Editorial

A 90 años de la Revolución de Octubre de 1934, el aniversario debe saludarse por parte de las y los revolucionarios con la esperanza intacta, con fuerzas redobladas para estar a la altura y seguir aquel ejemplo pero, por encima de todo, con voluntad de aprender y aplicar las lecciones que nos dejó aquel heroico episodio y su posterior represión brutal.

En las dos semanas durante las que la clase obrera asturiana, encabezada por los mineros, le arrebató el poder a la burguesía y quiso empezar a organizar una sociedad nueva, encontramos una valiosísima lección para nuestro presente. Primero, porque las y los obreros demostraron en la práctica su condición de clase social antagónica a la burguesía que puede disputarle el poder y dirigir una revolución que a la postre acabe con el capitalismo. Segundo, precisamente por la cuestión del poder, porque demostraron que debía abandonarse la idea de esperar con paciencia a que desde las instituciones burguesas mediante reformas se pudiera satisfacer las necesidades de la clase obrera. Incluso en la anhelada República, las contradicciones de clase seguían bien patentes. El cielo debía tomarse por asalto; el poder debía ser para la clase obrera; la revolución debía ser socialista.

La brutal represión ejecutada por la Legión y los Regulares de la guerra de Marruecos nos legó una enseñanza igual de valiosa. Primero, que a la burguesía nunca le va a temblar el pulso a la hora de preservar su poder y sus privilegios, que no vacilará a la hora de reprimir a cualquiera que pretenda ir contra ella para transformar la sociedad, y que no tendrá especial reparo en que esa represión, si hace falta como castigo ejemplarizante, vaya acompañada de sadismo, consecuencias indiscriminadas contra cualquier sospechoso de apoyar la revolución y falta de garantías jurídicas. Segundo, por tanto, que, para asegurar unas mínimas probabilidades de éxito a toda estrategia de disputarle y arrebatarle el poder a la burguesía, resulta de vital importancia que el plan esté lo más organizado posible y cuente con una altísima coordinación de todos sus efectivos.

En nuestros tiempos, por desgracia, se ve muy lejana la posibilidad de emular a la clase obrera asturiana que en el 34 lo tuvo claro, o a los españoles valientes –muchos, militantes comunistas– que en el 44 también lo tuvieron claro y, tras ayudar a liberar Francia de los nazis, se lanzaron a intentar liberar su país de la mano de hierro del franquismo. Hoy, la clase obrera ha perdido su independencia –ideológica, política y organizativa–, se halla subordinada a otras capas sociales y sus expresiones políticas. En Octubre del 34 pero también en febrero de 1936, aun con la victoria del Frente Popular en las urnas, los obreros tenían claro que cualquier posibilidad de transformación social requería de su organización y preparación a todos los niveles, incluidas las armas. La excusa de la «correlación de fuerzas» a la que la socialdemocracia a la izquierda del PSOE siempre recurre para justificar sus coaliciones, pedirnos el voto y no realizar una política que fomente la organización de las y los trabajadores, esconde, si la comparamos con 1934, su claudicación, su rechazo a construir una sociedad diferente al capitalismo. En cambio, seguir el ejemplo de los revolucionarios de 1934 implica recoger su valentía, su arrojo y su voluntad de la toma del poder por parte de la clase obrera. Tener bien claro quién es el enemigo y cuáles son nuestras herramientas como clase sería el primer paso.

Y a quienes debemos combatir hoy es tanto a quienes abiertamente señalan a los más perjudicados por el capitalismo, a los migrantes, como a quienes se disfrazan de amigos y pretenden ponerse de nuestro lado, cuando nunca estarán realmente de nuestro lado. No entienden nuestra miseria, no viven nuestros agobios, no sienten nuestros miedos y nuestra ansiedad por no llegar a fin de mes, por ir con el agua al cuello para pagar facturas, por poder perder el puesto de trabajo. Y como debemos combatir hoy no es limitándonos a meter un voto en una urna cada cuatro años; si producimos toda la riqueza de esta sociedad, ¿cómo nos vamos a conformar con una participación en la sociedad tan limitada? Nos toca recuperar nuestra independencia como clase, empezando por tener claras y poner encima de la mesa nuestras necesidades y reivindicaciones, trazar un horizonte estratégico emancipatorio y volver a empuñar nuestras herramientas: la lucha, la organización, la solidaridad. Todo ello, unidos como clase.

El capitalismo tiene reservados los peldaños más inferiores de su escalera a todos aquellos a los que expulsa de sus lugares de origen, más o menos explícita y brutalmente. De los 90 años que cumple la Comuna asturiana y su represión, este octubre de 2024 vemos con impotencia cumplirse ya el primer aniversario de una masacre de proporciones terroríficas: el recrudecimiento del apartheid cometido por el Estado sionista de Israel contra la población palestina, que desde el 7 de octubre de 2024 viene siendo un genocidio perpetrado a la vista de todos, incluida la llamada «comunidad internacional». Los países más «avanzados», más allá de alguna declaración altisonante, alguna reunión con Netanyahu y algún llamado abstracto a una supuesta Conferencia de paz (incluido el Gobierno de coalición), no han movido durante todo un año ni un dedo, en la práctica, para detener la masacre.

A 90 años de Asturias, recordemos: protagonismo de la clase obrera y nuestras condiciones de vida y de trabajo y nuestras necesidades, solidaridad y unidad de clase, organización tenaz y constante, luchar en todas las condiciones, disputarle el poder a la burguesía. Hombro con hombro, clase contra clase.

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