Hagamos memoria: de los españoles «sin papeles» al debate migratorio actual

Si los metecos fueron el chivo expiatorio que buscó la sociedad ateniense y hoy la reacción señala también al extranjero para buscar las causas de una miseria que no han provocado en absoluto, sino que precisamente sufren de primera mano, deberíamos pararnos a reflexionar: ¿hace cuánto éramos los españoles esos extranjeros a los que explotaban y que podían sufrir la xenofobia y el racismo? En términos históricos, hablamos de antes de ayer, podríamos decir.

Sigue siendo necesario tener perspectiva histórica para analizar el presente y entender el mundo. La memoria histórica, entendida como la construcción colectiva de nuestro pasado, nos ayuda a aclarar el análisis de la realidad y de muchos debates políticos. Por ello, hay que defenderla y alejarla de construcciones o manipulaciones interesadas. Podríamos poner muchos ejemplos de manipulación de nuestra memoria; por ejemplo, existe un mito que se basa en la idea de que la guerra civil no fue un golpe de Estado fascista contra la democracia republicana, sino una lucha fratricida entre hermanos con viejas rencillas por resolver. Una burda tergiversación histórica que va calando y busca criminalizar el periodo histórico de la II República y las clases sociales y los partidos que lo impulsaron. Así es como, mentira a mentira, mito a mito, el pasado se pervierte y moldea para hacer creer que nuestra realidad es algo ajeno a nuestra historia reciente.

Del mismo modo se manipula nuestra memoria sobre la emigración española. España ha sido un país de emigrantes: lo fue en oleadas durante el siglo XIX y lo fue especialmente después de la guerra del 36 y en los años 60 y 70 del siglo XX. Y es aquí donde se ha construido uno de los grandes mitos sobre el fenómeno migratorio: la idea de que los españoles que emigraban lo hacían siempre respetando las leyes y que no tienen nada que ver con los emigrantes que llegan a nuestro país hoy en día. Pues bien, hagamos memoria.

Los datos lo aclaran todo. El franquismo vio en la emigración una solución perfecta y creó el Instituto Español de Emigración en 1956, una forma de solucionar la falta de trabajo en el país y de incorporar divisas. El Plan de Estabilización de 1959 aceleró el proceso, las condiciones de explotación se endurecieron aún más si cabe y millones de trabajadores tuvieron que emigrar para huir de la miseria. El franquismo firmó acuerdos con algunos países para canalizar la salida de trabajadores –«emigración asistida» lo llamaron–, pero la realidad es bien compleja y cerca de la mitad de los dos millones de emigrantes que abandonaron el país entre 1960 y 1973 lo hicieron de manera irregular. Usaban varias opciones y por supuesto no todas eran legales, pero sí legítimas. El mito creado en torno a que los españoles sólo salían por la vía legal es totalmente falso.

Las crónicas de la época hablan de un espectáculo dantesco y de incertidumbre para los españoles de esa época. Llegaban en trenes abarrotados a las estaciones todas las semanas, sin conocer nada de aquella cultura e idioma, y donde a veces los esperaba el patrón de turno o los servicios sociales. Cuando se desplazaban a la empresa o a la «vivienda» prometida, la realidad era bien diferente. Un trabajador que haya sufrido malas condiciones laborales tiene que hacer un esfuerzo terrible para no ser solidario con las víctimas de esa realidad. Por eso algunos quieren que olvidemos y no hagamos memoria, para que no seamos empáticos con las víctimas.

Eran trabajadores jóvenes poco cualificados, de la construcción, industria, servicios, del campo, etc., con bajo nivel cultural e incluso analfabetos. La mayoría fueron varones, las mujeres supusieron un 20 %, dato que contrasta con otras olas migratorias de otros períodos históricos donde el porcentaje de mujeres era de más del 40 %. Según estadísticas oficiales, gran parte procedía de Andalucía y Extremadura y de Asturias y Galicia. Las motivaciones eran varias, pero en una amplísima mayoría buscaban un mejor salario. ¿Les suenan estas motivaciones?

Podríamos estar describiendo los rasgos de la emigración española entre 1960 y 1973 y veríamos a cada uno de nuestros vecinos y vecinas, trabajadores que buscan mejorar sus condiciones de vida.

Fuimos miles de «sin papeles» en Alemania, Francia, Suiza y en otras zonas de Centroeuropa, la adaptación fue realmente difícil y en la mayoría de los casos no la hubo. Deseaban volver cuanto antes y retornaron, entendieron la emigración como algo puntual. Tuvieron que soportar grados de miseria altísimos, barracones, infraviviendas, barrios aislados, salarios bajos, desconocimiento del idioma y de la cultura. Tuvieron que aguantar comentarios xenófobos y criminalización, todo tipo de clichés que los acusaban de paletos y de lavarse poco y de ser los culpables del descenso de salarios en esos países. Pero también recibieron solidaridad y cobijo de las organizaciones obreras de dichos países.

El llamado «milagro alemán» se sustentó en la explotación salvaje de miles de los nuestros. Un mercado salvaje en el que se intercambian trabajadores entre economías capitalistas. Los países y sus éxitos económicos se basan en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo migrante; pasó en Alemania, en España, en Francia, en EE.UU…

En función de la coyuntura político-económica en cualquier país capitalista puede ocurrir, pues los flujos migratorios son habituales en las sociedades humanas. Precisamente en el capitalismo se agudizan esos movimientos de población, y señalar como culpables a esos trabajadores es errar el tiro de manera interesada. Es un mercado salvaje en el que el trabajador que migra es la víctima y la solución no es negarle derechos y sustento.

En este marco es donde se sitúa la llamada «migración circular», concepto que ha aparecido nuevamente en el debate público (aunque existe desde hace años, con las temporeras marroquíes en Huelva) por un discurso de Pedro Sánchez en el que anunciaba acuerdos migratorios con Gambia, Mauritania y Senegal. La «Alianza África Avanza», según él, es un acuerdo donde ganan todas las partes. No hay que ser muy listo para saber que esa migración circular es un mercado de sobreexplotación que sólo enriquecerá a unos: a los empresarios españoles. Los países de origen seguirán siendo pobres y sus trabajadores, también. Un win-win para el capitalismo español.

Hay que combatir los discursos que vinculan alarma social, invasión e inmigración. Si analizamos los datos, el número de inmigrantes ha caído en los últimos años, y el número de delitos también, de la misma manera que hay más inmigrantes británicos, argentinos, ucranianos o chinos que de Senegal o Argelia, por poner unos pocos ejemplos. A la ultraderecha le interesa alimentar mitos de odio y racismo, vincular extranjeros pobres y delitos. No les compremos esos bulos.

La verdadera alarma social debe girar en torno a la falta de acceso a la vivienda, el paro, la precariedad laboral, la falta de futuro para la juventud y las carencias de este modelo social y de vida. El debate hay que fijarlo en la falta de recursos en cada barrio, en las carencias de la educación pública y de la sanidad, en quiénes son los que hacen negocio con esas carencias y en cómo se aprovechan de la situación. Claro que a los empresarios les favorece la llegada constante de migrantes para poder aumentar sus beneficios a base pagar bajos salarios y minimizar derechos labores, pero de igual manera, les interesan los discursos xenófobos que alejan el foco de ellos mismos.

El debate hay que fijarlo en la falta de recursos en cada barrio, educación, sanidad, vivienda, etc. En las carencias de una sociedad y en los que hacen negocio con esas carencias, en la explotación laboral y cómo los empresarios se aprovechan de la situación. Claro que a los empresarios les favorece la llegada constante de migrantes para poder aumentar sus beneficios a base de pagar bajos salarios y minimizar derechos laborales, pero, de igual manera, les interesan los discursos xenófobos que alejen el foco de la realidad. Este relato señala como culpables de las contradicciones y carencias de este modelo social a las propias víctimas, que en muchos casos vienen de fuera, y se olvida de los culpables que están detrás de estas carencias. Si centramos el debate en lo realmente sustancial y determinante, y hacemos las preguntas con memoria y con conciencia, obtendremos las respuestas necesarias. ¿En los debates públicos a nadie se le ha ocurrido señalar al culpable de la sobreexplotación y no al que la padece? Si empiezan las deportaciones masivas y se cierran las fronteras, como pide la ultraderecha, ¿mejorarán la educación, la sanidad y nuestro trabajo? ¿Creando más y más cárceles solucionaremos los problemas en los barrios? Las respuestas son tan obvias que da vergüenza plantearlas.

El debate migratorio hay que afrontarlo sin tapujos, por eso hay que desmentir las posiciones ultraderechistas que lo mediatizan y tergiversan.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies