Nicolás Guillén, la voz y el eco

Nicolás Guillén nació en los albores del siglo XX, en 1902, y murió en el aciago año de 1989. Se puede decir que fue un hombre que vivió particularmente coincidente con la vida de su época. Nació en Camagüey, Cuba, el mismo año que la isla, intervenida militarmente por los Estados Unidos desde 1898, veía entrar en vigor una Constitución que el gobierno de Washington solo dio por aprobada con la inclusión de la enmienda Platt, que hacía que la República de Cuba quedara legalmente subyugada a la intervención de los Estados Unidos. Y murió Nicolás Guillén en julio de 1989, a los 87 años, cuando la Revolución que hizo de Cuba al fin un país libre estaba a unos días de cumplir su 30º aniversario, pero el muro de defensa antifascista de Berlín y, tras él, todo el bloque socialista se adentraba en una caída que el capitalismo llevaba años, décadas, provocando de diversas maneras.

Poeta nacional, poeta americano, poeta universal

Nicolás Guillén se convirtió, en su larga vida, en poeta nacional de Cuba. Así se le recuerda hoy, es ese el nombre histórico honorario que se le da a su influencia. No es poco, y lo es al mismo tiempo. Porque no se le puede decir solo poeta nacional, más si se tiene en cuenta el sentido que adquiere el término en Cuba, y el sentido que tiene Cuba en nuestra época. Nicolás Guillén es poeta nacional en tanto que poeta americano, de esa gran América que va de polo a polo y significa mil sueños de libertad unitarios. Y es poeta universal, en tanto lo es de su tiempo, ese siglo XX de todas las desgracias y todas las esperanzas hechas realidad.

En Cuba, tierra de grandes poetas, nadie iguala su figura. En América, atendiendo a ese ideal de fraternidad americana y gran concepción simbólica del continente, de un genuino y literal nuevo mundo, Guillén conecta, en su enorme figura artística y social, desde su mar Caribe y el universo centroamericano, con la visión norteamericana y emprendedora de Walt Whitman, hasta la sudamericana y coetánea de Pablo Neruda. Forman así los tres puntos de la geografía poética de América desde el siglo XIX hasta nuestros días.

Poeta total en búsqueda de «la entraña profunda del pueblo»

Nicolás Guillén adquiere una envergadura literaria de proporciones difícilmente comparables. Es uno de esos poetas totales. Un poeta sin etapas, por más que su obra abarque décadas de permanente creación. Un poeta tan capacitado en su talento lírico, en su comprensión integral del arte, con una filosofía literaria tan clara y definida, que es capaz de abordar los géneros y estilos más diversos con un alarde humilde de maestría y vanguardismo (no diletante, sino progresivo; para «deshacer un soneto, antes hay que hacerlo», como decía él mismo).

A Nicolás Guillén se le ha querido simplificar, o recluir, muchas veces en la categoría de «poesía negra». Pero ni un estudio literario riguroso, ni desde un enfoque social y político, la categoría es acertada. El propio Guillén, mulato (de hecho, término que al propio poeta le parecía más acertado si hubiera que adjetivar así su obra), es genuinamente uno de los más claros casos de poeta popular. Sus formas, indagaciones y temas son de una raigambre mucho más amplia que el folclore de origen afroamericano. La mayor parte de su obra, en lo formal y en lo temático, es íntegramente popular, más que exclusivamente negra.

Él mismo lo explicaba de la siguiente manera en 1930, el mismo año de la publicación de su primer libro, Motivos de son: «En lo que se refiere a la orientación de mi poesía, creo que al fin me he encontrado. Me encanta el estudio del pueblo. La búsqueda de su entraña profunda. La interpretación de sus dolores y de sus goces».

El poeta, militante a partir de la década de los 30 del Partido Comunista, desarrolla esta filosofía poética de participación total en el seno del pueblo. Toda su obra, de poemarios construidos durante largos años, está impregnada de esta idea. Una construcción artística tan conectada con su tiempo y el mundo que requería de todas las manos:

Para hacer esta muralla,
tráiganme todas las manos:
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.

Poeta social, poeta camarada, poeta compañero

Es, o debería ser, un pleonasmo lo de poeta social. El poeta, ser humano con la grandeza y lo mundano de cualquier otro congénere, vive en sociedad, y acaso sólo por eso el adjetivo casi le sobra, pero más aún si de lo que hablamos es de su oficio. Si no es social, en el sentido de que sus creaciones se evaden, se ensimisman o son pura artesanía de sílabas, no será poeta (acaso otra cosa para la que los poetas deberían buscar nombre). En el poeta verdadero, el yo es siempre nosotros, incluso aunque se mienta a sí mismo y quiera negarse a ello. En el poeta con todas sus letras, el estilo, la forma y los temas le son dados (y lo sabe, o no le queda más remedio que aceptarlo, ya sea calladamente), y con todo ello hace una voz que por más que lleve el timbre de su garganta personal, se hace eco en hombres y mujeres de todos los tiempos, reverbera en la sociedad.

En sus poemas más personales, en los que el aparente tema de partido es él mismo, Nicolás Guillén es un ejemplo paradigmático del poeta que trasciende el yo:

Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de ir
yo, campesino, obrero, gente simple,
tengo el gusto de ir
(es un ejemplo)
a un banco y hablar con el administrador,
no en inglés,
no en señor,
sino decirle compañero como se dice en español.

Y se multiplica este yo en un nosotros consciente, el del militante comunista, el del exiliado, el del revolucionario, o el de uno de esos hombres que, sin pretensiones mundanas, se convierten en arquetipos de lo más noble de la naturaleza humana:

si yo no fuera un indio de arrebatado cobre
que hace ya cuatrocientos años que muere pobre;
si yo no fuera un hombre soviético, de mano
múltiple y conocida como mano de hermano:
si yo no fuera todo lo que ya soy, te digo
que tal vez me pudiera engañar mi enemigo.

No pasan los años por Nicolás Guillén. Porque está su voz y, sobre todo, está su eco.

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