Editorial: Más Partido

Crece la reacción y se mantiene el consenso europeísta en la Unión Europea. Las diversas fuerzas políticas que abanderan y fomentan el nacionalismo, el chovinismo y la xenofobia aumentaron sus apoyos en la mayoría de países en las elecciones del 9 de junio. Aun con todo, también se mantuvo el consenso europeísta; aunque unas fuerzas políticas lo hagan con más entusiasmo y otras con menos, unas más explícitamente y otras menos, la inmensa mayoría defiende la construcción de la Unión Europea. Una UE de los monopolios, la guerra, la austeridad y la explotación de la clase obrera.

En España, los votos válidos no llegaron ni a la mitad: la abstención fue del 50,78 %, frente al 39,27 % de 2019. Existen en nuestra sociedad un hartazgo y una desafección crecientes hacia la política burguesa que, en un contexto de crecimiento generalizado de la reacción y de debilidad del proyecto comunista, no se canalizan hacia posiciones revolucionarias, no se traducen en acción militante, sino principalmente en abstención o en un viraje del voto hacia opciones reaccionarias.

Las perspectivas no son nada halagüeñas. La Unión Europea sigue siendo hoy lo mismo que era antes del 9 de junio: una alianza imperialista, una unión de los principales monopolios europeos, que persigue facilitarles a estos las mejores condiciones posibles en su competición frente a los monopolios de otros bloques imperialistas. Pero en su seno se expresan importantes tensiones y contradicciones entre unos sectores de la burguesía y otros. Hoy, el fortalecimiento de la extrema derecha refleja un refuerzo de aquellos sectores capitalistas que defienden un acortamiento de las cadenas de valor, con la idea de favorecer al capital nacional y con un mayor énfasis en el ámbito interior. Estos intereses tienen su correlato ideológico en el crecimiento del nacionalismo y de las posiciones xenófobas; las fuerzas de extrema derecha pretenden enfrentar al penúltimo contra el último, señalan a la población migrante como culpable de situaciones y problemáticas que son única y exclusivamente provocadas por el propio capitalismo, sistema promovido y apuntalado por la UE.

La Unión Europea seguirá fomentando la guerra y el militarismo como vía para resolver los choques con otras potencias imperialistas en auge. El Gobierno socialdemócrata de coalición, en la legislatura anterior y en la actual, lleva años batiendo récords de aumento del gasto militar, participando de la escalada belicista, aunque algunos pretendan hoy desmarcarse y negar su responsabilidad e implicación directa en ella. Y, tras la cierta manga ancha proporcionada por la UE en los últimos cuatro años para amortiguar los efectos de la crisis económica catalizada por la pandemia, el déficit público vuelve hoy a ser señalado por las principales instituciones europeas, como en los años de la Troika y la prima de riesgo, y cuando llaman a los países miembro a acometer «reformas estructurales» y apretarse el cinturón ya sabemos qué cinturones y qué bolsillos son los que van a sufrir.

Las diferentes luchas de la mayoría trabajadora que se dan aislada o sectorialmente, en España y en otros países, encuentran la represión nada disimulada de los aparatos de represión y control de la burguesía, unos mecanismos de represión y control que, al amparo de la UE, los distintos Estados están reforzando y perfeccionando, sabedores de que se avecinan tiempos difíciles y ello puede acarrear un aumento de la movilización social.

En este contexto, las posiciones revolucionarias no consiguen crecer significativamente entre la clase obrera y los sectores populares de los países de la UE. Los partidos comunistas y obreros se ven afectados por la oleada reaccionaria y el anticomunismo promovido durante años por la UE, además de por la situación de debilidad del movimiento comunista internacional. Con una excepción: Grecia. El KKE creció desde el 5,35 % de los votos de 2019 hasta el 9,35 % esta vez. Ese país en el que las fuerzas oportunistas de nuestro país se fijaban, en aquellos tiempos –que hoy se antojan lejanos– en que Alexis Tsipras y Syriza parecían la esperanza de Europa, nos enseña hoy lo que las y los comunistas decíamos entonces y decimos cada día: la posibilidad de acabar con este sistema y edificar una nueva sociedad no pasa por participar en Gobiernos capitalistas desde donde gestionar las migajas que deje la burguesía en cada momento, con cada vaivén de la coyuntura económica. Sólo el desarrollo paciente y tenaz de un partido comunista que estimule y dirija la lucha organizada y consciente del movimiento obrero y popular y que sitúe el horizonte estratégico, esto es, la construcción de la sociedad socialista-comunista, constituye una verdadera alternativa para el pueblo trabajador.

Frente a la reacción, ya va siendo hora de dejar de intentar «resistir», situarse siempre a la defensiva y únicamente en el marco de las contiendas electorales. Aunque algunos pretendan confundirnos, ¿se ha evitado acaso el ascenso de las posiciones reaccionarias en nuestro país por el hecho de que hayan sufrido alguna pírrica derrota electoral y no hayan alcanzado –por ahora– el poder? Frente a la reacción, hace falta más partido comunista, que ataje y enfrente su crecimiento en los barrios donde vivimos la mayoría trabajadora y en los lugares donde trabajamos y la señale como la otra cara de la moneda de la socialdemocracia, pues ambas son o aspiran a ser gestoras de un sistema capitalista que exprime a la clase obrera y expolia a otros pueblos y provoca los desplazamientos y la emigración de quienes luego aquí son puestos en la diana. Hace falta más partido comunista que haga una enmienda a la totalidad al capitalismo y, frente a los partidos del consenso burgués, tenga por objetivo la toma del poder por parte de la clase obrera y la construcción del socialismo-comunismo.

Frente a la abstención, hace falta más partido comunista. Un partido que no busca meramente el voto, pues no lo concibe como fin en sí mismo; un partido que no hace de las batallas electorales el único o el principal campo de batalla, sino un partido que llama a las y los trabajadores a organizarse día a día en los centros de trabajo y en los barrios, a movilizarse en las calles, que apela a que cada uno aporte parte de su tiempo y sus esfuerzos en asociarse y luchar contra quienes nos dominan, porque sin las aportaciones y la implicación de muchos y muchas no será posible cambiar las tornas.

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